Nuestro amigo pabloramon,
según se firma, parece más avanzado en saberes teológicos que en los lingüísticos
y filológicos que no son malos compañeros de aquéllos; en todo caso, entiéndase
lo que voy a decirle como dicho con toda la caridad y afecto que a todas luces
se merece.
Él nos brinda una etimología de la palabra “papa” que,
con su permiso, voy a anotar en la libreta de curiosidades con las que suelo
aliviar el natural tedio de mis alumnos en mis clases: se trataría, siempre
según nuestro amigo, de un acrónimo del sintagma latino Petri Apostoli
Potestatem Accipiens; es decir, “el que recibe la potestad del apóstol
Pedro” (quizá proveniente de algún sabio de la Edad Media, cuando la gente
tenía tanto tiempo libre). Tras quitarme el sombrero ante tan piadoso ingenio,
o tan ingeniosa piedad, le diré que la suya no es la primera etimología de
semejante cariz de la que tengo noticia. En efecto, ya hace muchos años que
llegó a mis oídos la que explicaba el hipocorístico “Pepe”, con el que
en España se nos suele llamar a quienes llevamos el nombre del patriarca san
José, como un desarrollo de la abreviatura latina “P. P.”, es decir P(ater)
P(utativus Dni. Nostri…). Más tarde he visto un tour de forcé aún
más admirable: el que sacaba el hipocorístico “Paco” de nuestros Franciscos de
un desarrollo de la abreviación latina Pa(ter) Co(nventus); y, como
dicen los portugueses, así por diante.
Pues bien, la palabra papa es latina, y
probablemente también griega (véanse los numerosos apellidos griegos modernos
que empiezan con papa-, propios de descendientes de popes, que
seguramente es lo mismo). Es la misma palabra papá de nuestra lengua,
acentuada como aguda desde que en el siglo el siglo XIX así se impuso por
influencia francesa (todavía cualquiera que vaya a un Hipermercado suburbano de
Madrid podrá comprobar que allí los chicos aún siguen diciendo, y a gritos,
“papa” y “mama”).
Puestos a ir hasta el final, ¿qué quería decir “papa”
en sus orígenes? Parece que es un término elemental o semi-infantil de la
lengua familiar (que quizá subsiste en el nombre la “papa” o “papilla” que aún
damos a nuestros bebés, y en el del verbo “papar”). En efecto, por de pronto,
la palabra repite una misma sílaba, algo típico de ese registro lingüístico;
pero además, se trata de una sílaba ideal, formada por el fonema
consonántico oclusivo (cerrado) más elemental y frecuente, /p/, y el más
elemental (y abierto) de los vocálicos, /a/; es decir, por términos extremos,
los más asimilables para el infante a la hora de construir sílabas.
En fin, y para concluir, añadiré algo sobre pap(p)a
y mam(m)a. La geminación de las consonantes es cuestión menor para
cualquier lingüista. Pero sí vale la pena recordar una hipótesis del lingüista
ruso Roman Jakobson: papa sería, por así decirlo, la forma básica;
pero cuando el infante estaba mamando, si quería seguir haciéndolo sin perder
la respiración, no le quedaba más remedio que abajar el velo del paladar para
respirar por las narices; con lo que el fonema oclusivo oral /p/ de papa
se convertía en el oclusivo nasal de mama. Pero éstas ya son geniales
rarezas de lingüistas a las que no quiero arrastrar a nuestro buen amigo,
siempre que le haya quedado claro que “papa” es lo mismo que “papá” o que
“papaíto”.
Pepito