Mi especial discernimiento (ironía) vocacional en el Opus Dei (III).- Torch
Fecha Friday, 09 November 2012
Tema 060. Libertad, coacción, control


Mi especial discernimiento (ironía) vocacional en el Opus Dei (III)
Torch, 9/11/2012

 

El ‘pitaje’ (II)

Así llegó el año de la beatificación de José María Julián Mariano, Marqués de Peralta por breve tiempo y fundador del Opus Dei. Mis padres me animaron a ir y yo vendí algunas mercancías en Navidad para financiarme el viaje (poco logré financiar, la verdad). Mi familia estaba contenta de que viajaría a Europa (en la tradición familiar y en el contexto de mi país de aquellos tiempos, un viaje a Europa era todo un acontecimiento; ahora ya han cambiado las cosas).

Mi amigo – el de la familia ‘pata negra’ – ya había ‘pitado’. Otros conocidos de cursos superiores lo habían hecho  ese año, o lo harían en los meses siguientes. Luego me enteré, que el consejo local (los directores del centro al que mi club ‘juvenil’ pertenecía) se habían propuesto que ese año ‘pitáramos’ al menos 10 numerarios. No me extrañaría que esa cifra viniera desde Roma y que muchos otros ‘clubes juveniles’ o centros de ‘San Rafael’ se propusiesen cifras similares, o quizás más ambiciosas...



Así viajamos por España, Francia, el norte de Italia hasta llegar a Roma. El viaje me gustó, aunque, visto con perspectiva y después de viajar muchas veces más, estaba (no es sorpresa) completamente centrado en la ruta escrivariana: Madrid, San Lorenzo de El Escorial, fuimos incluso al Valle de los Caídos (¡!); Zaragoza (sólo el Pilar, se nos dijo que ahí había rezado el futuro beato), Torreciudad (un par de días, por su notable interés histórico y cultural, por supuesto); Lourdes (menos mal, un día y medio; pero nos recalcaron que ‘aquí había rezado’ el futuro beato, etc., etc.); Florencia y Roma. La verdad, Escrivá paseó por la mayor parte de Europa, así que otro itinerario hubiera sido posible (Londres, Paris, Colonia, Bonn, Munich, Zurich, Siena, Florencia, Roma; por poner un ejemplo).

En alguno de los días de Roma, el numerario de turno me llevó a tomar un helado y ahí me dijo algo parecido a lo siguiente:

+ Que fuera consciente de que Dios me había dado mucho con mi familia, mis amigos, mis cualidades, mi posición social (así), y el privilegio de estar en la beatificación.

+ Que Dios me podría estar pidiendo ser numerario.

+ Me preguntó si me lo había yo planteado algún día (le dije que no, que la idea no había cruzado mi mente, cosa que era cierta).

+ Me dijo que me lo pensara. Le dije que lo haría. No lo volví a pensar. Tenía 14 años y un par de meses. El numerario me doblaba la edad.

Volví a México sin saber que en ese momento ya estaba mencionado en la lista de San José (lista de posibles candidatos a ‘pitar’ que se hace cada año en la víspera del 19 de marzo), y que mi nombre circulaba en tertulias de numerarios para que me ‘encomendaran’ (rezaran para que me animara a ‘pitar’). La verdad es que cualquiera – yo al menos – cuando se entera de estas cosas, se siente importante, especial. Y es en torno a la ‘especialidad’ que mi peculiar discernimiento vocacional giró.

Antes del viaje a la beatificación había comenzado a frecuentar un ‘círculo’ de ‘san Rafael’. Los círculos están descritos en infinidad de colaboraciones de OpusLibros. Basta decir por ahora que son reuniones semanales con un guión compuesto por el fundador de la obra y que buscan ser el ‘eje’ sobre el cual el reclutamiento de numerarios jóvenes sucede. Así pues (y no lo digo yo, está escrito en la ‘instrucción para la obra de San Rafael’), los asistentes a los círculos constituyen el semillero de vocaciones de la Obra. En los círculos, la estructura de control que se replica en toda la organización, es ya visible: absolutamente ‘top down’, nadie puede preguntar ni interrumpir al orador. El papel del discernimiento individual y la participación es más bien poco: los temas están dados, las enseñanzas también, las preguntas del examen de conciencia son bien concretas: se contestan con un ‘sí’ o un ‘no’. Si hubiera más espacio para el discernimiento dichas preguntas se responderían con un ‘cómo’ o un ‘por qué’.

Cuando cumplí los 14 años 6 meses, el numerario de turno (aquél que me doblaba la edad) me sacó a preceptoría en el colegio (era, naturalmente, con ‘santa pillería’ mi preceptor) y ahí aprovechamos para hablar no de mis calificaciones en la escuela, ni de los retos que supone la adolescencia, ni de las fiestas a las que comenzaba a acudir, sino de mi posible vocación como numerario que podría solicitar desde ese mismo día. Ahí le dije que estaba convencido de que siempre necesitaría formarme y luchar. Me dio a entender que por eso requería ser de la obra, es decir, que si uno quería ser santo ‘en medio del mundo’ tenía ipso facto vocación al opus Dei (falacia 1). Esta idea me convenció. Yo poco conocía de otras organizaciones de la Iglesia, o de otras vocaciones a la vida religiosa o consagrada. A mi madre no le gustaban otras organizaciones y, a veces, ni siquiera el párroco (entendible, pues el párroco había sido sacerdote numerario, aunque de esto yo me enteré mucho después). Mi padre había quedado muy decepcionado de los jesuitas en los años setenta y se encontraba a gusto con el Opus Dei. Así que para mí, como para mi familia, la obra era literalmente un remanso de paz y buena doctrina en un ambiente de confusión posconciliar (escribo esta frase con cierta ironía, ‘no os enojéis’).

Ya una vez aceptada la presunta inevitabilidad de mi vocación al opus Dei, el numerario de turno me insistió que lo mío era ser numerario. Entendía perfectamente, pues lo había abrevado desde mi infancia, que los numerarios y numerarias no se casaban, mientras los supernumerarios (mi madre, por ejemplo) sí. Yo le respondí que no quería ser numerario sino supernumerario. Luego me enteré que esto no se puede cuando uno es joven (menos de 18 años, por ejemplo). Pero en ese entonces, iluso de mí, no lo sabía. El numerario de turno me dijo que si Dios me estaba buscando a esas edades (sin ningún compromiso vital, vamos, sin ningún plan de vida) era porque me pedía ser numerario (falacia 2).

Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que cualquier persona con un mínimo de sentido común le diría a ese niño de 14 años que no era ese el momento de pensar nada que tuviera que ver con una decisión a perpetuidad que ataría todos sus días. Que de penitencia ‘se comiera un par de huevos fritos’ (como hizo el buen confesor de José María Julián Mariano cuando niño) y que ya después podría pensar en cosas tan profundas. Que por ahora jugara futbol o fuera de excursión por las montañas. En especial porque la ‘inquietud’ vocacional era completamente ajena a mí: yo no me había planteado nada.

Un día el numerario de turno me invitó un café (es un decir, el café lo tomó el; yo no comencé a beber café hasta ya siendo numerario) en un Vips. Ahí llevo un ejemplar de ‘Cuadernos 7’ y me contó el mito de la estrella (del beso divino que brilla –decía Escrivá– en la frente de los numerarios como un lucero). Me dijo que sería bueno que leyera los capítulos del libro. Le dije que me parecía bien, que me prestara el libro y con mucho gusto. Me replicó que ese libro era ‘discreto’ y que no debía de salir de los centros, de ordinario (obviamente él había hecho una excepción). Le dije –oh, iluso de mí– que estaba de acuerdo y que iría al centro a meditarlo. Lo de la estrella me dejó desarmado. Dios me estaría pidiendo pertenecer a una élite a su servicio en la tierra, ser especial, y yo podría estarlo negando. Gracia tan peculiar – así lo pensaba – y yo dejándola de lado. Además, no tendría que cambiar nada externo de mi vida… seguiría siendo el mismo (esto podría ser una tercera falacia, en toda regla, pero ya otros en OpusLibros han tratado el tema).

Mi madre que algo sabía del proceso vocacional (o si no lo preguntó, aunque es verdad que en general, los supernumerarios no se enteran de tanto como los numerarios), me cuestionó un día si es que me estaba planteando el tema vocacional en el Opus Dei. Me dio muchísima vergüenza hablar de esto. ¿Por qué? No lo sé. Quizás había entendido el tema del pacto de la vergüenza en la obra, como lo explica EBE con maestría. Tal vez por una reacción instintiva de cualquier adolescente que no quiere que sus padres entren en cuestiones de su intimidad. La verdad es que no lo sé. Pero el hecho es que el tema no se volvió a mencionar con mis padres hasta mucho después.

Ese verano volví a ir al curso de inglés (un eufemismo, lo del ‘inglés’ ya sabemos, era lo de menos). Ahí volvió el numerario de turno con toda la artillería pesada. Creo que ya para esas instancias yo estaba convencido de la inevitabilidad de mi vocación al Opus Dei como numerario. Lo único que faltaba era que decidiera lanzarme. A finales del verano fui invitado como ‘monitor’, ‘líder’ o lo que fuese a unos campamentos para chicos que comenzarían la secundaria. Como no teníamos sacerdote, cada mañana el cuidador de la finca nos llevaba en una camioneta de carga al pueblo cercano para que escucháramos misa. Yo iba acompañado por otros dos compañeros míos de la escuela que ya habían ‘pitado’. Recuerdo esos días como llenos de alegría y mucha paz, la verdad. Vienen a mi memoria la frescura de la mañana, los quince minutos en silencio que pasábamos en el compartimento de carga del camioncito, haciendo la oración, y la piedad de la gente del pueblito. Una de las canciones de la misa sigue anclada a mi memoria.

Continuará

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