Viaje desde Grazalema a las playas de Calais (I).- Pinsapo
Fecha Friday, 18 January 2013
Tema 010. Testimonios


VIAJE DESDE GRAZALEMA A LAS PLAYAS DE CALAIS

 

I. Etapa feliz en el club “El Pinsapar” y otras aventuras

Pinsapo, 18 de enero de 2013

Bosque de pinsapos

 

Este es mi primer escrito ya que hace unos meses quedé enganchado a esta web y decidí desenterrar mi pasado que tenía oculto en un sarcófago antinuclear. Tras mi salida hace un decenio, para no sufrir, opté por borrar de mi mente y mi corazón los quince años dentro, firmé un pacto de no agresión con mi pasado. Mi salida fue precedida por unos tristes años de frustración dominados por la sensación de estar tirando mi juventud por la borda, una etapa de demolición gradual y progresiva de mi visión de la vida y de la obra.

 

El pinsapo es un árbol poco común, especie de abeto que solo existe en el mundo en las sierras de Cádiz y Málaga, datando su origen del Cuaternario cuando todo el Mediterráneo era un bosque continuo de abetos, que cuando el clima se hizo benigno, solo sobrevivieron en altas cumbres. En zonas cálidas evolucionaron especies de forma separada a los abetos en el Cáucaso y en el Rif marroquí, pero Pinsapos solo hay en la Sierra de Grazalema (500 hectáreas), Sierra de las Nieves (3.000 hectáreas) y Sierra Bermeja (70 hectáreas), pues precisa de un hábitat único en laderas sombrías y húmedas, que se da en dichas sierras por ser de las de mayor pluviosidad de Europa, ya que descargan todas las borrascas provenientes del Golfo de Cádiz. He escogido este nick por ser una rara y majestuosa especie que evoca la primera experiencia viviendo fuera del control paterno durante diez días con tan solo diez años de edad en el Campamento El Pinsapar, a principios de los años ochenta, organizado por la obra en Grazalema cuando la delegación de Sevilla debe dejar el campamento de Cazorla en Jaén para su uso por la nueva delegación de Granada...



No entendía como algunos niños lloraban por las noches y querían volverse con sus papás, pues yo era feliz durmiendo en tienda de campaña con mis mejores amigos del colegio de la obra, bañándome en el río, en las tertulias nocturnas alrededor de una gran fogata escuchando historias de miedo o leyendas de Bécquer, balanceándonos con lianas entre los árboles como Tarzán, cortando maleza con machete, aprendiendo nudos marineros, compitiendo con tiendas de otros clubes andaluces en pista americana, fútbol, básquet, voleibol, etc. Todo esto puntuaba, pero también la limpieza y orden de las tiendas que se revisaban a diario, la puntualidad a los actos comunes, el “día de guardia” como asistentes de cocina. Era impagable empezar el día con el estupendo Colacao hecho en la gigante marmita de Asterix que usaban las orondas cocineras, y las increíbles tostadas de pan de pueblo. Tengo grabado el olor de ese pan tierno y ese Colacao que sabían a gloria, pues las tripas “sonaban” bien durante la Misa matinal, con lo que en dos minutos reconvertíamos la Capilla en comedor, recolocando a diario las gigantes mesas y sillas de madera.

 

Al ser de una familia de supernumerarios me parecía natural empezar y acabar el día con una oración, parar un partido a las 12 para el ángelus, todo como hacíamos en el cole. No era raro para los chicos la misa diaria, meditaciones, charlas y catecismo; pues como todo se intercalaba con deportes y juegos, se llevaba bien, pero que muy bien. Es más, veía ese planning como el ideal perfecto del cristiano moderno: estar bien con Dios, pasarlo genial con las actividades de ocio, estrechar lazos de amistad con compañeros de fatigas, recibir atención esmerada de monitores, competir con chicos de otros lares. Ese cristianismo era más atractivo que el catolicismo de viejitas de luto en iglesias oscuras; era guay ser chicos “siempre alegres”, emancipados del control paterno, en un ambiente divertido y con la garantía de que mis hermanos mayores estaban allí como monitores.

 

Fuimos dichosos aquellos veranos de campamento en 5º, 6º y 7º de EGB, durmiendo al raso en plena sierra, admitíamos de buen gusto el peaje recibir charletas porque eran en Rivendel, la tienda de los jefazos. También disfruté más adelante como monitor siendo adscrito y residente, pues en los centros cierto aire irrespirable te empujaba a buscar ambientes no contaminados por tantos lugares donde dormir viendo las estrellas por sierras de Andalucía, Navacerrada, Asturias, Pirineos, Gredos; excursiones en furgoneta, con piolet y crampones para la nieve, o en pleno verano. Igual disfrutaba tripulando un pequeño velero que el club Tarfia tenía en Puerto Sherry, esquiando en Sierra Nevada alojándonos en la casa de la Sevillana de Electricidad, jugando al fútbol en las playas de Mazagón, de La Antilla o Sanlúcar de Barrameda, casas a las que por supuesto no se iba en verano, pero sí para convivencias de estudio en Semana Santa o Feria de Abril.

 

Antiguamente los jóvenes de Yunquera, pequeño pueblo de la Sierra de las Nieves situado junto al Peñón de los Enamorados, llevaban como prueba de amor a las chicas un tronco de pinsapo. Tiene su lógica que nos quitaran de en medio en feria (maravilloso evento para ligues de juventud, en el que toda mujer con traje de flamenca deslumbra), pero nunca entendí que nos privaran de la magnífica religiosidad popular de la Semana Santa de Andalucía. Al ser evento ajeno a las actividades propias de la obra, de los centros de Sevilla siempre salíamos de la ciudad a cualquier otro sitio sin procesiones porque “distraen de la labor”. Un lugar común era que había “que huir de las bullas para evitar la proximidad física con chicas y los inevitables roces”, y decía de forma cáustica cierto numerario de edad y adicto cofrade: “cualquier parecido de las hermandades de Semana Santa con la religión católica es pura coincidencia”. Paradójicamente, se hacían convivencias de Semana Santa en Sevilla por centros del resto de las delegaciones de España para disfrutar de la catequesis andante de la Pasión de Cristo en las procesiones.

 

La leyenda afirma que los mástiles de la Armada Invencible eran de pinsapos, y existe constancia histórica de que en 1.554 se adquirieron 98 docenas de tablas de Pinsapos para usarlos en las divisiones de los compartimentos de los buques de la flota andaluza que Felipe II envió a la guerra contra Inglaterra en 1.588. Con trece años acudí con otros hermanos míos (uno adscrito) al curso de inglés del Colegio Ahlzahir de Córdoba, que en realidad era convivencia de candidatos, se nos planteaba a los octavos de la zona que la vocación de numerario era como “si te toca la lotería”, que esa entrega se precisaba para “cambiar el mundo”, era privilegio del ejército de “elegidos”: fuimos los Pinsapos escogidos para forjar la estructura de la invencible flota. Nadie nos habló de que con los años vendría el gran naufragio vital, las tormentas, y que en nuestro particular Canal de la Mancha no cabía rendición de oficiales del Galeón español ante la pérfida Albión.

 

Con catorce años y medio no se nos explicó nuestro futuro papel de sacrificados pinsapos, la vida por laderas sombrías y escarpadas, de aguantar chaparrones, en tal especial microclima, tener que dejarnos tallar el carácter, recibir “troncos” en las continuas “cof” [correcciones fraternas], ser felpudos donde los demás pisoteen blando, probar acero (cilicio) y disciplinas; que acabaríamos como carcomidas traviesas de vías de tren. En 1.930 fueron talados multitud de pinsapos para colocarlos como traviesas de la línea ferroviaria Algeciras-Bobadilla, como tantos chavales que en los años 80 y 90 pitamos con la promesa del perfecto paraíso cristiano, moderno y aventurero; entregamos la vida sin saber que con el tiempo muchos acabaríamos machacados como traviesas por los raíles del tren. Pero nadie nos podrá quitar que disfrutamos y mucho gracias a monitores del Campamento El Pinsapar como Tolo, Sepu, Piru, Pirlich, Mercata, Juanpri y tantos otros amantes de espacios abiertos. De los diez a los doce años ellos no nos vendieron ninguna vocación, nos trataron como a príncipes siendo unos mocosos, para ellos va este modesto y sincero homenaje.

 

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