Vaya por
delante, sin reticencia alguna, mi admiración por las minuciosas pesquisas de Jaume
sobre nuestro santo preferido; y también mi desalentada confesión de que si ya
a estas alturas (menos de un siglo) tenemos que movernos en la intrincada
jungla de la hagiografía más o menos amañada, buenos estamos al respecto de
personajes mucho más antiguos a los que he prestado especial atención en razón
de mi especialidad profesional.
Dicho esto,
creo que Jaume ha pinchado en hueso en cuanto a un par de puntos: 1) No
parece fácil adivinar cuáles fueran los deseos del buen pañero don José Escrivá
al respecto del porvenir de su primogénito y del resto de su familia, aunque
cualquier padre pueda hacerse razonables conjeturas al respecto. 2) Al respecto
del mismo y de su hijo, Jaume se deja llevar al lúbrico terreno de los
juicios de intenciones; que lo son, en primer lugar, por su carácter
íntimo, y luego porque es de suponer que un hombre joven, como tantos de
nosotros, no siempre tuvo claro lo que le interesaba y lo que le convenía hacer
en esta vida. En suma, ante tales cuestiones prefiero practicar la inhibitio
o suspensio iudicii que predicaban los estoicos.
Pepito