Un viento fresco sopla en Roma y viene del fin del mundo, con olor a pobreza mezclada con misericordia, a tango y a mate compartido.

Es extraño porque cuando la Iglesia pasaba por unos de sus peores momentos se puede de nuevo respirar profundo sin que huela a porquería, a curas pederastas, a abusos psicológicos para atraer vocaciones falsas de jovencitos inmaduros.

Jesucristo nunca necesitó del engaño para atraer a sus discípulos, ni buscó adolescentes ingenuos, ni tampoco abusó de los niños física o psicológicamente. Tampoco discriminó en contra de las mujeres con un pasado oscuro, ni hizo dormir a las santas en duras tablas, ni tampoco le robó a las más débiles sus prestaciones sociales. Inclusive buscó a Pablo entre los gentiles.

El nuevo Papa Francisco habla de misericordia, de una Iglesia pobre, que no se conforma hipócritamente con predicar la virtud sino en vivirla. Sin duda hay ahora esperanza para los leprosos, para los malditos, para los paralíticos y para todos aquellos que son diferentes, que sufren en silencio o viven tal vez en la oscuridad por temor a las piedras de los santos.

También hay esperanza para quienes estuvimos décadas alejados de la Iglesia gracias al ostracismo y abusos del Lado Oscuro que habla de pobreza pero oculta el dinero que pertenece a la Iglesia en cuentas bancarias de asociaciones civiles y que crece como el cáncer, como lobo feroz disfrazado de oveja santa.

Venderemos tal vez chocolates en tiempo de cuaresma y los compartiremos con el mundo en la Pascua y nos dejaremos llevar por un viento fresco.

Aprenderemos de nuevo a confiar.

Jorge Santiago