Memorias del amigo: más fragmentos (II).- Manzano
Fecha Monday, 10 December 2012
Tema 020. Irse de la Obra


Memorias del amigo: más fragmentos (II)
Manzano, 10/12/2012

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Poco a poco, el espíritu de rebeldía que había mostrado tomó más y más importancia en mi vida. Mi espíritu analítico, por qué no decirlo, ante lo que yo consideraba las injusticias del mundo y de la propia institución religiosa a la que pertenecía, me hacían tambalear. Las dudas, también sobre la infalibilidad de la Iglesia, fomentadas por mis observaciones y reflexiones, tomaban cada vez más cuerpo. La vocación se mantenía firme, pero mi madurez mental me permitía, cada vez más, reflexionar sobre mi propia existencia y sobre mi vocación, estando sin querer estar, sometido a las imposiciones de la propia hoy Prelatura ni a sus estrictas como parciales enseñanzas de donde había salido toda mi formación...



El miedo de los directores frente a mis dudas, pocas veces manifestados públicamente, pero presentidos, aceleró mi nombramiento para formar parte de un consejo local. Y es así que, poco más tarde y a la edad de veinte y ocho años, fui nombrado director de un centro relevante.

A pesar del discreto seguimiento desde la delegación, supuestamente para intuir que cada vez se me hacía más y más difícil someterme a los dictados internos, el Opus Dei se convertía en una institución inhumana con cada vez más distantes estamentos jerárquicos piramidales y principios prácticos éticamente censurables, difíciles de aceptar. Mis reflexiones críticas en contra de la Obra me permitían eximirme de la conciencia de culpabilidad para llegar al pleno discernimiento. Era como una necesidad biológica de la que no podía ni tenía por qué liberarme.

Días, semanas, meses sin poder dormir, pensaba en mí, en mi vocación, en mis padres, en la sociedad y en el mundo, en la Iglesia. Me encontraba confuso. Pesadillas y angustias constreñían mi ser. Día y noche, el miedo y la incertidumbre oprimían mi corazón. Un amasijo de sueños, confusos e incoherentes creaban en mí un laberinto de dudas. Es como si mi alma quisiera salir fuera de mi cuerpo y yo me replicaba que no había tenido ninguna experiencia en el mundo exterior, aun suponiendo que ya formaba parte de él. No podría funcionar nunca. Además, significaría colgar una vocación teóricamente divina.

El profundo deseo de alejarme de la Obra y la fuerte atracción por esa libertad, me hacían una persona desbocada emocionalmente. No era una mujer desmesuradamente bonita la que me empujaba, pero la idea de realizarme si que parecía como si esa opción tuviera un cuerpo ciertamente atractivo y auténtico. Y esa atracción hacia la libertad aumentaba, poco a poco me iba mentalizando e incluso lo hubiera llegado a aceptar mucho antes si no fuera por qué ello tenía un precio desconocido en todos los sentidos. Incluso un día fui a ver un abogado, asegurándome primero que él nada tenía que ver con el Opus Dei.

La convivencia en mi centro se convertía imposible. Sin embargo, todo me daba miedo, ese miedo me retenía, no me decidía.

Por razones que todo se sabe siempre dentro del Opus Dei, el director de la delegación me citó. Mi comportamiento no era correcto, me encontraba desorientado y tenía que volver al camino que exigía ser numerario. El propio director me manifestó que, una vez todo normalizado, no habría ningún problema cambiarme de centro e incluso de ciudad, a la que quisiera. Haríamos limpieza, dijo.

Le pedí un tiempo. Él sabía que había que hacerlo rápido, pues el tiempo me permitiría reflexionar y abandonar.

Pero si abandono el Opus Dei, ¿A qué me puedo dedicar? No tengo ningún oficio. Yo había sido siempre valiente y, además, era joven y tenía un mundo por vencer delante de mí.

A lo largo de los dos últimos meses en que mi mente consideró firmemente la decisión final, conocí una mujer: Carmen.

Carmen era soltera, liberal, de mentalidad abierta. Ella había tenido un par de relaciones amorosas, pero sin mucha experiencia. Nos enamoramos fácilmente.

Anuncié a mis padres la decisión de dejar la institución y solicité de Roma mi dispensa como numerario. A continuación encontré un trabajo de, casualmente, profesor de latín en una academia privada y empecé a pensar en seguir con los estudios de filología que siempre quise completar y no se me había permitido. Además me sería fácil ya que disponía de tiempo y de una buena formación humanística.

Carmen y yo decidimos casarnos pero la dispensa de Roma no llegaba. Teníamos relaciones asiduamente así que al cabo de seis meses decidimos hacerlo y lo haríamos por la Iglesia. Entonces, yo, aún numerario, ya era un hombre sin fe, escéptico y agnóstico.

Tenía un amigo sacerdote, D. Juan, con el que habíamos desarrollado conjuntamente una sólida amistad especialmente en los últimos meses. El miedo ante la vida real fuera de la Obra lo detuvo, pero a buen seguro que, deduzco por lo hablado y compartido, él hubiera seguido también mi camino. A petición de D. Juan, Carmen y yo decidimos no vivir juntos hasta después del matrimonio. Lo haríamos por la familia y, también por la familia nos casaríamos por la Iglesia, a pesar de nuestro indisimulado agnosticismo.

Anuncié a los más allegados que ya tenía la desvinculación de Roma, antes pero, había pedido a mi amigo D. Juan que nos casara. El accedió a sabiendas de que yo todavía no había recibido noticia alguna de delegación. Todos, excepto D. Juan, Carmen y yo mismo, creían que yo ya no era miembro célibe del Opus Dei. Un día del mes de julio, ante algunos pocos familiares, amigos y otros invitados, nos casábamos en una pequeña ermita fuera de Madrid, de donde era Carmen. Tres meses más tarde me llegó definitivamente la dispensa...

Manzano

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