La lista de Austral.- Rescatado
Fecha Monday, 12 November 2012
Tema 900. Sin clasificar


Daniel_M: Te agradezco tus comentarios a mi escrito del lunes 5 de noviembre. 

Respecto a la lista de Austral –comentando la “lista de Dionisio”- comento lo siguiente: 

Seis de los nueve puntos de la lista se refieren a cuestiones de moral. Para no alejarme de la finalidad de esta web, me limito a recomendarte la lectura de algún buen moralista. Entre los españoles tengo preferencia por Antonio Hortelano. Por ejemplo, su libro Problemas actuales de Moral, en cuatro tomos, de la editorial Sígueme. Tiene también una versión resumida, en edición de bolsillo, en un tomo. Las cuestiones que tú planteas están, si no me equivoco, en el segundo (no lo tengo a mano ahora)...



Aparte está el moralista español de más prestigio internacional: Marciano Vidal. Por ejemplo, su libro Moral de actitudes (4 tomos). Respecto a algunos de los escritos posteriormente (tiene unas 50 obras), ha recibido dos amonestaciones de la Congregación de la Fe. Esto es normal que ocurra en toda obra innovadora. A Santo Tomás de Aquino no sólo se le amonestó, sino que incluso se condenaron algunas de sus tesis por los obispos de París y de Canterbury, y se concedían indulgencias a los que las atacaban. Y en el siglo I, San Pablo fue denunciado como infiel al mensaje bíblico y tuvo que trasladarse a Jerusalén (el Vaticano de entonces) a dar explicaciones por sus adaptaciones del mensaje en su evangelización de gentes paganas. No olvidemos que las cuestiones morales no acostumbran a ser objeto del Magisterio solemne de la Iglesia, sino del llamado Magisterio ordinario (y falible). De hecho, por poner un ejemplo, lo que dice el actual Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, sobre la masturbación –véase segundo párrafo del n. 2352- supone implícitamente reconocer como errónea la interpretación anterior del Magisterio ordinario. En éste no se consideraban las múltiples circunstancias –que se dan casi siempre- para atenuar o anular la culpabilidad moral de quienes la practican, según el actual Catecismo.

La única cuestión que quisiera aclarar –si Agustina me lo permite- es el primer punto de la lista de Austral en la que considera que con mi afirmación sobre el término “Adán” se viene abajo la teoría sobre el pecado original. Me limitaré a incluir –como otras veces- un breve fragmento de un escrito mío.

5.2. ¿Qué tiene que ver con este enfoque la doctrina cristiana sobre el pecado original?

Después de haber descrito esta visión claramente positiva sobre el mundo y sus contenidos, que se deriva del teísmo creacionista bíblico, ¿no resulta contradictoria con ella la doctrina cristiana sobre el pecado original? Según ésta toda criatura humana nace padeciendo las consecuencias derivadas del pecado de Adán. Para poder empezar a liberarse de ellas es imprescindible que se le administre el llamado “sacramento del bautismo”. San Agustín, el más famoso teólogo cristiano de la Edad Antigua llegó a sostener sorprendentemente que si un niño moría sin bautismo, padecería las penas del infierno. Dentro de este mismo enfoque pesimista, que presuponía que la naturaleza humana se encontraba intrínsecamente corrompida por consecuencia del pecado original, se situaba Martín Lutero. Su visión negativa sobre el ser humano desde su nacimiento era aún más acentuada que en Agustín de Hipona. La corrupción de la naturaleza humana alcanzaba, según aquél, también a la razón de toda persona, incluso después de ser bautizada. Este sacramento tampoco contribuía al proceso regenerador, sino a que Dios pasase por alto misericordiosamente la realidad intrínsecamente corrupta de todo ser humano. De ahí que, como ya he dicho, en una ocasión se le escapase a Lutero escribir: “La razón es la prostituta del diablo”. ¿Qué tiene que ver lo dicho antes sobre la visión bíblica del ser humano (“Y vio Dios que era bueno”) con la interpretación pesimista de San Agustín y todavía más acentuada en Martín Lutero? Incluso con una interpretación mas moderada de la doctrina del pecado original, ¿puede compaginarse?

Para empezar conviene recordar que tanto San Agustín, como Martín Lutero, como cualquier otro teólogo, por mucho prestigio que tengan en esta área del saber, podían equivocarse. Personalmente tengo el convencimiento de que aquellos dos erraron claramente en este punto. Ya en la Edad Media, Tomás de Aquino se distanció claramente de esta doctrina agustiniana. Según él toda criatura nace con una naturaleza humana intrínsecamente buena. Otra cosa es que padezca las consecuencias debilitantes o desequilibrantes del pecado original.

La forma distorsionada de haberse presentado la doctrina del pecado original puede haber provocado no pocas crisis y abandonos de la fe bíblico-cristiana. Esto no sólo habrá ocurrido en aquéllos que se hayan tomado demasiado en serio las interpretaciones de Agustín de Hipona y de Martín Lutero. También a partir de otras versiones más moderadas sobre esta cuestión, pero condicionadas por una interpretación inválida de la Sagrada Escritura.

Para empezar conviene advertir, a quien no lo sepa, que el término hebreo que se viene traduciendo por Adán, no se refiere al nombre del primer individuo humano, en el proceso evolutivo de las especies vivientes. Es un término genérico que significa “el género humano”, “la humanidad”, el ser humano. De hecho en la gran mayoría de ocasiones en que este término hebreo estaba presente en la Biblia hebrea fue ya traducido en la versión griega llamada de los Setenta, por las palabras “género humano”, “humanidad”, etc. Son pocos los lugares, en los primeros libros del Pentateuco, en que se mantuvo la palabra original sin traducir, lo que dio pie a la confusión de entenderla como el nombre propio del primer individuo humano. La teoría teológica del pecado original –que forma parte de la doctrina oficial de la Iglesia cristiano-católica- quiere decir que, desde el comienzo de la historia de la humanidad, cuando el ser humano ha realizado acciones o vivido con actitudes deshumanizadoras –y por ello contrarias a la voluntad divina, es decir pecadoras- ha podido ir dejando en el ambiente social, en las costumbres, en las instituciones, etc. una influencia negativa, por ejemplo: unas irritabilidades, unos efectos depresivos, incluso una polución atmosférica (provocada por un ansia descontrolada de las ganancias de la productividad industrial), que hieren –desde el comienzo de su existencia- a toda criatura humana. He señalado sólo tres ejemplos de influencias perjudiciales, podría presentarse una larga lista. Desde que el niño ha nacido, comienza a respirar en un contexto humano -físico, psicológico y espiritual- que le transmitirá probablemente en la mayoría de los casos influencias bienhechoras, efecto de sentimientos paterno-filiales positivos, no sólo de sus padres biológicos. Pero al mismo tiempo inevitablemente experimentará en su sensibilidad la sutil influencia negativa de los efectos del mal acumulados en la historia de los colectivos humanos. Esta influencia negativa es lo que yo entiendo por el pecado original, también llamado actualmente “pecado del mundo”, o “pecado originante”. Recojamos un par de párrafos del teólogo Ruiz de la Peña:

el pecado originante es el “pecado del mundo” entendiéndose por tal el conjunto de las acciones pecaminosas cometidas a lo largo de la historia. No es preciso reconocer un influjo especial al primer pecado: éste no tuvo más importancia que cualquier otro, es un eslabón más en la cadena que constituye el mundo en “reino del pecado”.

Esta hipótesis ha sido popularizada por los trabajos de Schoonenberg [...]

Concausalidad del primer pecado y de los restantes; el pecado originante sería una magnitud dinámica, no extática, que comienza a producir su efecto desde la comisión del primer pecado histórico y que se va engrosando, a modo de bola de nieve, con todos los pecados personales; cada acción pecaminosa, en efecto, afirma la dominación del mal sobre el mundo y aumenta el peso de la culpabilidad que pende sobre cada existencia humana (J.L. Ruiz de la Peña, 1991, pp. 180 y 181).

[…]

Personalmente respeto la tradición, desde hace siglos, del bautismo de los niños recién nacidos, pero me parecería mucho más correcto volver a lo que se acostumbró en los tres primeros siglos del cristianismo, y que siguió practicándose, todavía hasta hoy, en la mayoría de las llamadas tierras de misión. Previamente a la recepción del bautismo, el candidato debía comprobarse que estaba experimentando un auténtico proceso de conversión. No se trataba sólo ni principalmente de que fuese conociendo y aceptando como válidos los contenidos de la fe cristiana, sino que sus prácticas y actitudes vitales fuesen adecuándose al espíritu del Evangelio. Una comisión de representantes de la comunidad eclesial, presidida por el presbítero –como sigue realizándose en tierras de misión- debía discernir si consideraba que ese candidato reunía los requisitos mínimos suficientes para considerar que su proceso de conversión estaba suficientemente acreditado. Esta praxis sigue siendo la vigente en algunas ramas del cristianismo protestante, como es el caso de los Baptistas. Además su bautismo implica una realización más expresiva del rito, al llevarse a cabo tres inmersiones sucesivas de todo el cuerpo en el agua. La palabra bautismo significa, literalmente, inmersión.

La Iglesia, una vez que en el siglo cuarto se había producido una espectacular conversión de la mayoría de los ex-paganos –ciudadanos o esclavos del Imperio Romano- a la fe cristiana, incluido el emperador Constantino, consideró que era admisible la realización del bautismo ya desde poco después del nacimiento, ya que se consideraba que era casi seguro que esta criatura, una vez que creciese, se quisiera adherir al colectivo cristiano, en el cual abundaban testimonios suscitadores de admiración y signos de la influencia divina sobre sus vidas. Posteriormente esta práctica pasó a ser obligatoria, con excepción de los países de misión.

En el momento actual de la historia de nuestro país aquellas circunstancias ya no se cumplen. Por ello considero que debería replantearse el tema del bautismo en una edad con madurez para una decisión consciente y libre. Ahora bien, mientras se decida continuar con esta práctica, es preciso que haya un compromiso auténtico de los padres –o si procede de sus sustitutos, los padrinos- en transmitir a esos bautizados en la infancia el espíritu del evangelio, no sólo con sus informaciones, reflexiones y adoctrinamiento, sino ante todo con sus actitudes vitales y el clima humano que produzcan. De hecho, el acto por el que unos padres solicitan que su hijo sea bautizado significa –cuando no es una mera rutina social- que ellos se comprometen en serio –con ayuda del padrino en lo que sea preciso- (que no debe limitarse a ser una mera figura decorativa en la ceremonia, sino un candidato a tutor espiritual) a ser los que contrarresten, con sus actitudes humanizadas y cristianas, los efectos perjudiciales del mal del mundo (el “pecado original”). En el bautismo no se produce ningún efecto mágico. Se confía en que, a partir de la generosidad y buena disposición de los padres, el Espíritu divino les inspire para la satisfactoria realización de la evangelización de su hijo.

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