Beato Ávaro: de momento, para que los suyos le veneren.- Isabel de Armas
Fecha Monday, 05 August 2013
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


BEATO ÁLVARO: DE MOMENTO, PARA QUE LOS SUYOS LE VENEREN

Isabel de Armas, 5/08/2013

 

   Ante el desconcierto y la generalizada decepción sentida por la reciente beatificación de la “sombra” de José María Escrivá, don Álvaro, se me ocurre que tal vez puedan ser aclaratorias algunas de las reflexiones que me hice a propósito de la canonización del fundador del Opus Dei y que publiqué en mi libro La voz de los que disienten, Editorial Foca, 2005 (pp. 11 a 16).

   El 1 de octubre de 2002, víspera de esta canonización, el teólogo Casiano Floristán, amigo mío y maestro, escribía en el Diario de Navarra: “Con libertad de espíritu y afecto cristiano me permito sugerir unas modestas ideas para gente perpleja en esta cuestión y en esta hora”. De su escrito merece la pena destacar tres puntos que me parecen importantes...



*La canonización de un cristiano, acto reservado al Papa, ha ocasionado con frecuencia discusiones ya que, al reconocerse públicamente la santidad de una persona en una solemne eucaristía papal, se la propone como modelo para los católicos de todo el orbe. Sin embargo, no todos los santos son iguales, ni todos los ejemplos de santidad son unánimemente aceptados. Los cristianos tienen libertad de elegir como propio el nombre de un santo, rezar a quien más le complazca de la corte celestial y, si son coherentes, seguir la senda que recorrió antes un admirable imitador de Jesucristo. Por “sentido de fe”, el pueblo ha sabido ensalzar a unos santos y desestimar a otros.

*La santidad, como valor fundamental cristiano, está por encima de una canonización concreta. Hay más santos sin peana que con ella. Dicho de otra manera, un cristiano puede ser santo y estar lejos de un proceso de canonización, con tal de que aprecie el valor de la santidad. En fin, que se puede disentir del modelo de santidad que refleja el fundador del Opus Dei y sentirse más cerca de otras figuras que el pueblo considera ya santas, por ejemplo Juan XXIII y el obispo salvadoreño Óscar Romero.

*La santidad es plural, como son diferentes las personas, las culturas y las épocas. Ahora bien, al ser los santos imitadores de Cristo, deberán seguirlo en lo medular, en el compromiso y en las acciones. Hoy podemos considerar santo a un cristiano entregado (que está al servicio de los más necesitados), que sabe perdonar (que concilia y reconcilia), que obra con justicia y libertad (el reino de Dios es su causa), que se encara con los ídolos (el dinero, el poder), que vive la cercanía de Dios (que dialoga con Él) y que reacciona evangélicamente ante la vida y la muerte (pues sus valores son los de Jesús). Quien así obra será santo, suba o no a los altares.

   Para quien no desee meterse en mayores berenjenales, estos tres puntos pueden resultar suficientemente aclaratorios y tranquilizadores, pero a otros pueden parecerles insuficientes, y a otros más, innecesarios, como es el caso de un amigo, conocedor de la Obra por estar rodeado de familiares miembros de la misma, que me decía: “Yo, después de la canonización del San Marqués, es que ya paso de todo”. Una postura entendible, pero demasiado fácil. Y, para no caer yo también en lo demasiado fácil, he intentado profundizar en el tema. En esta tarea me resultó de gran ayuda el trabajo realizado por Wolfgang Beinert, profesor de Teología sistemática y de los dogmas en la universidad de Ratisbona (Alemania), y publicado en la Stimmen Der Zeit, revista de los jesuitas alemanes. Dicho artículo está traducido y condensado en la revista Selecciones de Teología n. 166 (2003), pp.83-92, con el título “¿Qué son los santos?”.

   Lo primero que destaca W. Beinert es que el fenómeno de la santidad ha fascinado, sin excepción, a todas las religiones. Los judíos profesan devoción a sus rabinos famosos, los budistas veneran a sus “iluminados” (llamados lamas en el Tibet), el hinduismo admira a los “maestros” (gurús) y el islam a los “Místicos” (sufíes).

   También las diversas confesiones cristianas veneran a los santos. Los protestantes se opusieron a los abusos de la piedad popular y condenaron las formas de culto de los santos. Pero nunca negaron la existencia de personas santas, ni tampoco su merecida veneración. “Sólo la Iglesia católica –especifica Beinert- posee un secular procedimiento, centralizado en Roma, para reconocer la santidad auténtica de un fiel cristiano”.

   Al analizar la palabra “santo”, Beinert descubre gran variedad de significados y siempre con un sentimiento analógico. Se trata de cosas santas por su mayor o menor relación con un “analogatum princeps”. Dios es el Santo, el absolutamente Santo. Dios es santo en sí mismo y sin relación a otra persona o cosa. La santidad es un atributo divino que no puede describirse. Todo lo que se refiere a Dios es santo. Lo que no es Dios, no es santo. La santidad de Dios no depende de nada, es absoluta, pero Él la ha querido compartir con sus criaturas. Esta divina solidaridad con los seres humanos permite afirmar que cuanto entra en relación con Dios puede llamarse santo, como algo derivado del “analogatum princeps”. “Hay cristianos que se toman muy en serio el seguimiento de Cristo, el Santo de Dios. Éstos se merecen de manera especial el atributo de santos”, escribe san Pablo en su primera Carta a los Corintios.

   Merecen el nombre de “santos”, en primer lugar, los “mártires” (vivieron prisión, testimonio de fe y muerte violenta) seguidos de los “confesores” (que, por amor a Cristo, sufrieron condena, cárcel y torturas, sin llegar a la pena capital). Cuando, en el siglo IV, el cristianismo deviene religión del Estado, ya no se dan persecuciones sangrientas. Entonces surgen en la Iglesia cristianos que viven tan austeramente su fe que merecen ser llamados “mártires blancos”. Son los monjes y las vírgenes, los ascetas, los ermitaños y los anacoretas. A todos ellos se les reconoce una particular santidad.

   Ya en la Edad Media la Iglesia admiró y veneró la santidad de aquellos cristianos que vivían el Evangelio de forma poco común (obispos, misioneros, teólogos, miembros de órdenes de caballería). El santo es entonces un héroe moral. Y, puesto que al final de la época antigua se había infiltrado en el cristianismo un cierto dualismo, caracterizado por la oposición al cuerpo, se privilegió la perfecta continencia y castidad. Así, en 1320 santo Tomás de Cantilupe fue canonizado porque amaba tanto la castidad que ni aseaba su cuerpo ni se atrevía a abrazar a sus hermanas. En el siglo XIV, el único laico canonizado fue san Eleazar de Sabrau, quien, en veinticinco años de convivencia matrimonial, no consumó nunca su matrimonio.

   ¿Cómo se llega hoy, de hecho, a ser un santo reconocido? La Iglesia ha desarrollado un procedimiento singular para ello, que ha sufrido considerables cambios a lo largo del tiempo. El procedimiento actual es relativamente reciente y se remonta al año 1983, habiendo sido promulgado por Juan Pablo II. Se distingue entre santos y beatos. La beatificación tiene como consecuencia que la persona beatificada sólo puede ser venerada en una diócesis determinada o en una congregación religiosa específica. La canonización, por el contrario, permite la veneración por parte de la Iglesia Universal. El testimonio, el milagro y la veneración son de vital importancia para el procedimiento de la canonización.

   Al referirse a los actuales procesos de canonización, el citado profesor escribe textualmente: <<Canonizar un determinado santo conlleva un hecho significativo “político”. ¿Se trata de motivos reales y objetivos o su actualidad depende del juicio de Roma? Ahí radica el disgusto de muchos fieles cristianos por la canonización del Padre Pío y Josemaría Escrivá. Su conducta personal en vida y el comportamiento de sus seguidores no han dejado de levantar sospechas>>.

   La canonización es un proceso jurídico que ratifica la ejemplaridad de una vida cristiana. El juicio del papa, que, según la teología oficial de la Iglesia, es infalible en los procesos de canonización (no así en los de beatificación), confirma que estos santos gozan eternamente de la comunión de vida con Dios. Con ello quedan claros los límites y significado de este proceso. He aquí, según el profesor Beinert, sus principales e importantes limitaciones:

1/ El juicio papal tiene carácter “aseverativo”, no “exclusivo”; afirma que un santo vive en la eternidad divina. El papa sólo quiere resaltar el carisma más sobresaliente de la persona canonizada y mostrarlo como ejemplo a los creyentes.

2/ Se trata de un juicio que “permite”, no “obliga”. Permite venerar e invocar a un santo o a una santa. Pero no obliga a sentir o manifestar devoción. Nadie tiene obligación de profesar veneración a un determinado santo, y menos aún a su peculiar manera de “ser cristiano”. El sentir popular, por tanto, es del todo ortodoxo, y está cargado de razón, cuando expresa: “Ese no es santo de mi devoción”.

3/ La declaración papal es “escatológica”, no histórica. Afirma que el santo y la santa, una vez acabada su vida terrena, ha alcanzado la gloria celestial. No afirma que todas sus actuaciones u omisiones fueran buenas, cristianas y correctas. Los santos han sido pecadores; incurrieron en los errores de su tiempo y su horizonte teológico era limitado.

      En fin, que en esto de los santos se puede afirmar, sin falta alguna de rigor, que “ni son todos los que están ni están todos los que son”. Y tan sabio refrán encaja perfectamente con la actitud de Pablo VI quien, ante una amenaza de inflación de santos, intervino en 1969, mandando borrar del catálogo oficial y del calendario litúrgico a más de cuarenta santos (no voy a transcribir la lista completa, pero si alguien siente curiosidad por conocerla, se la puedo facilitar).

   Ante esta reducción drástica, una de las primeras decisiones durante el papado de Juan Pablo II fue la de decidir aumentar el número de santos. Ni que decir tiene que el Opus Dei se sumó enseguida a esta imparable carrera de nuevos santos y, tan sólo un año y medio después de que Juan Pablo II canonizara a San Josemaría, el 5 de marzo de 2004 arrancaba en Roma el proceso de canonización de Álvaro del Portillo, su sucesor al frente de la Obra. ¿Llegará a los altares con la misma celeridad?

   Junto al que fue la “sombra” del fundador, el Opus cuenta con otros santos en cartera y con proceso abierto, entre los que destacan los nombres de, Montse Grasses, Ernesto Cofiño, Tony Zweifel, Isidoro Zorzano, Eduardo Ortiz de Landázuri y su hermana, Guadalupe Ortiz de Landázuri. Los procesos están en manos de un equipo de postuladores bien engrasado, al que dicen que no hay abogado del diablo que se le resista. ¿Contarán también con la protección del papa Francisco? Tiempo al tiempo. De momento, don Álvaro ya es beato, para que los suyos le veneren con todas las bendiciones.

Isabel de Armas







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