La sobriedad reglada.- Gervasio
Fecha Wednesday, 11 September 2013
Tema 070. Costumbres y Praxis


La sobriedad reglada

Autor: Gervasio, 11/09/2013

 

 

Autor: Giuseppe Arcimboldo

De mis estudios internos creo recordar que los moralistas más “puntillosos” —por llamarlos de alguna manera— distinguían, a propósito de la comida y de la bebida dos virtudes distintas. La sobriedad regula la moderación en la bebida y otra virtud diferente, cuya denominación no recuerdo, se refería a los alimentos sólidos. El conjunto de ambas virtudes recibía un tercer nombre, que me parece que era el de “abstinencia”. Lo de referir la “sobriedad” tanto a la comida como a la bebida, me parece que no es plenamente escolástico.

Sea como fuere, el caso es que el Opus Dei —como otras instituciones especializadas en promover la santidad—, exige de sus seguidores sobriedad tanto en la comida como en la bebida...



Quienes no viven ni en conventos ni en casas del Opus Dei se ven abocados a decidir una y otra vez qué han de comer y de beber. Nadie adopta tal decisión por ellos. Nadie impone a los llamados “fieles corrientes” una concreta dieta o unos horarios de alimentación, salvo los derivados de la cuaresma; un periodo penitencial cada vez más relajado. Conocí un monasterio cisterciense —imagino que la misma práctica se dará en otros monasterios— en el que no se consumía carne. Sólo tenían permitido tomar pescado, lo que se  traducía en que invariablemente los menús se componían de merluza congelada. Sin ser tan dura, la costumbre de “no merendar los sábados” se mueve en esa línea de “sobriedad reglada”, propia de conventos y monasterios. La sobriedad puede ser fruto de seguir una regla o bien fruto de una opción personal. Esto último es lo laical, lo propio de los cristianos corrientes. Cuando el llamado a practicar la sobriedad no puede decidir ni lo que come ni lo que bebe —le viene determinado por la institución a la que pertenece—, es cuando tiene cabida la sobriedad reglada: no merendar los sábados, no tomar carne, o cosas así. La sujeción a la regla es lo que proporciona —o al menos eso pretende— la medida de la virtud en el caso del Opus Dei y de los religiosos. Como dice el  artículo 1§3 de los vigentes estatutos, repitiendo lo dicho en las Constituciones de 1950, la prelatura se propone la santificación de sus fieles por el ejercicio de las virtudes cristianas, según las normas del Derecho particular. La práctica de la virtud se hace consistir en vivir normas particulares —las propias de la institución— que no son las de los cristianos corrientes. Los cristianos corrientes carecen de normas particulares. No tienen otras que las del común de los fieles. Por eso los del Opus Dei no son cristianos corrientes, sino más bien poco corrientes.

Recuerdo que el fundador del Opus Dei llevó a cabo, cuando el Colegio Romano de la Santa Cruz tenía su Sede en el Viale Bruno Buozzi, un ensayo experimental consistente en que los miércoles de ceniza, tras el almuerzo,  se sirviese café y licores.

La mortificación tiene que ser libre, teatralizaba a ese respecto. Que cada uno deje de tomar café o licor si es que así libremente lo decide.  

Como consecuencia, el miércoles de ceniza la Administración pasó a servir, como si se tratara de un día de fiesta, café y licores en el llamado Coso. El resultado fue que los alumnos del Colegio Romano accedían a El Coso y se tomaban sin el más mínimo escrúpulo de conciencia lo que se les ofrecía: café y el correspondiente licor que invariablemente consistía en brandy Vecchia Romagna y anisetta Miletti. ¿Qué se esperaba de ellos? ¿Que accediesen a El Coso y tras oler el café y la anisetta saliesen de la habitación sin probarlos? Resultaría tan absurdo como disponer los sábados una merienda en la mesa del comedor, con la finalidad de que nadie la tomase. Tal costumbre —la de servir café y licores el miércoles de ceniza—, por supuesto, cesó al poco tiempo. Por lo demás, los tales alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz, poco duchos todavía en sutilizas litúrgicas, quizá no distinguiesen adecuadamente entre días festivos y días penitenciales. El miércoles de ceniza no es día festivo, sino penitencial. A mí siempre me resultó chocante que en plena Semana Santa el Jueves Santo fuese día de café, copa y puro. Al parecer es día festivo. En cualquier caso de esas cosas se ocupa La Administración, que como diría Orlandis (Cfr. infra) sabe bien lo que tiene que hacer.

No pretendo entrar en si la “regla” del Opus Dei en materia de comida y bebida es dura o no. Lo que pretendo resaltar es que se trata de una regla. Un cristiano corriente puede optar por restringir el consumo de café o de licor como práctica de sobriedad o bien situarlo en otros alimentos. En el caso del Opus Dei y de la vida conventual la opción queda remitida a la regla. Es la regla la que determina cuándo se debe y cuándo no, tomar café o anisetta Miletti.

            Don José Orlandis Rovira (q.e.p.d) nunca aceptaba una invitación a tomar algo en un bar, aunque la ocasión fuese propicia para ello. Y añadía:

            —Tomamos algo cuando nos lo ofrece la Administración. Si no es así, no.

Traigo a colación a don José Orlandis, porque era una persona encantadora y que encarnaba bien el espíritu del Opus Dei. No se trata de un criterio sentado por vaya usted a saber qué director o por vaya usted a saber qué delegación metepatas.

Si el director de un centro un buen día, por el motivo que sea, ofrece en la tertulia caramelos u otras golosinas, ningún inconveniente hay en aceptarlos ni en que los ofrezca. Si por el contrario un numerario o agregado adopta la iniciativa de tomar, cuando a él le parece oportuno, caramelos —o un pincho de tortilla y caña; no digamos ya un whiskey—, le pueden llover las correcciones fraternas. La sobriedad se hace consistir no tanto en tomar o dejar de tomar algo, sino en sujetarse o no sujetarse a la regla.

El fundador dispuso que en los jardines de las llamadas “nuestras casas” no haya árboles frutales, no vaya a ser que alguien —a Eva le costó la expulsión del paraíso— tome una manzana, un higo o avellanas sin que la ingesta esté prevista en el guión. En este caso el fundador no dejaba a la responsabilidad personal la opción de tomar o no una manzana, como en el caso del brandy Vecchia Romagna y la anisetta Miletti. Lo único que cabe es, como el fundador aconsejaba, tomar entre lo que se nos ofrece un poco menos de lo que os gusta y un poco más de lo que no os gusta; pero siempre dentro de las ofertas institucionales. Esta regulación deja muy poco margen a las iniciativas individuales. Tanto es así que un buen día del Portillo, en calidad de jefe supremo del modo de practicar la sobriedad, decidió que no se consumiesen bebidas alcohólicas destiladas; es decir, las de alta graduación. Tengo para mí que el fundador nunca hubiese adoptado tal medida. De hecho nunca la adoptó, aunque conocía bien el efecto de las bebidas alcohólicas de alta graduación. El coñac, e incluso el pasarse de copas, le parecía cosa de hombres, lo mismo que el fumar tabaco. Con anterioridad no sólo las bebidas destiladas alegraban el corazón del numerario en las fiestas, sino que al día siguiente de una fiesta grande se servía en el desayuno zumo de naranja, que tiene la finalidad —o al menos la fama— de aliviar las resacas. Recuerdo lo mal que le sentaba a un sacerdote muy pacato el tal zumo. Le sentaba mal no gastronómicamente, sino porque se consideraba insultado, como si él —él— se hubiese propasado en la ingesta de alcohol. En fin, que la sobriedad en la Obra se vive al estilo conventual —una sobriedad reglada— y no al estilo de los cristianos corrientes, que eligen el modo, manera y momento de vivir la sobriedad. En el Opus Dei en esto como en tantas cosas se vive una espiritualidad ascética poco laical.

Se nos enseñaban dos pautas distintas de comportamiento en relación con la sobriedad: una pauta para vivir en las casas y centros de la Obra y otra distinta cuando excepcionalmente —y tras el oportuno permiso— comíamos fuera. En este último caso la casuística que nos enseñaban iba encaminada a dar buen ejemplo. Era un “buen ejemplo” muy particular, porque no se trataba tanto de mover a otros a vivir la sobriedad, sino que el “ejemplo” más bien iba encaminada a dejar bien a la Obra, dándoles  “una lección”:

—Ahora vais a saber cuán sobriamente se comporta un tío del Opus Dei en un restaurante, cuando lo invitan a comer a la carta. ¡Glotones! Que vosotros sois unos glotones. Nosotros, no.

Cuando don Álvaro aún no había impuesto la ley seca, se aconsejaba no pedir —o rechazar si lo ofrecían— licores en la sobremesa, aunque “en casa” se tomaban. No sé cómo llaman a eso en otros sitios; pero en mi pueblo lo llaman hipocresía.

A mí —y pienso que a cualquiera— siempre me ha resultado simpático encontrarme con alguien —fraile o no, numerario o no— que por tener pocas oportunidades de comer fuera de su casa el día en que es invitado, hace una excepción. Aprecia la invitación dando importancia a lo que está comiendo. Si habitualmente no toma café o licor después de comer, ese día lo toma. Etc. Si acaso la “hipocresía” se desliza por el camino contrario. Dice “nunca tomé una merluza tan buena”, y acepta un poco más, aunque no le apetezca. Cuando se nota que alguien está haciendo una excepción a su comportamiento habitual, se nota. Es entonces cuando se percibe que ese alguien lleva una vida sobria.

No sé si conocisteis a don Félix Álvarez de la Vega (q.e.p.d.). Enseñaba farmacia en la Universidad de Navarra. Pesaba unos cuarenta y pocos kilos, si no pesaba menos. Parecía el espíritu de la golosina. Daba la impresión de apenas poder sostener el peso de su sotana. En su calidad de sacerdote acudía semanalmente a un pueblecito cercano a Pamplona para atender no sé si a un grupo de supernumerarias o algo parecido. Con tal motivo tenía que almorzar en casa de una supernumeraria o de una cooperadora, siempre la misma. Don Félix tuvo que ser sustituido por otro sacerdote. Un buen día la anfitriona se sinceró con el nuevo sacerdote:

—Don Félix era un verdadero santo. Ese sí que era santo. No comía nada, nada, nada. En cambio con usted da gusto.

Fingir virtud —sea la de la sobriedad u otra— suele dar malos resultados. Don Félix no la fingía. Simplemente era incapaz de comer. Tenía ese aire demacrado que algunas personas identifican con la santidad. Al fundador, siempre con tendencia a engordar —tengo una naturaleza muy agradecida, decía—, le hubiera encantado estar flaco y demacrado. El pobre, tras las penurias de la guerra civil española, volvió a engordar, hasta la diabetes. En eso de no engordar, le exigían y se exigía.

El tiempo dedicado al sueño no forma parte de la virtud de la sobriedad, a no ser que la sobriedad se tome en un sentido muy amplio, como cuando se afirma de alguien que es sobrio en el vestir o en el dormir. Las horas de sueño en el Opus Dei también están reguladas. Se ha de dormir diariamente unas ocho horas durante la noche y no se debe dormir la siesta. Habréis observado que durante los llamados cursos anuales, que para los numerarios en mi época duraban veinticinco días, el tiempo dedicado al reposo nocturno era —y probablemente lo seguirá siendo— una media hora o tres cuartos de hora más que el resto del año. Tal es la regla. A unos esa media hora de más les sobra y a otros, no. 

Recuerdo a un numerario, muy buena persona él, muy resignado él, que establecía un paralelismo entre las horas de sueño y la comida. A nadie le obligan —argumentaba— a ingerir una determinada cantidad, poniéndole en el plato lo que debe comer. Unos comen más y otros menos según su peso, estatura y demás condiciones físicas. Se quejaba, pero muy resignadamente de no poder dormir lo que necesitaba. De hecho se le podía ver por los pasillos siempre bostezando. Si se sentaba tendía quedarse dormido. Por supuesto esa media hora o tres cuartos de hora más de sueño propias de los cursos anuales le sentaban de maravilla. Lo propio sucede con lo de dormir la siesta. El fundador echaba pestes de la siesta y decía:

Las pocas veces que en mi vida he dormido la siesta después me despertaba de mal humor.

Experiencias personales aparte, hay autoridades médicas que consideran muy saludable dormir la siesta. También hay reglas monásticas que la incluyen. En el ejército en mi época de mili se practicaba por el verano. Hay quienes la necesitan de verdad, aunque se trate de unos pocos minutos. No podrían trabajar por la tarde sin ese descanso. Tengo observado que las personas que tienen gran capacidad de trabajo, también tienen gran capacidad de descanso. La siesta constituye para muchos una fuente de renovación de energías. El numerario antes mencionado por supuesto no dormía la siesta. Se limitaba a fingir que después de comer trabajaba, porque trabajar lo que se dice trabajar no podía.

En fin, “café para todos”. Se puede tomar con azúcar o sin azúcar. Cada uno es libre. Libérrimo.

Gervasio







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