Un repaso a mis ómenes.- Manzano
Fecha Wednesday, 17 April 2013
Tema 115. Aspectos históricos


Leyendo con gusto la última entrega de Jaume en su enfática y acertada tesis sobre los ómenes, quiero en primer lugar agradecer todo el esfuerzo que ha hecho en investigar y en publicar aquí su trabajo y seguidamente felicitarle por el interesante enfoque con que está planteando importantes aspectos de la vida del personaje. Sin duda con mucho más rigor y sentido común del que se podría imaginar tanto miembro del otro lado del telón que también lo leerán. Se estarán formando e informando con objetividad y eso es muy positivo, un paso más hacia la verdad.

Sin ánimo de compararme en nada, repito en nada, ni con nadie –admito alguna coincidencia fruto de la casualidad que no altera lo fundamental- y a medida que iba leyendo los ómenes de Escrivá aparecía simultáneamente en mi mente algún que otro recuerdo de mi infancia/juventud y que ahora respiro aliviado de que nadie lo hubiera convertido en un omen...



Estuve a las puertas de la muerte con apenas 2 años, cuando me encontraron completamente sumergido reposando en el fondo de un lavadero del patio de mi casa, paralizado, boca arriba y los ojos completamente abiertos...

Mi madre me lo había contado muchas veces y a pesar de ser ella la mujer más creyente, devota, piadosa y guerrera defensora de la fe católica que jamás haya conocido, también jamás le oí decir nada parecido al “para algo grande te ha dejado la Virgen en este Mundo”. Si me contó, sin embargo, que tuvo una corazonada que la empeñó a salir corriendo hacia el cobertizo donde se hallaba el lavadero, a Dios gracias, y nada más.

Una coincidencia: el peluquero. Ese pobre hombre, con más buena voluntad que acierto, me recortaba el pelo para dejarme como un pincel para recibir tan alto sacramento, el de la comunión por vez primera, pero con la punta de las tijeras sesgó un pedacito de mi pequeña oreja. Guardo todavía las fotos con poca simpatía –en blanco y negro-, vestido de un ridículo uniforme, misal en manos y rosario colgando de ellas, rapado finalmente como un soviet y con una oreja parcialmente vendada. Yo no lo considero en absoluto “como una caricia” del Señor. ¡Qué sandez!

Cuando de niño destrozaba los castillitos de mis hermanos menores era por puro afán protagonista, sentimiento de poderío y dominio. Era una gozada verlos enfadados e incluso a ellas lloriqueando un buen rato. Casi jamás quedaban impunes dichas proezas y fui merecedor de más de un tortazo pedagógico. También me recordaban todos con arrebato sobrenatural que debería confesarme de ello: era lo más cercano a Dios que tenía el delito cometido. ¡Pero qué divertido era, narices!

Otra coincidencia: crucero por el golfo de León, no era el J.J. Sister pero sí un buque de la clase "canguro” de nombre no sé qué y de la naviera italiana llamada no sé cuánto. Embarcamos también en Barcelona con destino Génova, con una llamada divina en el bolsillo y muy buen humor. Un destino espiritual, conocer el “corazón” de la Obra, la cripta del fundador como objetivo material y Roma como destino geográfico universal. La ruta hacia la santidad, digo. Sea como fuere, rumbo hacia el descubrimiento de una nueva “vocación”, cosas del UNIV. ¡Pero en esa travesía nos pilló la madre de todas las tormentas! (Haber sido escogido desde los tiempos para esa vocación tenía sus riesgos.)

El balanceo del buque era tal que jamás olvidaré lo que significa el arrufo y el quebranto de un navío, ni tampoco el eje de crujía. Después de divertirme un poco y a falta de compañeros que siguieran el ritmo, me dediqué a deambular no si gran dificultad, dando tumbos sin el menor sentido por todos los espacios posibles. Todavía guardo en la retina el panorama, algo así como un devastado campo de batalla aunque en ese caso no había sangre, sino una amalgama compuesta de la cena medio digerida y desparramada que cubría cada palmo de las tres cubiertas, arrojada generosamente por casi la totalidad del pasaje que yacía en cualquier rincón. Nos agarrábamos de cualquier saliente para no imitar el vaivén de un péndulo marítimo. Una noche muy larga de la que, a pesar de tener sólo 15 años, fui consciente de no sentir ninguna necesidad de invocar santo alguno ni pronunciar ninguna letanía, ni de haber dudado lo más mínimo de que alcanzaríamos tierra a la mañana siguiente. Ni amenaza ni aprobación de Dios. Sólo un meneo de campeonato, uno de los que nos ofrece habitualmente la madre naturaleza en esa y en muchas otras latitudes.

No son pues paralelismos, son anécdotas de la vida de uno cualquiera que en su día también fueron manipuladas, usadas convenientemente unas y silenciadas otras para mostrarlas como pretendidas señales del cielo para hacer cuadrar lo que les viniera en gana a nuestros queridos directores. Mejor no entrar ahora en detalles.

El bombardeo hagiográfico que el Opus Dei hace de su fundador, provoca que se vayan sembrando sólo versiones calenturientas a partir de unos pasajes de lo más ordinarios, triviales y comunes a muchos mortales, como Jaume afirma muy acertadamente. La figura de Escrivá es sospechosa cuando la conducen hacia un acaramelamiento pegajoso, a veces peligroso y evidentemente muy poco objetivo, poniendo en peligro incluso la salud mental del incauto. Por tanto, intentar poner en orden el despilfarro literario que la Prelatura hace de Escrivá, sólo se logrará rebajando las pretensiones de heroicidad postiza de la vida de su santísimo fundador, poniendo al descubierto, como muchos otros también han hecho, la simple verdad. Sin menosprecio -si se quiere- de los méritos y éxitos mayormente mundanos que se le puedan atribuir.

Manzano







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