Me siento
ahora inclinado hacia una cierta palinodia; no, desde luego, ante a
ése/a que se vale del nombre de la Santísima Trinidad para darle una patada en
sus partes a sus adversarios; pero sí, tras leer la
última entrega de García Moles, al respecto de lo que ese
bienaventurado don Manuel González tal vez tuvo que ver con los místicos
enredos de Escrivá. En efecto, no me extrañaría que hubiera sido uno de los que
le templaron un tanto los fervores, haciéndole ver que eso de una revelación
extraordinaria del propio Dios no es cosa de todos los días; y que incluso
quien afirme por las buenas haberla recibido, podría estar bordeando la pura y
simple herejía. Con todo, nuestro santo preferido ya marcó las diferencias que
estimaba pertinentes entre las obras humanas, por pías que fueran, a las
que miraba por encima del hombro, y el especialísimo mensaje divino con el que
él comparecía en la escena. Sus recalcitrantes convicciones al respecto están
claramente expuestas en la famosa Instrucción sobre el espíritu
sobrenatural…. de incierta fecha (aunque anterior a los últimos años 50 del
pasado siglo); y las mismas han sido objeto del debido análisis en varios
documentos ya publicados en esta página. En resumen, lo que él afirmaba es que
Dios me habló y me dijo: ‘haz esto’.
Lo que habría
que saber es si el propio Escrivá y luego sus sucesores, a la hora de buscarse
un cómodo lugar canónico, y al luego mudarse a otro más cómodo,
expusieron con toda su resplandeciente crudeza a las autoridades de la Iglesia
el divino mensaje directamente recibido; y es que me temo que, de haberlo
hecho, esas autoridades se habrían quedado tan atontadas como los soldados que
guardaban el Santo Sepulcro en la mañana de la resurrección.
Pepito