Primer crespillo: amistades particulares y materias afines.- Antrax
Fecha Friday, 02 July 2004
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad



Primer crespillo: amistades particulares y materias afines

Cap.1 de PERDIENDO EL TIEMPO CON EL TIEMPO PERDIDO

ANTRAX, 2 de julio de 2004


...Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior... (Marcel Proust. El tiempo encontrado)

Tal vez en nuestro caso no sería una magdalena, sino un "crespillo", extraordinario dulce popular que, al parecer, preparaba en determinada fecha del año la madre del fundador del Opus Dei. Esa buena señora resultó ser mi abuela sin yo comerlo ni beberlo, lo que no dejó de sorprenderme y, la verdad, me dio bastante risa. En parecida línea de genética espiritual, me vi de golpe y porrazo en posesión de una tía, un abuelo y alguna otra parentela, que no puedo recordar aunque me atiborre de repostería popular aragonesa...

Lo que sí recuerdo con cierto pasmo retrospectivo son las fotos de todas aquellas señoras y señores con pinta de mesocracia provinciana, que me solían sumir en estados alternativos de hilaridad y pasmo.

La página web para la que escribo estas líneas debe de tener alguna condición de magdalena proustiana, porque uno, la verdad, casi se había olvidado de aquellos años y, merced a la lectura de opuslibros, más el agradable contacto recuperado a través de ella con algunos antiguos amigos, me ha dado la ventolera de hacer un poco de memoria. Para bien o para mal.

La fluencia desordenada de esos recuerdos no me ha resultado desagradable del todo, aunque es preciso decir que salí de aquella casa hace un porrón de años y estuve dentro muy poco tiempo, ya que tomé las de Villadiego en el propio centro de estudios, que, por lo visto, era un seminario y yo sin enterarme. ¡Qué papanatas!

Sí que me fastidia y me alarma ver cómo otras personas que aguantaron el tirón disciplinadamente durante años las han pasado tan moradas y todavía no logran deshacerse de los lamentables rastros de experiencia tan traumática. A ellos les ruego que disculpen el tono desenfadado de esta epístola, porque, además me toca de cerca su experiencia, ya que tengo gente muy próxima a mi que todavía se mueve (o se inmoviliza) en circunstancias parecidas. A mi no me lo cuentan, pero me consta que han pasado y pasan lo suyo aferrados al muro de la caverna.

Mi vida en la cueva platónica no fue en absoluto desdichada, ésa es la verdad. Y no lo fue gracias a todo lo prohibido o periférico. Ocasionalmente lo pasé mal o me sentí indignado, pero supongo que eso aparecerá tras la ingesta del siguiente crespillo.

En primer lugar, las excelentes amistades particulares, fruta prohibida y, por consiguiente, harto sabrosa y aromática. Precisamente acabo de coincidir en estos lares con H.A., uno de los amigos de entonces y barrunto que de ahora, gracias al reencuentro. H.A. era vitalidad pura, noble y generoso, además de extraordinario deportista. Lo malo es que en aquel seminario camuflado se practicaba sin tasa el arte del estereotipo. El mío era algo así como de bufón de corte y el de este colega, el de sujeto brutísimo, cosa que a mi no me parecía del todo decorosa, porque esa estúpida simplificación ignoraba el resto de un perfil humano bastante más sustancioso. Creo que funcionaban esos clichés con una motivación fundamentalmente defensiva. Es más cómodo pensar en fulanito como "el despistado", en menganito como "el enanito", o, y esto es más grave, en perentanito como "el hazmerreir", aunque no se utilizara directamente la palabra.

El caso es que había amistades particulares y hasta clubs privados, lo que resultaba harto gratificante. Quienes tuvimos la suerte de integrarnos en la pandilla de los creativos extravagantes lo pasábamos bastante bien. Un día andabas falsificando escuditos heráldicos para colegios de no sé qué parte, otros, pintabas florecitas en el más puro estilo borgoñón en cualquier oratorio y, por fin, te montabas una animación monstruo para un festejo colegial. Claro que de vez en cuando te llovía algún chorreo o algún conato de censura, pero es que no puede haber rosas sin espinas, ¡qué caray!

Una de esas veces el afamado y popular Don Honorio casi me capa una obra maestra. Fue con motivo de una imposición de becas a los pseudo-colegiales, creo que con la presencia inefable de MP, a quien dedicaré luego un parrafillo nostálgico-erótico. El poema comenzaba así:

"El Doctor Lombardía nos impone la beca / La mayor alegría para el buen colegial / Marcharemos con ella de la ceca a la meca / a Palencia el ibero, a Acapulco el azteca / agitando sus alas como grajo jovial (qué aliteración, ¿eh?)... etc.

Bueno, pues no sé qué horrendo tufo diabólico ventearía el clérigo sabueso en aquellos inofensivos versitos, porque decidió que aquello no se leía y, ante mi tímida objeción, sentenció: "yo aquí hago y deshago" (sic). Menos mal que en medio de la refriega irrumpió el aludido (El gran Pedro Lombardía), que arrebató el papel al sulfurado clérigo, comenzó a troncharse de risa y exigió el levantamiento inmediato de la censura. Y es que había de todo, como en botica.

MP... ¡Ay qué recuerdos! MP era la esposa de nuestro supuesto rector o semejante (no recuerdo el título exacto). Este señor era muy amable y creo que no se enteraba demasiado de cuál era su papel en la comedia. Emblemático fue su nombramiento ministerial a mano errónea del finado dictador. Por lo visto se confundieron de persona y la liaron bien gorda. Pues el caso es que MP estaba buenísima. ¿Qué digo buenísima? ¡Óptima! Además le daba por cantar copla española con un vestido ajustadísimo y ¿en qué escenario? Pues, aunque no se lo crean vuesasmercedes, en el mismísimo seminario al que aludo continuamente. Fiesta colegial, gracietas diversas, cantautor - folclorista inspiradísimo (otra amistad particular, qué diablos) y El prohombre con MP a bordo. Había que ver las miradas de cachondeo que nos cruzábamos los colegas del club de pintorescos. Y las caritas que se les quedaban a los responsables y encajadísimos del lugar. Oiga: ¿cómo se "guarda la vista" frente a un torbellino poblado de curvas, que se menea sin especial recato cara a una troupe de numerarios atónitos! "Soñad, soñad y os quedaréis cortos." Creo que en aquellos momentos sí que comprendí a fondo la enigmática frase del Santo.

Preciso era distinguir entre "confidencia" y "confidencialidad" o "compincheo". Por confidencia se entiende una especie de confesión laica normalmente penosa y aburrida que uno realiza (o esquiva hábilmente) frente a un individuo normalmente obtuso, ocasionalmente bien intencionado y aleatoriamente todo lo contrario. Esta persona se halla francamente interesada en averiguar si uno vive como un cristiano normal en medio del mundo, compleja figura que consiste en rezar una barbaridad con ganas o sin ellas, marear a nuestros amigos y conocidos para que vengan a soportar meditaciones los sábados, confesarse de pijadas semanalmente (nada de entrar a fondo), vaciar los ceniceros de la sala de estar, poner cara de pescado hervido y callar la boca en cuanto se levanta la tertulia, arrearte de disciplinazos en el trasero el día que toca, apuntar en una hojita lo que has hecho mal cada día, apuntar en otra hojita los paquetes de ducados que compraste, y un sinnúmero de cosas corrientes que hacen todas las almas cristianas corrientes con absoluta regularidad. No me gustaba nada esto de la confidencia.

En cambio la confidencialidad o compincheo me parecía de perlas. Por ejemplo cuando el Jordi (llamémosle así) y un servidor éramos destacados en misión apostólica semanal a una ciudad próxima a bordo de una vieja Vespa, que conducíamos por turnos haciendo todo tipo de barbaridades, como cambiar de sillín en marcha y cosas por el estilo. Digamos que nuestros resultados en materia de proselitismo eran notablemente pobres, pero gracias a las estancias en aquel piso de ocupación semanal logré enterarme de lo que se contaba el señor Freud y de las pegas que los conductistas se entretenían en ponerle al padre del psicoanálisis y a sus secuaces. Adquirí también algunos conocimientos sobre la doma de potros, que luego no me han servido para nada; pero tampoco la metafísica tomista me ha servido para gran cosa y no voy a quejarme por eso. Luego el Jordi puso tierra por medio, igual que yo, y proseguimos la amistad por cauces menos clandestinos hasta que los complicados vericuetos de la existencia nos separaron.

Y me queda por referir otro montón de estupendos amigos.

Recientemente he restablecido la comunicación con un irónico y genial bostoniano y con un docto y sonriente japonés, ambos libres hace años del pestiño opusiano. Con otros ha habido menos suerte y no sé por dónde paran. Había un joven más bien gordito ducho en la música beatle y en el cine norteamericano, un catalán filósofo con flequillo la mar de divertido y otras malas compañías igual de interesantes y campechanas. Creo que incluso nos permitíamos alguna que otra humorada verbal con ocasión de personajes y anécdotas locales.

De otros he sabido esporádicamente, como, por ejemplo del historiador encajado bajo el estereotipo "elemento local vasco-navarro", que hacía bastante de su capa un sayo hasta que decidió también partir en busca de más prósperos horizontes, o de un estupendo geógrafo vallisoletano, a quien me encontré por una histórica villa, cuando cada uno de nosotros pilotaba un grupo de estudiantes cansados y aburridos. Son demasiados para acordarse de todos.

Claro está que escribo estas líneas con la intención de que los actuales directores de la hoy prelatura comprueben cuán perniciosas resultan las amistades particulares para los jóvenes numerarios y cómo es menester corregirlas y enmendarlas antes de que degeneren en sustancial riesgo para la perseverancia en su vocación de indiscutible origen divino.

Ya confesé al principio que a mi lo que me gustaba de todo aquel batiburrillo eran cosas prohibidas o periféricas, lo que demuestra de forma categórica que estos señores tienen toda la razón cuando marginan o prohiben toda conducta aproximadamente normal, porque las cosas normales o naturales, como enamorarse o atiborrarse de lecturas indiscriminadas, nunca podrán conducir a nada bueno.

No sé si me animaré a ingerir más crespillos, porque estoy ocupadísimo escribiendo cosas de las que dan de comer e incluso generan derechos de autor, amén de otras actividades; pero, si lo hago por vicio o azar, no dejaré de remitirlo.





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