Ni tanto ni tan calvo: la conveniencia de evitar extremismos.- Josef Knecht
Fecha Monday, 12 November 2012
Tema 900. Sin clasificar


También yo desearía inmiscuirme en el vivo debate que Atomito (31.10.2012, 05.11.2012 y 07.11.2102) ha suscitado en esta página web acerca de la vivencia religiosa y del diálogo fe-ciencia.

 

En mi opinión, no es correcto poner al mismo nivel y equiparar los graves errores institucionales del Opus Dei con el comportamiento de toda la Iglesia. Las insinuaciones de Atomito de que, si el Opus miente, se debe a que ya en la época de los primeros cristianos y en la redacción de los Evangelios la Iglesia comenzó a mentir –y ha continuado mintiendo a lo largo de su historia– son una tremenda exageración. Es más o menos como sostener que toda la historia de Alemania es, desde sus orígenes, hitleriana por esencia. Con esto no estoy negando que al Opus haya que incluirlo en el marco eclesial en el que nació, como bien sostiene Ramón (09.11.2012); simplemente estoy matizando: una cosa es incluir al Opus Dei en ese marco (como a Hitler en la historia de Alemania o como el cáncer en relación con el tabaco), y otra cosa es la simplificación, carente de base científica, de igualar todo poniéndolo bajo el mismo rasero...



Los errores institucionales del Opus Dei se explican, a mi modesto modo de ver, principalmente por dos coordenadas, de las que se ha hablado mucho en Opuslibros: 1) el trastorno narcisista de personalidad del fundador, el santo y marqués Josemaría Escrivá, según explicó Marcus Tank; y 2) las circunstancias del catolicismo en la España de la primera mitad del siglo XX (integrismo católico), así como las demás circunstancias sociopolíticas e ideológicas de aquella época. Dentro de 2) se debería incluir el decisivo apoyo que el obispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay, dio a Escrivá en los delicados momentos fundacionales del Opus Dei (años 30 y 40 del siglo pasado); por tanto, reitero que al Opus no se le puede separar del marco eclesial en que nació y se desarrolló, pero eso no implica que haya que retrotraerse a Adán y Eva o al “big bang” o a las supuestas mentiras de los Evangelios para entender mejor el Opus. Por un lado, Atomito niega que el relato bíblico de Adán y Eva contenga valor alguno, pero, por otro lado, nos sorprende metodológicamente remontándose ni más ni menos que a Adán y Eva para explicar los errores del Opus (y de Hitler y del cáncer): ¿en qué quedamos? Pareciera que Atomito haya aprendido de ese relato bíblico justo lo que no quiere enseñar.

 

A lo que me opongo es a simplificaciones o reduccionismos carentes no sólo de fe, sino sobre todo de fundamento científico. A lo largo de los siglos XIX y XX, se ha desarrollado muchísimo la ciencia de la exégesis bíblica, la cual se aparta de la vivencia fundamentalista de la religión. Me da la impresión de que Atomito entiende como ciencia tan sólo la física, la biología, las matemáticas (esto es, las ciencias naturales y de ámbito experimental, calculable) y parece olvidarse de que también son ciencias la historiografía, la sociología, la psicología, la filología, la hermenéutica (esto es, las ciencias humanas), a las que habría que añadir las recientemente denominadas “ciencias de la vida”: antropología social y cultural, neurología, genética, etc. Pues bien, la exégesis bíblica despliega su investigación manejando los más variados conceptos de las ciencias humanas para interpretar los textos antiguos de la Biblia. Todas las preguntas que se han planteado en los últimos días en Opuslibros acerca de la historicidad o simbología de los relatos del libro del Génesis (Adán y Eva y otros), del paso del Mar Rojo, de las genealogías de Jesucristo, de la anunciación a María, de los milagros de Jesús, etc., están más que estudiadas –y muy a fondo, con nivel científico– por la exégesis bíblica, que, como digo, se aparta de raíz del fundamentalismo (por eso, me parece acertado que Ramón haya recomendado la lectura del libro, tan profundo como merecidamente exitoso, del profesor José Antonio Pagola, Jesús: una aproximación histórica [PPC, Madrid 2007]).

 

Ya he recomendado varias veces en este foro la conveniencia de leer el libro de Ramón María Nogués, Dioses, creencias y neuronas. Una aproximación científica a la religión (Fragmenta editorial, Barcelona 2011). Añado ahora el de Ramón Rosal, La revelación divina a través del Universo, los profetas y Jesucristo. Mis convicciones sobre el cristianismo explicadas a mis amigos no cristianos (Milenio, Lleida 2011) y el de John F. Haught, Dios y el nuevo ateísmo. Una respuesta crítica a Dawkins, Harris y Hitchens (Sal Terrae-Comillas, Santander-Madrid 2012). En estos libros se disfruta, de manera ejemplar, el auténtico diálogo con el que se han de plantear las relaciones entre la fe y la ciencia.

 

Si Atomito leyera estas monografías (Pagola, Nogués, Rosal, Haught), conseguiría moderar sus posiciones y, sin abandonar el ateísmo, comprendería con estado de ánimo apaciguado, de veras dialogante, que entre los creyentes hay fundamentos no sólo de fe, sino también científicos para creer. Eso es, si entendí bien, lo que Rescatado (05.11.2012) le sugirió. Además, convendría que Atomito –y también Dionisio (07.11.2012)– incluyera en su concepto de “ciencia” a las ciencias humanas; sin una cierta familiaridad con ellas, la exégesis bíblica puede hacerse incomprensible o parecer arbitraria, suscitando la falsa impresión de que cada exegeta o teólogo elabora caprichosamente un cristianismo a su medida. Y no es así.

 

Josef Knecht







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