Fe entre pistis y asentimiento.- Aquilina
Fecha Friday, 05 July 2013
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Desde hace tiempo me encontré con el escrito que adjunto más abajo, y que me ayudó mucho a reconsiderar mi concepto de “tener fe”, un concepto que sin duda alguna heredado de la educación católica de estilo muy conservador que recibí en mi familia, que reforzaron la mayoría de otros católicos observantes que encontré en mi vida, y por supuesto que se me arraigó hondamente dentro del Opus Dei, que extremizó en mí la noción de “tener fe” en el sentido de observancia estricta de unas verdades intelectuales ortodoxas.

A lo largo de muchos meses me resistí a transformar ese escrito en una intervención para esta web, porque me parece que no es lugar este para que cada uno haga propaganda de sus planteamientos personales en campo de fe, pero volver una y otra vez a leerlo y meditarlo me convenció de que las consideraciones que proporciona el escrito sí pueden resultar muy útiles precisamente para quienes pasamos por el indoctrinamiento proprio del Opus, con el fuerte hincapié que ese indoctinamiento hace en la dirección de transformar el asentimiento de fe en una actitud voluntarista y prevalentemente racional, todas actitudes que pueden al final resultar no constructivas, no fecundas, para los recorridos espirituales de cada cual. Además las argumentaciones que se aducen me parecen muy acertadas y fundadas, e independientemente de que se llegue a compartir o no las conclusiones del autor, todo el escrito me parece seriamente planteado…



También me choca averiguar, cada vez que me acerco a la lectura de algún místico, antiguo o moderno, que sus planteamientos se casan mucho mejor con los planteamientos del este escrito más que con otros que estamos acostumbrados a considerar más ortodoxos.

Tampoco se trata de adherirse a esas ideas de forma acrítica o totalizante, soy muy consciente de que algunos no se encontrarán cómodos con estas reflexiones, sólo pretendo compartir unas ideas que me parecen muy fecundas para revisionar y remozar el estilo de nuestra búsqueda y adhesión a la Verdad. A quien le interese profundizar o tener más noticias del autor, puede buscar en el siguiente link.

Fe para mover montañas

 Numerosos “creyentes” hablan de su “fe” y de la necesidad de que todoos tengamos “fe”. Pero, ¿qué significa exactamente “fe”?. La fe supone “creer”, responderéis muchos; o ser “fieles” a unas “creencias”, contestaréis algunos. Pero, ¿estáis seguros de que es así?. La fe en boca de Jesús puestos a indagar en el asunto, hay que empezar subrayando un hecho objetivo: es en el mensaje del Maestro Jesús donde la fe ostenta un protagonismo bastante más remarcado y acentuado que en las demás escuelas espirituales. Si tenéis dudas al respecto, os aconsejo la lectura del libro En defensa de Dios (Paidos; Barcelona, 2009), de Karen Armstrong, experta mundial en religiones, que explica con detalle el papel central que la fe tiene en las manifestaciones públicas de Jesús, sin paragón en ninguna otra tradición o corriente espiritual.

Es suficientemente conocido y los Evangelios lo constatan, que Jesús regañó una y otra vez a sus discípulos por su falta de fe, mientras alababa la de los gentiles, que parecían entender sus enseñanzas mejor que sus propios paisanos judíos. Igualmente, a quienes les pedían una curación, les exigía como requisito previo que tuvieran fe, auténtica llave con la que abrir el cofre de los milagros. Y famosa es su aseveración acerca de que la fe mueve montañas y de que con ella “nada os será imposible” (…). Ahora bien, ¿qué quiso expresar Jesús cuando tanto hablaba de fe?. Pues para saberlo, hay que acudir obligatoriamente a su idioma nativo. Se puede comprobar así que con esta expresión hacía mención a lo que en las primeras transcripciones al griego de sus enseñanzas se sintetizó en el vocablo “pistis” (su forma verbal es “pisteuo”), palabra traducida como “fe” en el Nuevo Testamento y que significa literalmente, “confianza, perseverancia y compromiso”. Por tanto, la fe en boca de Jesús no fue utilizada como sinónimo de “creencia”, ni tampoco como llamada a que la gente tuviera que “creer” en él o en “algo”.

Hablaba el Maestro de confianza, perseverancia y compromiso, es decir, de cosas muy distintas a la fe ciega, los dogmas de fe, las doctrinas impuestas bajo la intimidación del “temor de Dios” o la ortodoxia oficial que castiga como herejía todo aquello que no coincide con sus postulados. A los que durante siglos y aún hoy día se esfuerzan en transmitirnos esta visión obtusa y absurda de la fe hay que estarle agradecidos. No en balde, debido a ellos estamos en condiciones de entender mucho mejor el mensaje auténtico y trascendente de Jesús a propósito de la fe y sobre el que de inmediato volveremos. Las razones de la tergiversación

Pero antes hay que preguntarse qué ha ocurrido para que históricamente se haya producido esta tergiversación de contenidos. Desde luego, ha habido personas y colectivos que conscientemente han influido en ello, dando a la fe la interpretación que más convenía a sus intereses terrenales, por más que los disfrazaran de celestiales. Sin embargo, el origen sustantivo de la confusión radica en la “Torre de Babel”, es decir, en las diferencias de lenguas y en sus distintas acepciones y construcciones sintácticas y gramaticales. Debido a esto, cuando san Jerónimo (342-420) tradujo el Nuevo Testamento del griego al latín, no encontró mejor transcripción para el vocablo griego “pistis” que el término latino “fides”, esto es, “lealtad”; además, dado que “fides” carece de forma verbal, en lugar del griego “pisteuo” (formal verbal de “pistis”) usó el verbo latino “credo”. Seguro que lo hizo lo mejor que pudo y supo, pero, con el paso de los siglos, provocó que en idiomas derivados del latín, como el español, “la confianza, la perseverancia y el compromiso” reclamados por Jesús fueron sustituidos, como señala el Diccionario de la Academia de la Lengua, por la exigencia de “fidelidad” y el “asentimiento a la revelación de Dios”, convertido finalmente por la Iglesia romana en la primera de las virtudes teologales.

En cuanto a las lenguas anglosajonas, la reinterpretación de la fe vivió en dos fases. Primero, al traducirse la Biblia al inglés, “credo” y, por ende, “pisteuo” se convirtieron en “I belive” (“yo creo”) en la versión del rey Jacobo (1611); y se asocio al término “belief” (“creencia”), que en la época era entendido como “lealtad” a una persona a la que se está ligando por promesa o deber (por ejemplo, en la figura del caballero de Chaucer, cuando suplicaba a su patrón “accepte my bileve”, quería decir “acepta mi fidelidad, mi lealtad”). Posteriormente, este significado cambió. Concretamente, a finales del siglo XVII, cuando nuestro concepto de conocimiento se hizo más teórico, la palabra “creencia” empezó a usarse para describir el “asentimiento” a una proposición hipotética y con frecuencia dudosa. Científicos y filósofos fueron los primeros en utilizarla en ese sentido, hasta que bien entrado el siglo XIX también así quedó formulada en los contextos religiosos. Confianza, perseverancia y compromiso Por tanto, lo que el Maestro Jesús nos solicita no es “fidelidad”, ni “creencia”, ni “asentimiento”, sino “confianza, perseverancia y compromiso”.

Esto es: +Confianza: Su manifestación más genuina y acabada es la confianza en la Providencia. Y ello en el convencimiento pleno de la perfección de la Creación. Todo es perfecto y no ha lugar a preocupaciones ni sufrimientos, que no son sino muestras de engreimiento y vanidad. Vive en el presente, en el ahora, como las aves del cielo y los lirios del campo. Y no te identifiques con los apegos y anhelos materiales (bienes, poder, éxito, reconocimiento social, qué dirán,…) que, en vez de llenar tu vida, terminarán sepultándola bajo su peso.

+Perseverancia: Está íntimamente relacionada con el trabajo interior de cada uno para activar nuestro Yo Verdadero -nuestra dimensión espiritual, eterna e infinita- y permitir que tome las riendas de nuestra vida, en lugar del pequeño yo, el ego, que sólo se percata y vive para el mundo de “ilusión” (maya) de las formas materiales, el tiempo y el espacio (tercera dimensión).

+Compromiso: Porque el crecimiento espiritual –activación del Yo Verdadero-, si es tal, genera Consciencia de Unidad y, con base en esta, Amor Incondicional hacia todos y hacia todo. La quietud –contemplación, Ser- es también movimiento –acción, Amor-. Y éste se manifiesta en el amor al prójimo, la armonía con la Naturaleza y el Cosmos, la compasión y la “evangelización” (que no es otra cosa que dar lo que somos -y recibiremos lo que damos-). Jesús quería discípulos que se comprometieran con su misión, que dieran todo lo que tuvieran, que se negaran a dejarse obstaculizar por los lazos familiares, que abandonaran su orgullo y dejaran a un lado su engreimiento y su sentimiento de superioridad y que difundieran la buena noticia del Reino, que está dentro de nosotros mismos, a todos –incluso a las prostitutas y los recaudadores de impuestos- y llevaran una vida compasiva, no limitando su benevolencia a los seres “queridos” o las personas respetables y convencionalmente virtuosas.

 Esta fe o “pistis” –conjunción perfecta de confianza, perseverancia y compromiso- sí que mueve montañas; y desencadena un potencial humano insospechado capaz de hacer realidad el “nada no es imposible” prometido por Jesús. La fe radicalmente cristiana no es, pues, una creencia, mucho menos un asentimiento, sino una vivencia directa e íntima de la propia divinidad que todos atesoramos en nuestro interior y que es la mejor fuente de experiencia y sabiduría: fe que busca la inteligencia (“fides quaerens intelectum”); fe para saber, o creer para entender (“credo ut intelligam“, en expresión de San Agustín). Porque, como indicó San Anselmo al hablar de la “operosa fides” y de la “otiosa fides“, la fe que no trata de entender es una fe ociosa. Una fe que no sabe de iglesias ni de credos. Una fe inteligente, operante, viva, válida para comprender. Una fe que es el suplemento de conocimiento que nos proporciona la revelación interior a la que los seres humanos tenemos acceso. Revelación que no sucede aleatoriamente o por azar, sino que está ligada a la activación de nuestro Yo Verdadero (con perseverancia). Por lo que la fe, para que dé sus frutos, debe volcarse en una práctica cotidiana de la misma (Amor Incondicional, compromiso) que confirmará en el día a día la veracidad de lo que anuncia y ayudará a ahondar en ella mediante la elevación del nivel de consciencia. Planteamientos que ayudan a interiorizar el mensaje que un grupo de monjes contemplativos católicos remitió al Sínodo de los Obispos, en septiembre de 1967, sobre la posibilidad de que el ser humano entable un coloquio íntimo con Dios. En él, frente a la idea imperante incluso entre muchos creyentes de que no es posible llegar a Dios -desconocido e inaccesible, “completamente Otro”-, muestran su convencimiento de que Dios “concede al espíritu atento y purificado el don de alcanzarlo más allá de palabras e ideas”, añadiendo que “la fe desemboca en la seguridad inamisible colocada en nuestros corazones por Dios mismo” y que “en el Espíritu hemos comprendido que en Él tenemos acceso a Dios por la fe reintegrados en nuestra dignidad de Hijos de Dios”.







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