Diferencias entre la Obra y la Iglesia respecto a la justicia social.- Rescatado
Fecha Friday, 07 December 2012
Tema 900. Sin clasificar


Una de las experiencias que me defraudaron en mis veintitrés años en la Obra fue el hecho de notar una actitud predominantemente de desinterés hacia la justicia social y la escasez de iniciativas en relación con este ideal. Yo me había imaginado que el eslogan de “santificar el trabajo” se traduciría en poner una atención especial en la formación respecto a la moral profesional, social, política y económica de sus miembros laicos. Asimismo el desinterés, al menos en aquellos años, respecto a las encíclicas sobre la doctrina social de la Iglesia. Cuando yo organicé un ciclo de conferencias sobre la Populorum Progressio en Sevilla, en la Iglesia del Señor San José, comprendí que resultaba algo excepcional y atípico en el contexto de la Obra. 

Hoy sólo voy a referirme aquí (uniéndome así a las valiosas aportaciones de Josef Knecht sobre las aportaciones de la iglesia a los derechos humanos) a las contribuciones de cristianos españoles –bajo la guía de dirigentes de la Iglesia- en la promoción y defensa de los derechos de los indígenas en América... 



No son pocos los españoles y latinoamericanos que creen que el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo provocó un grave daño a los pueblos indios, trastornando sus culturas y sus creencias religiosas, y estableciendo unas relaciones opresivas, entre los conquistadores y los autóctonos, que provocaban en éstos una situación de semiesclavitud.

Yo siempre me había mantenido distante, respecto a estos juicios, en espera de dedicarme algún día a aclarar dónde se encontrase la verdad o falsedad en estas versiones tendenciosas sobre la historia. Daba por supuesto que, tanto los conquistadores como los diversos gobernantes y los religiosos y obispos que actuaron en los siglos que transcurrieron desde el descubrimiento de América, en 1492, hasta los sucesivos procesos de independización a lo largo del siglo XIX (el último, la independencia de Cuba), inevitablemente tuvieron que cometer, en ocasiones, errores e injusticias, pero también logros al servicio del desarrollo humano y social de esos pueblos. Lo que no me esperaba es que estos segundos –el día que hubiese logrado una información más completa y mejor acreditada– me habían de suscitar un sentimiento de auténtica admiración, que he experimentado tras el estudio de esa historia y de algunas biografías de personajes extraordinarios por su calidad humana y su generoso servicio al bien común de los pueblos indios.

Una de las principales alegrías experimentadas por mí en los últimos diez años es haber conseguido informarme, a través de fuentes acreditadas como ciencia histórica, sobre valiosas contribuciones de cristianos españoles durante el descubrimiento de América. Aparte hay otros muchos capítulos brillantes sobre la contribución de la Iglesia en la lucha por la justicia social. Si alguno tiene interés en ello le puedo enviar un escrito mío con los apartados siguientes;

2. Una alegría especial: contribuciones de cristianos españoles durante el descubrimiento de América
2.1. El problema de la “leyenda negra” sobre la actuación de los españoles en América
2.2. Las “encomiendas” y las “reducciones” para la promoción integral de los indios
2.3. Protección de los indios en su derecho a la vida y la seguridad
2.4. Protección de los indios en su derecho a sus propiedades y bienes
2.5. Protección de los indios en sus derechos respecto a sus propias lenguas y culturas
2.6. Protección de los indios en su derecho a la libertad religiosa
2.7. Protección de los indios en su derecho a la educación
2.8. Protección de los indios para promocionar su capacidad laboral
2.9. Protección de los indios respecto a su derecho a la salud

Para no extenderme, me limitaré aquí a una breve nota sobre 2.5.: Protección de los indios en sus derechos respecto a sus propias lenguas y culturas.

Sólo en un siglo, entre concilios provinciales de toda América y sínodos diocesanos, la Iglesia católica latinoamericana convocó setenta y ocho. El historiador de la teología de la liberación, Enrique Dussel, describe y valora la profunda sensibilidad y respeto que los obispos españoles mostraron hacia las lenguas y culturas indígenas ya desde el primer concilio de América, que se convocó en 1552.

Eran propiamente autóctonos, hablaban casi exclusivamente de la evangelización de los indios, de las lenguas, de las exigencias que debían plantearse a los doctrineros, a los curas, etc. Es decir, que de ningún modo era una Iglesia “importada”, era una Iglesia que hacía el esfuerzo de entrar en la realidad [india], un esfuerzo enorme […] como nunca después lo hará nuestra Iglesia (Dussel, 1978, p. 59. Cit. en Dumont, 1993, p. 57).

La Iglesia –como también los reyes de España– eran conscientes de que si se pretendía demostrar que los españoles eran capaces de amar a los indios, era un requisito no sólo respetar que ellos continuasen con sus lenguas, sino también que los españoles, en especial los misioneros y los gobernantes locales las aprendiesen. En Perú estas lenguas eran el quechua y el aimará. Jerónimo de Loaisa constituyó una cátedra de quechua en la catedral, en 1551; y años después estableció la obligatoriedad de que todos los religiosos dominicos, en su proceso de formación, tuviesen que examinarse de lenguas indígenas. Poco después, cuando se fundó la universidad de san Marcos –la primera de América– se decidió la obligada presencia en ellas de una cátedra de lenguas indias. Refiriéndose a estas actuaciones, Dussel comenta:

En Lima había dos cátedras de lenguas y para poderse ordenar los sacerdotes tenían que saber quechua o aimará, además de sus estudios teológicos […] Todavía existe en Perú parte de la población que sólo habla aimará o quechua y no hay quienes les hablen en su lengua, quienes los evangelice. Esto se cumplió en cambio en el siglo XVI y después se fue perdiendo (Dussel, Desintegración de la Cristiandad colonial y liberación. Salamanca, 1978, p. 61. Cit. en Dumont, 1993, p. 62).

En algunos lugares donde no se siguió esta praxis, por ejemplo en el norte de México, la labor de los franciscanos quedó malograda. Respecto a la desaparición de este respeto a las lenguas autóctonas tuvo lugar, sobre todo tras el proceso de independización, aspecto de la “memoria histórica” que nunca o casi nunca se menciona, y que es difícil encontrar un latinoamericano que esté informado sobre él.

Todavía hoy muchos indios conservan y cantan con emoción los himnos religiosos que se compusieron en aquellos años, en los que quedan expresadas como en una síntesis facetas del alma india y de la española. Veamos lo que escribe uno de los principales especialistas en cultura indígena, no católico, y de infancia quechua:

Hace apenas veinte días que escuché en el templo de la Soledad, de Huaraz, un coro de quinientos indios entonando un antiquísimo himno quechua. Guiaban el coro dos cantores indígenas clásicos; uno de ellos leía el himno en un voluminoso y viejísimo cuaderno […] Los dos cantores entonaban el himno y la multitud repetía la estrofa. Algunas de las mujeres que estaban arrodilladas cerca de los cantores se inclinaban, y permanecían llorando mientras los cantores entonaban las estrofas; cuando el coro empezaba, ellas se erguían levantando los brazos y cantaban con voz entrecortada […] Esto creaba en el templo un contagioso ambiente de lacerante imploración (Arquedas: “La literatura quechua en el Perú, revista Mar del Sur, Lima, vol. 1, pp. 47 y 49. Cit. en Dumont, 1993, p. 64).

Este especialista en cultura indígena, a pesar de que, como he indicado, no es católico, hace un encendido elogio sobre la capacidad de aquellos misioneros cristianos para integrar en sus cantos, además de la lengua indígena, el estilo expresivo y los elementos simbólicos de los quechuas. Lamentablemente en la actualidad no son pocos los casos en que sacerdotes demasiado dependientes del estilo litúrgico europeo, y con poca sensibilidad para la religiosidad popular, indígena o mestiza, menosprecian esas tradiciones y prescinden de ellas. Esto da lugar a que –como hace notar Dumont– tras participar en la liturgia eucarística romana, muchos cristianos indios se reúnan luego aparte y canten con profundos sentimientos religiosos, aquellos himnos cuyos antepasados aprendieron con los misioneros cristianos de los siglos XVI a XVIII, mucho más sensibles y respetuosos con las lenguas y culturas indígenas.

El rey Felipe II contribuyó mucho, durante su reinado, en que los virreyes de las Indias mantuviesen esta actitud de gran respeto a las culturas y lenguas de los pueblos indígenas. Hubo ocasiones en las que recibió la demanda de gobernantes locales de que estableciese la obligación de que todos los indios escolarizados aprendiesen la lengua castellana y que se dispensase a los gobernantes de tener que conocer alguna de las indias. Esta demanda fue rechazada por Felipe II, que ordenó que los niños y jóvenes indígenas tuviesen protegida una escolarización en sus propias lenguas, y que sólo se ofreciese la enseñanza de la lengua castellana a los indios que mostrasen interés por ella, sin sentirse presionados por nadie. Toda esta praxis desapareció, desde comienzos del siglo XIX, en ocasión de la independización de los estados latinoamericanos, en mayoría de ellos.

Como ya indiqué antes, el concilio de América celebrado en Lima en 1567, en ocasión de reconocerse oficialmente, por parte de la Iglesia, la institución de las reducciones, y de recomendarse su propagación, establecía el deber de que, todas las contribuciones que en ellas se ofrecerían para dignificar la vida de los indios –por ejemplo, la formación para el ejercicio de diferentes oficios– debían sin embargo, respetar e integrar tradiciones y costumbres de sus culturas.

Veamos algunos otros hechos expuestos esquemáticamente sobre actuaciones de los cristianos españoles –siguiendo las directrices de la Iglesia- en relación con los pueblos indígenas de América.

1. Prohibición radical de la esclavitud de indígenas

Los reyes de España se sintieron comprometidos desde el comienzo del descubrimiento de América en contribuir a dignificar la vida individual y social de los indios.

Por consiguiente cuando Colón comenzó a enviar a España lotes de esclavos indios cuya venta proponía, Isabel la Católica reaccionó violentamente. En 1495 obligó a volver a un primer barco de esclavos indios y en 1499 anunció públicamente que todos aquellos que hubieran traído esclavos deberían, “so pena de muerte”, devolverlos a su lugar de origen, en América, libres. Así, el comisionado regio Bobadilla los llevó a Santo Domingo en 1500 y los hizo liberar. Ya en las Antillas, con la subsiguiente destitución de Colón, la esclavitud sistemática de los indios tocaba a su fin (Dumont, 1993, p. 13).

En los pocos años que Colón ejerció su gobierno en las Antillas –de 1492 a 1500– se caracterizó por practicar unas actitudes claramente mercantilistas y esclavistas y una total despreocupación respecto al proyecto humanizador y evangelizador de los reyes de España. Esta situación provocó protestas ante los reyes de los franciscanos y de laicos españoles, indignados principalmente por la práctica de la esclavitud promovida por Colón. De ahí que no sorprendiese que, al poco tiempo, en 1500, fuese arrestado y enviado encadenado a España. También fueron destituidos de sus cargos y procesados sus hermanos Diego y Bartolomé. Fue precisamente para evitar que en el futuro otros de los conquistadores pudiesen también llevar a cabo prácticas en perjuicio de los derechos de los indios, por lo que la reina Isabel instituyó las llamadas “encomiendas”.

2. Protección de los indios en su derecho a sus propiedades y bienes

Uno de los acontecimientos más espectaculares y extraordinarios –único también entre todos los pueblos colonizadores– fue la larga serie de disposiciones que estableció el arzobispo de Lima, Jerónimo de Loaisa, sobre la obligación de restituir, por parte de los conquistadores o sus herederos, respecto a los bienes de los indios de los que se hubiesen apropiado durante la conquista. Apropiaciones de bienes que probablemente la mayoría debieron de realizar sin mala conciencia, ya que esto había sido lo acostumbrado en la historia de todos los países. Y, por supuesto, jamás se les ocurrió a los conquistadores y colonizadores europeos de América del Norte nada ni remotamente semejante. Colonizadores que, como han reconocido muchos historiadores estadounidenses, expulsaron una y otra vez a los pueblos indios de sus tierras, lo cual era una tragedia extraordinariamente grave para esos pueblos, dada la importante vinculación de sus culturas a sus tierras y entornos paisajísticos, a los que concedían cierto carácter sagrado. Colonizadores que, como también han sabido reconocer historiadores suyos, incumplieron una y otra vez los tratados según los cuales ya no se les retiraría de sus nuevas tierras y que luego se saltaron cada vez que los colonos invasores descubrían algún elemento de interés lucrativo –por ejemplo, posibilidad de minas– en esos lugares.

Lo extraordinario no fueron sólo las disposiciones del arzobispo Loaisa sobre el deber de restituir, sino el sorprendente cumplimiento masivo de esta demanda por parte de los conquistadores o –de haberse muerto– sus herederos. Respecto a las disposiciones, de las llamadas Instrucciones para confesores de Loaisa, que durante el concilio provincial de Lima de 1567 se convirtieron en normativa obligada para todas las Indias –es decir, para todas las comunidades cristianas de América del Sur y Central–, en lo referente a las obligaciones de restituir, el breve resumen que ofrece Dumont, incluye veintiséis artículos que ocupan cinco páginas.

3. Protección de los indios en su actividad laboral. Reglamento del trabajo de las minas

Entre otras normas de las Ordenanzas se establecía: que no se trabajaría más de cinco días a la semana, que trabajaban de ocho a diez meses, o bien, se renovaban los trabajadores cada mes, se turnarían a base de un turno de una semana en la mina (que pronto sería sólo en superficie), y dos semanas de descanso o trabajos tranquilos; los mitayos (los trabajadores comprometidos con la mita) recibirían una subvención para sus viajes de ida y vuelta a sus casas, y su sueldo sería el cuádruplo al día de los salarios normales, habría vigilantes para cerrar las vetas que se comprobaban peligrosas, disponían de asistencia médica gratuita y, los que la deseasen, de asistencia humana y espiritual (Cfr. Dumont, 1993, pp. 88s.). Hay que tomarse la molestia de informarse sobre cómo eran las condiciones en las que se encontraban los trabajadores en Europa, en aquellos siglos, para comprender que la situación de los trabajadores indios, mestizos o españoles en América era privilegiada –al igual que las posibilidades de educación básica, media y superior–, y que la aspiración de algunos religiosos, obispos y virreyes españoles de aplicar lo que santo Tomás Moro escribió en su Utopia, estaba empezando a cumplirse al menos parcialmente.

4. ¿Por qué se produjeron tantas conversiones al cristianismo?

Es comprensible que los habitantes de los pueblos indígenas que se encontraban sometidos por los aztecas, y cuyos jóvenes –y no sólo jóvenes– corrían el peligro de ser torturados y eliminados como sacrificio a esos dioses, acudiesen masivamente a las encomiendas y reducciones españolas, en busca de protección de su derecho a la vida y la seguridad. Y posteriormente se sintiesen atraídos –a partir de las actuaciones humanizadoras de laicos y misioneros cristianos– hacia una religión cuya Divinidad, manifestada a través de Jesucristo, se caracterizaba ante todo por su amor a todo ser humano.

En el caso de los incas, los sacrificios humanos a los dioses tenían como finalidad alejar un peligro, una epidemia, u otros males. “Las víctimas, a veces niños, hombres o vírgenes, eran estranguladas o degolladas, en ocasiones se les arrancaba el corazón a la manera azteca” (Ibidem, p. 43).

El trabajo de las hordas de esclavos, para la construcción de los grandes palacios y templos de los dominadores incas o aztecas, era de una dureza extraordinaria, debido a que en la América precolombina no se había descubierto la utilidad de la rueda, como instrumento básico para facilitar el traslado de materiales pesados, ni tampoco el hierro. No se había aprendido a domar los caballos, que vivían en estado bravío, ni a utilizar las mulas. Estas circunstancias agravaban notablemente el esfuerzo físico necesario para la construcción de esos grandes edificios, en ocasiones situados en lo alto de montañas. Inevitablemente con ello se provocaban muchas muertes prematuras.

En contraposición con este trato deshumanizado de los esclavos, y para prevenir que en el futuro los españoles pudiesen dar pie a actuaciones similares respecto a los indios, la reina Isabel, aparte de las numerosas disposiciones que dejó escritas durante su reinado, en el codicilo que añadió a su testamento, tres días antes de morir, en noviembre de 1504, ordenaba a sus sucesores –recogiendo aquí sólo las últimas líneas– que “no consientan que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas y por conquistar sufran daño alguno en sus personas y bienes, sino que hagan lo necesario para que sean tratados con justicia y humanidad y que si sufrieren algún daño, lo reparen”.

5. Paralización de la conquista de las tierras por Carlos V, por consejo de dominicos de la Universidad de Salamanca

Lo que resultó ejemplar, entre las decisiones de Carlos V, por influencia de Las Casas, es ordenar que no se conquistasen nuevas tierras, aunque estuviesen deshabitadas, o de estarlo, aunque sus indios necesitasen ayudas españolas para dignificar su vida. Carlos V ordenó que se crease un seminario de investigación, con participación de juristas, moralistas y teólogos, buena parte de ellos de la Universidad de Salamanca, incluido Bartolomé de Las Casas, para deliberar si era lícito ampliar el imperio con nuevas tierras, aunque estuviese presente la motivación humanizadora y evangelizadora de sus dirigentes. Esta decisión de Carlos V, a partir de una inquietud de su conciencia, ha sido un acontecimiento único en la historia, que merecería ser más divulgado. Ese debate duró varios años. Finalmente se consideró moralmente lícito continuar con las conquistas, pero se endurecieron los requisitos y controles para evitar todo peligro de abusos, y dejando claro que jamás debían de apropiarse los españoles de tierras o bienes propiedad de los indios.

Uno ha criticado en esta web la actitud y consejos de San Pablo sobre las relaciones entre esclavos y amos. Yo le pregunto:

¿Sabes que en la Grecia antigua el 90% o más de la población estaba formada por esclavos? Es decir, lo normal era ser esclavo. El papa Calixto (217 a 222) antes fue esclavo. ¿Pretendes que San Pablo de golpe y porrazo lograse la eliminación de la esclavitud?

¿Sabes que en Roma, en el año 50 antes de Cristo el 75% de la población del Imperio eran esclavos?

¿Sabes que en América Latina los gobernadores españoles tuvieron la obligación de controlar que nunca hubiese esclavos indígenas (los caciques que lograron burlar la ley tuvieron que obtener africanos de colonias inglesas o portuguesas) y que esta obligación se debió a la influencia de las órdenes religiosas y laicos cristianos en una época en la que la esclavitud era todavía algo normal?

Observación final: aclaro que mis raíces culturales son un 50% catalanas y un 50% colombianas.

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