Importante pregunta a Jaume.- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 03 July 2013
Tema 115. Aspectos históricos


Las últimas entregas de Jaume García Moles (de la 12ª a la 15ª) son impactantes por las acusaciones que Jaume lanza no sólo a ¿san? Josemaría Escrivá, sino también a los que promovieron desde el Opus Dei su proceso de beatificación y canonización. Agradezco, pues, a Jaume su ingente y valioso trabajo de investigación (también agradezco a Doserra su respuesta del 26.06.2013). Sin embargo, tengo una seria duda que quisiera plantear a Jaume con franqueza para que no deje posibles cables sueltos en esta grave acusación...



La duda es que, si fuera cierto que el seminarista José María Escrivá obtuvo y empleó documentos falsos para trasladarse desde Logroño a Zaragoza, ¿por qué el obispo de Calahorra no se enteró del engaño y no denunció a este seminarista? No nos olvidemos que a comienzos del siglo XX los obispos tenían una mentalidad próxima a la de los antiguos señores feudales y actuaban como celosos dueños de sus súbditos. Un seminarista no se escapaba así como así de la jurisdicción episcopal en aquellos años. El silencio del entonces obispo de Calahorra podría interpretarse en el sentido de que el comportamiento de Escrivá no fue tan irregular o ilegítimo como Jaume denuncia. Es decir, Escrivá pudo trasladarse a Zaragoza en 1920 con el visto bueno del obispo de Calahorra; de no haber sido así, este obispo habría denunciado al arzobispo de Zaragoza el mal comportamiento del seminarista Escrivá y ambos obispos lo habrían penalizado prohibiéndolo recibir las sagradas órdenes.

Me planteo esta duda por otra razón. Como bien sabrá Jaume, cuando Escrivá residió en Logroño, aún no era clérigo, sino laico. En aquellas fechas, se ingresaba en el estado clerical mediante la recepción de la tonsura; actualmente, después de la reforma litúrgica del concilio Vaticano II (1962-1965), se ingresa en el estado clerical mediante la recepción del diaconado. Escrivá no recibió la tonsura en la diócesis de Calahorra, sino en Zaragoza el 28 de septiembre de 1922 (página 613 del volumen I de la biografía de Vázquez de Prada). Pues bien, el hecho de que Escrivá aún no fuera clérigo en Logroño debió de facilitarle bastante el cambio de diócesis. Además, no tenemos plena seguridad ni certeza de que estuviera vinculado por el juramento de pertenencia a la diócesis de Calahorra; sí sabemos que él ingresó como alumno externo del seminario de Logroño, pues residió todo aquel tiempo en casa de sus padres.

Este cuadro puede dar a entender que el obispo de Calahorra, aun habiendo recibido el exeat del obispo de Barbastro autorizando a Escrivá a marcharse a la diócesis de Calahorra, contemplara la estancia del seminarista Escrivá en Logroño como provisional: un joven afectado por una desgracia familiar tras el fracaso del negocio de su padre, que se vio obligado en 1918 a abandonar Barbastro y a trasladarse con sus padres a Logroño, donde su padre encontró un nuevo trabajo; no resulta sorprendente ni sospechoso de malicia que este joven se plantee –un tiempo después de llegar a Logroño, ciudad algo extraña para él, y de ingresar en el seminario de Calahorra en 1918– la posibilidad de regresar a Aragón en 1920, para estudiar teología en un seminario de la capital aragonesa, Zaragoza, donde vivían familiares suyos.

¿Por qué, en atención a estas circunstancias, iba a oponerse el obispo de Calahorra al regreso de Escrivá a Aragón? Imaginemos la siguiente escena. Escrivá solicita al obispo de Calahorra en 1920 su autorización para trasladarse a Zaragoza, y el obispo le responde: “Me parece muy bien que usted marche a Zaragoza. Puesto que no está incardinado en esta diócesis de Calahorra y no lleva mucho tiempo –sólo dos años– estudiando en el seminario de Logroño, puede usted presentarse al arzobispo de Zaragoza aportándole la documentación del obispo de Barbastro, su ciudad natal, en que vivió muchos años, y diócesis sufragánea de la metropolitana de Zaragoza; esa documentación deberá completarse con el certificado de estudios de los dos cursos académicos (1918/19 y 1919/20) que usted ha realizado en el seminario de Logroño con la autorización del obispo de Barbastro”. Si la escena por mí imaginada correspondiera a los hechos históricos reales, entonces se explicaría por qué el obispo de Calahorra no denunciara el engaño de Escrivá. Sencillamente, tal engaño no hubiera tenido lugar. Es más, cabe la posibilidad de que el obispo de Calahorra dispensara al seminarista Escrivá del juramento, si es que lo había hecho, de permanecer en el territorio de la diócesis de Calahorra; este tipo de juramentos son fácilmente dispensables por una causa razonable o justa.

También me cuesta imaginarme que un jovenzuelo de 18 años como Escrivá, nacido en 1902, intrigara a espaldas de tres obispos –el de Barbastro, el de Calahorra y el de Zaragoza– consiguiendo engañarlos de manera tan efectiva: ¿ninguno de los tres obispos descubrió las tretas de un inexperto?, ¿no se dieron cuenta los padres de Escrivá, don José y doña Dolores, de las maquinaciones de su hijo menor de edad y no lo reprendieron?, ¿realmente el joven Escrivá maquinó tanto como Jaume se imagina?

Ya sé que mi hipótesis, de ser cierta, tira por tierra toda la argumentación de Jaume, pero planteo la duda porque una acusación tan grave como la que lanza Jaume no puede dejar resquicios: ¿por qué el obispo de Calahorra no denunció el supuesto mal comportamiento del seminarista Escrivá en una época en que los obispos eran muy exigentes y controladores en la formación de sus seminaristas, sometidos entonces a una disciplina mucho más severa que la actual?

Josef Knecht







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