Algún autor, de cuyo nombre no quiero acordarme, dijo
algo así como que los católicos por él escogidos se convertirían en aves de
altos vuelos. Aves capaces de volar muy alto que, siguiendo sus múltiples
instrucciones y notas cual complejo manual de aeronáutica y también guiados por
una manipulada ruta trazada de antemano, llegarían a las mayores altas cotas de
poder y santidad.
La realidad nos ha demostrado que, al paso de los
años, todos los pollitos atrapados en las redes de aquel nuevo salvador del
mundo y de la Iglesia, a medida que iban creciendo y progresando se les iban
asimismo cortando las alas. A más esfuerzo titánico exigido para intentar
levantar el vuelo, más carga y más recortes de los planos sustentadores por
parte de la institución avícola.
Recientemente eso ha quedado aún más patente en los
escritos de alguna "pájara" (como la define savonarola
el viernes pasado y de ahí mi inspiración), provocando además algún que otro
revuelo y levantando algo de polvareda en el camino de la web. Ella, la
"pájara", sabemos que no puede levantar el vuelo, pues a las pocas,
desvencijadas y recortadas plumas que le quedan no debemos olvidar que está
encerrada en una suerte de gallinero, por muy dorado que sea.
Es por ello que no deberíamos entretenernos a
prestarle mayor atención más allá de la compasión, pues me gustaría creer que
la mayoría de nosotros ya recuperamos las alas del discernimiento al abandonar
esa jaula, pudiendo ahora alzar nuestros vuelos y eludir las mil limitaciones
prelaticias para surcar los aires.
Es cierto que las alas no siempre vuelven a crecer
enteramente una vez fueron cercenadas. Pero sí las plumas, que se fueron
re-configurando fuertes y sanas, suficientes para planear y surfear los cielos
con total libertad. Incluso nos da para vuelo rasante por encima de esos
vallados gallináceos, aunque sería preferible no acercase demasiado evitando
así ese familiar hedor y para no perder el tiempo en el regate de sus dardos
envenenados de rejalgar.
Nuestra perspectiva nos permite ahora tener vistas
cenitales y diáfanas, cosa que desde el gallinero o cerca de él no es posible,
como muy bien sabemos.
Tenemos en nuestras manos la capacidad de tomar rumbos
en la vida, eso es, capacidad para decidir la magnitud del desplazamiento en
cada una de las tres dimensiones del espacio. Las aves de corral poco pueden
decidir, se conforman con buen pienso, cobijo y no batir mucho las mermadas
alas para no llamar la atención del gallo. Si acaso algún cacareo fuera de tono
de cara a su galería y probablemente por indicación del granjero.
El privilegio de nuestra atalaya es de un gran valor y
mucho nos costó conquistarla. No pongamos pues escalerillas a los agresivos
para que nos asalten, pero tampoco dejemos de tender la mano a quienes tienen
incluso formas extrañas de pedir ayuda. Con ignorarlas un poco es suficiente,
pues de querer exprimirlas demasiado apenas nos daría para un buen caldo, como
correspondería a las bien alimentadas gallinas viejas de corral.
Buena entrada al nuevo curso,
Manzano