Observación crítica a Jaume García Moles.- Josef Knecht
Fecha Monday, 15 April 2013
Tema 900. Sin clasificar


He leído con suma atención las tres primeras entregas [ 1][ 2] y [ 3] del estudio histórico de Jaume García Moles. Comparto su punto de vista, aunque no estoy del todo de acuerdo con una de sus afirmaciones, que, a mi parecer, debería formularse con más exactitud. Se trata ni más ni menos de la “hipótesis inicial” de Jaume, que a continuación transcribo: 

«Tras varios años fuera de la Obra, en los cuales no he dejado de estudiarla, llegué hace ya algún tiempo a lo que para mí sería el hilo para sacar el ovillo. Pensaba yo en las contradicciones y enigmas de la vida de Escrivá, cuando recordé unas palabras del Apóstol Santiago, en su Epístola: el hombre con dos objetivos en la vida es inconstante en todos sus caminos (Jac 1,8). Entonces empecé a vislumbrar que todos los problemas que plantea la vida de Escrivá podrían ser debidos, junto a alguna tara psicológica, a su decisión de simultanear dos aspiraciones realmente incompatibles. Por un lado, el sacerdocio, que requiere, para que sea auténtico, una entrega total de vida. Por otro, la aspiración a una realización humana, una gloria humana. Esta fue cambiando a medida que la primera aspiración, con sus exigencias ineludibles, le permitía una vía u otra: promover una obra apostólica para jóvenes, hacer la carrera de Leyes, ser director de una academia, ser sabio, preparar oposiciones a catedrático, o a una canonjía, o si se le presentara la ocasión, diputado en cortes.

Y esas dos aspiraciones, que hasta entonces luchaban entre sí, se mezclaron en su vida a partir de un determinado momento, cuando empezó a ver que lo suyo era un peculiar sacerdocio a su gusto. Y emprendió un proyecto en esa dirección, que sería su obra, lo que llamó Opus Dei: un gran organismo para la captación y la dirección de almas...



¿Qué papel tuvo esto en la visión de la Obra, o qué papel tuvo la visión de la Obra en esto?»

No me parece mal el enfoque de Jaume, ya que también opino que en la raíz del problema del Opus Dei se encuentra un trastorno de la personalidad de su fundador. Lo que, en mi opinión, Jaume debería precisar y explicar mejor es la maldad (¿por qué maldad?) de compatibilizar el ejercicio del ministerio sacerdotal con el desarrollo de una actividad civil. Divido en dos partes mi argumentación.

1. Jaume presenta esa posibilidad como esencialmente incompatible con la vida sacerdotal, y es aquí donde no acierta del todo. Lo normal es, sin duda, que un sacerdote sirva ministerialmente a la comunidad cristiana y que ejerza esta noble misión como párroco. Esto es indiscutible. Pero la historia demuestra que algunos sacerdotes han hecho compatible su vida ministerial con actividades civiles y que esta doble aspiración no ha mermado en nada su comportamiento sacerdotal correcto y auténtico.

El apóstol Pablo trabajaba, mientras desarrollaba su labor evangelizadora, para su sustento económico y se oponía a “vivir del cuento”, esto es, a ser mantenido con dinero ajeno. En los tres primeros siglos del cristianismo aún no existía la figura del sacerdote dedicado full time a la labor pastoral, sino que los clérigos eran entonces hombres casados o solteros que ejercían un oficio para su sustento y el de su familia y en los “ratos libres” atendían las necesidades pastorales. Fue a partir del siglo III o IV cuando el alto grado de desarrollo de las comunidades cristianas exigió la “profesionalización” del clérigo, es decir, su dedicación plena a la actividad ministerial; esta “profesionalización” no se ha de entender en sentido funcional-técnico ni mercantilista, sino que estuvo unida al nacimiento de una espiritualidad sacerdotal, proveniente de la espiritualidad monacal entonces en pleno auge, que exigía al clérigo la entrega de su vida a Dios y a los demás (de ahí que también la ley del celibato comenzara a extenderse a partir del siglo IV por distintas regiones). Y es posible que, a raíz de esta espiritualidad sacerdotal de origen o inspiración monacal, surgiera la idea que Jaume sostiene: es malo que un sacerdote intente compatibilizar su ministerio con una actividad civil o mundana.

Sin embargo, a lo largo de la historia, siempre ha habido algunos clérigos, más bien excepcionales, que han destacado por hacer compatibles ambos órdenes de la vida. A veces, como en el caso del cardenal Richelieux, su sacerdocio apenas se dejó ver: en él predominaba la aspiración política y defendía los intereses de Francia por encima de los de la Iglesia. Pero, en otros casos, el ejercicio del sacerdocio, compatibilizándolo con una actividad científica o educativa, ha dado buenos frutos evangelizadores: el físico belga Georges Lemaître (diálogo fe-ciencia), por ejemplo, o el recientemente fallecido Julien Ries, también belga, reconocido por sus colegas universitarios como uno de los mejores antropólogos del siglo XX y también reconocido por el Papa Benedicto XVI que en 2012 lo nombró cardenal. Si echamos un vistazo a la Iglesia anglicana, el nuevo arzobispo de Canterbury, Justin Welby, anterior obispo de Durham, aplicó a esta diócesis de Durham toda su experiencia profesional de ex ejecutivo de la industria petrolera y lo hizo tan bien, que fue elegido en 2012 como arzobispo de Canterbury, primado de la Iglesia de Inglaterra y líder espiritual de la Comunión Anglicana. Ya se ve, por tanto, que no es esencialmente malo compatibilizar el sacerdocio con una experiencia civil y profesional. Tan bueno puede ser el sacerdote-monje como el sacerdote-científico (y, a veces, tan malo puede ser el uno como el otro).

No es mi propósito cuestionar la idea de que el sacerdocio es una vida de entrega. Está claro que lo es. A lo que me opongo es a extraer de ahí consecuencias exageradas. De una vida de “entrega” no hay por qué llegar a la conclusión de que todos los sacerdotes han de llevar una vida “uniformada”, la de párroco y sólo párroco. Tan malo es el extremo del relativismo (no hay verdad objetiva para el obrar moral) como su extremo contrario, el uniformismo moral (la verdad exige sólo un único patrón de comportamiento). Mi experiencia en el Opus Dei es que los directores exigen a sus miembros, a excepción de los supernumerarios, un comportamiento moral tendente al uniformismo. Y esta exigencia es, en realidad, profundamente inhumana: de la Ley natural y de las leyes positivas no brota la uniformidad, ya que la naturaleza humana tiene un componente cultural que impide de raíz la vivencia de un único patrón, aunque a veces lo pretenda imponer la autoridad bajo el abusivo pretexto de que la ley y la entrega así lo exigen.

2. Ahora bien, una vez dicho esto, vuelvo a dar la razón a Jaume y a manifestar mi adhesión a su línea de pensamiento. ¿Por qué? No pocas veces, por desgracia, se ha usado la idea linda de “entrega” sacerdotal, prestigiosa ante la sociedad, para encubrir comportamientos humanos mediocres. Entre las miserias de la vida clerical, destaca esta: hombres que, sabedores de sus dificultades para triunfar en la vida civil, buscan cobijo existencial en la carrera de clérigo porque les garantiza prestigio social y estabilidad vital. ¿No pudo ser tal vez ésta la motivación de Escrivá para acceder al sacerdocio, como tantos y tantos jóvenes de la España de aquellos años? En el caso de Escrivá, habría que añadir a esa motivación el trastorno de su personalidad, lo cual explicaría el “sacerdocio a su gusto”, del que Jaume habla. Lo que sugiero a Jaume es que profundice en la idea de que no siempre el concepto de “entrega” sacerdotal se ha vivido honrada y desinteresadamente, sino que, por el contrario, se ha hecho muchas veces un uso desviado de esa “entrega” para justamente no vivirla de verdad, sino para buscar la gloria humana que por otros cauces no se puede lograr y para encubrir bajo capa de prestigio una personalidad que en realidad es mediocre: una “mona vestida de seda”, de la que habla el refrán popular. Así se pudo fraguar tal vez el “sacerdocio a su gusto” de Escrivá.

Un libro, muy bueno en mi opinión, que analiza a fondo esta idea es el del psicoanalista Eugen Drewermann, Clérigos. Psicograma de un ideal (no recuerdo en qué editorial se publicó, pero es fácil de encontrar). No estoy de acuerdo con todas las opiniones de ese libro; debo también reconocer que no domino bien la técnica del psicoanálisis –muy criticada, además, por otros psicólogos especialistas–, lo que me dificultó captar todos los matices de Drewermann. Esta monografía no dice la última palabra sobre los temas en ella tratados, pues algunas de sus tesis son discutibles. Sin embargo, tiene el gran acierto de que, por primera vez, mete el dedo en una llaga en la que nadie hasta entonces lo había metido: en la mediocridad profunda que, bajo capa de prestigiosa “entrega” casi celestial, alberga la vida de bastantes clérigos. Es decir, si algunos curas no hacen compatible su sacerdocio con la vida civil, no es porque estén “entregados” a Dios y desprendidos del mundo, sino porque no dan la talla humana para hacerlo (Julien Ries, en cambio, sí la dio) y con la carrera clerical disimulan muy bien esta carencia a la vez que triunfan en la vida: “¡oh, el señor párroco, qué entregado (y uniformado) es!”

Sugiero, pues, a Jaume que reformule parcialmente su “hipótesis inicial” a la luz de estas consideraciones. Es injusto hacer quedar mal a buenos sacerdotes como el apóstol Pablo, Julien Ries y tantos otros, que por motivos distintos y en circunstancias diversas han compatibilizado con honradez el ministerio sacerdotal y una actividad civil. Por otra parte, en el plano metodológico, Jaume peca de parcialidad presentando el concepto de “entrega” sacerdotal sólo en su lado bueno y omitiendo el uso tendencioso que se ha hecho de ese concepto a lo largo y ancho de la historia clerical. Precisamente en esta praxis morbosa, aunque frecuente, del concepto de “entrega” sacerdotal puede encontrar Jaume una mejor base para explicar el “sacerdocio a su gusto” que se montó Escrivá fundando el Opus Dei. Para muchos curas, “uniformarse” como párrocos es el procedimiento sencillo y, a la vez, exitoso de salir aparentemente de la mediocridad; Escrivá, en cambio, por su peculiar retorcimiento psicológico, prefirió ser original y quitarse el uniforme para alcanzar ese mismo fin; y es que, como he apuntado más arriba, todos los seres humanos somos todo menos uniformables.

Josef Knecht







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