Escrivá, un ¿santo? de pata libre.- Trinity
Fecha Wednesday, 01 May 2013
Tema 115. Aspectos históricos


Al hilo del trabajo de Jaume García Moles, nos estamos dando cuenta de cosas muy graves: de la mentirota de Escrivá sobre la fundación de su Obra y de la complicidad de Portillo para taparla, como han hecho notar Doserra y Claire Fischer.

 

Como a Nicanor, en sus comunicaciones sobre la falta de amistades de Escrivá en su juventud  y sobre su extraña relación con su padre, a mí tampoco me cuadran muchas cosas que nos han contado de este personaje, que se me va haciendo cada vez menos fiable. Y una de ellas es la de sus directores espirituales.

 

En la entrega 6ª, Jaume nos ha contado que Vázquez de Prada sostiene que, antes de que Escrivá pidiera dirección espiritual al P. Sánchez, S.J. en julio de 1930, sólo le consta que en Madrid mantuviera una relación más cercana con cuatro sacerdotes (D. Norberto, un canónigo de Tarazona, un Cura valenciano y un joven religioso de la Congregación de la Sda. Familia), pero sin que pueda decirse que se dirigiera con ninguno de ellos.  O sea, que quien luego nos impondría a las personas de su Obra que hiciéramos la Charla semanal o quincenal, él iba por libre, hasta el punto de pasarse más de tres años sin dirección espiritual, y eso en unos momentos en que supuestamente Dios le estaba  pidiendo que diera unos pasos muy decisivos.

 

Pero, ¿y antes de trasladarse a Madrid? Movida por la curiosidad, me he ido al capítulo 8 del libro de Cesare CAVALLERI, Álvaro del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Rialp, 1992, que cita Jaume en su 5ª entrega, y me he quedado de una pieza, pues lo que se extrae de las declaraciones de Álvaro Portillo es que este señor dirección espiritual, lo que se dice dirección espiritual sólo la tuvo en muy contados momentos de su vida:

 

«Cuando le contó a su padre la decisión que había tomado de hacerse sacerdote, don José Escrivá le puso en contacto con el Abad de la Colegiata, don Antolín Oñate, para que le orientase convenientemente, y buscó a otro amigo sacerdote que le preparase, tanto desde el punto de vista espiritual como científico; se dirigió a don Albino Pajares, sacerdote castrense, muy piadoso.

»Para la dirección espiritual propiamente dicha y la confesión, Josemaría acudió a don Ciriaco Garrido Lázaro, canónigo capitular de la Colegiata y coadjutor de la parroquia de Santa María de la Rotonda, la iglesia a la que solía ir a rezar. En aquel momento este buen sacerdote debía tener en torno a los cuarenta y cinco años. Familiarmente le llamaban ‘don Ciriaquito’, no sólo por su pequeña estatura, sino sobre todo porque era muy querido en Logroño, tanto, que después de su muerte, en 1949, le dedicaron una calle de la ciudad».

 

O sea, que en Logroño parece que tuvo dirección espiritual pero sólo con don Ciriaco y durante un tiempo no precisado. Pero sigamos con la respuesta de Portillo:

 

«En el Seminario de Zaragoza, donde no había un director espiritual específico, le ayudó sobre todo el Rector, don José López Sierra. Recibió consejos también del propio Cardenal Soldevila, de Mons. Miguel de los Santos Díaz Gómara [Obispo auxiliar], y de don Antonio Moreno. Después de su ordenación, fue don José Pou de Foxá quien más le orientó en los primeros pasos de su ministerio, en calidad de amigo leal y noble y bueno, como lo describía el Padre».

           

Por tanto, en los años de Zaragoza Escrivá no tuvo director espiritual estable. Pues en la época del seminario, el rector ─D. José López Sierra─ y los obispos Soldevila y Díaz Gómara no podían serlo, al prohibirlo la ley canónica. Y, como muestra la correspondencia publicada entre Escrivá y el sacerdote catedrático de Derecho Romano José Pou de Foxá, éste no fue director espiritual y, de hecho, Portillo no se atreve a llamarlo así: más bien, fue director de los planes de Escrivá para doctorarse en Derecho (ver Pedro RODRÍGUEZ, “El doctorado de san Josemaría en la Universidad de Madrid”, SetD 2 [2008] 13-103). Además, no parece que tuviera contacto alguno con Pou mientras estuvo en Perdiguera, de modo que eso que dice Portillo de los primeros pasos de su ministerio parece poco fundado. Y nada se dice de los dos años que transcurrieron desde que abandona su encargo de Regente auxiliar en Perdiguera, a mediados de mayo de 1925 ─mes y medio después de ser nombrado─, hasta que se traslada a Madrid en abril de 1927.

           

La respuesta de Portillo concluye refiriéndose a la etapa de Madrid, con la siguiente afirmación que Doserra ha comentado de forma muy contundente:

 

«En Madrid, nuestro Fundador recurrió a la dirección espiritual del Padre Valentín Sánchez S.J., a quien confió la guía de su alma en el verano de 1930. Tuvo que interrumpirla cuando el gobierno republicano decretó el 24 de enero de 1932 la expulsión de los jesuitas. En aquellas dificilísimas circunstancias, el Padre acudió al confesonario del Padre Postius, un religioso claretiano. Sin embargo, pese a la expulsión de la Compañía, muchos jesuitas se quedaron en España; así que, en cuanto estuvo disponible el Padre Sánchez, nuestro Fundador volvió a confesarse con él».

 

            Es decir, que en los tres primeros años y tres meses en Madrid, tampoco se nos indica que Escrivá tuviera director espiritual. A lo que hay que sumar que, al ordenarse Portillo, lo tomara como confesor: a un subordinado que lo idolatraba y que, por tanto, no parece que fuera a actuar con él con autoridad.

 

En conclusión, todos estos datos no muestran a un hombre espiritual, prudente y humilde que, desconfiando de su propio criterio, hubiera actuado como suelen hacer las personas sobrenaturales. Más bien nos muestran al personaje «altivo e inconstante» ─como, según Vázquez de Prada, lo definió el rector del Seminario de Zaragoza─, poco proclive a dejarse aconsejar en su vida interior.

 

Trinity

 









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