Mi especial discernimiento (ironía) vocacional en el Opus Dei (II).- Torch
Fecha Wednesday, 07 November 2012
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


Mi especial discernimiento (ironía) vocacional en el Opus Dei (II)
Torch, 7/11/2012

 

El ‘pitaje’ (I).

Gracias a la peculiar honestidad que la organización practica (ironía), que hacia afuera explica algo que hacia dentro es diferente, contamos con el término (orwelliano) ‘pitar’. ¿El ‘pitar’ equivale a pedir la admisión? No. La admisión se refiere a un modo de incorporarse a la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, al menos con 17 años cumplidos. El ‘pitaje’ significa decir que sí a pertenecer a la Obra. No importa de qué se ‘pita’ (numeraria auxiliar, numerario, agregado, supernumerario, sacerdote agregado, sacerdote supernumerario), lo importante es que uno está adentro del ‘sistema’. ‘Pitar’ significa precisamente ese estar adentro. Si uno es un infante de 14 años y medio y ‘pita’, entonces pertenece. ¿Qué todavía no tiene 18 años? No importa, eso es un mero tecnicismo. Comienza a gozar de algunos privilegios (comer en el comedor de los numerarios, por ejemplo; rezar las oraciones en latín – que cambian a la lengua vernácula por arte de magia cuando hay un ‘externo’ presente, etc.) y tiene, desde ya, obligaciones (asistir a un curso anual, al círculo semanal, hacer corrección fraterna, ir a la oración de la mañana, tener un encargo, entregar el dinero, hacer la charla fraterna, etc.)...



El ‘pitaje’ es mucho más que la admisión, la oblación, la fidelidad, o lo que fuera (¿la ordenación?). Es el título de pertenencia (una estrella que llevamos en la frente y que significa la vocación, ver Cuadernos 7: Vocación y Apostolado). El discernimiento no cabe una vez que ya se ha ‘pitado’. Cara a la galería, la prelatura puede decir que tiene plazos para la permanencia y que no se pertenece a la institución definitivamente hasta, al menos, los 23 años. Pero, lo cierto en mi experiencia, lo que entendí y difundí en mi paso por la obra, es que la duda y el discernimiento del candidato sólo es legítimamente válida antes del ‘pitaje’, y no, nunca, después. La organización (los directores), mientras tanto, puede en todo momento pedirle a un miembro que se marche pues ‘no es lo suyo’.

Pues bien, yo ‘pité’ a los catorce años y meses. Pero mi ‘pitaje’ no comienza ahí. Me parece que mi ‘pitaje’ empieza cuando cumplí los 7 años y fui inscrito en un colegio del Opus Dei (no muy prestigioso en ese tiempo, ahora va la crème de la crème). Es más, quizá mi ‘pitaje’ comenzó cuando mi madre ‘pitó’ de supernumeraria y mi padre fue nombrado cooperador. Yo, sin saberlo, gracias a mis padres (sin saberlo ellos tampoco) fui ‘mamando’ el ‘estilo’ del Opus Dei en detalles numerosos. Mis padres también me fueron inculcando una piedad que, pienso, era común entre muchas familias de mi entorno, aunque no pertenecieran a la obra y que ahora agradezco. Recuerdo que – no tendría más de 5 años – entraba al despacho de la directora donde mi madre ‘hacía’ su ‘charla fraterna’. Después, aunque seguí acompañándola al centro de numerarias, me quedaba fuera. De vez en cuando las auxiliares jugaban conmigo (por cierto, siempre encontré a las auxiliares alegres; gran sorpresa me llevé cuando una amiga médico me dijo que todas – o casi todas – están medicadas).

Cuando iba a hacer la primera comunión fui a confesarme con un cura ‘de casa’ (del Opus Dei). Desde los primeros años que frecuentaba centros de la obra me sucedía que las casas me gustaban. No me pasaba lo mismo con algunos conventos o casas de religiosos. Quizá porque en México, gracias a la persecución y a la falta de recursos (o imaginación, no sé), esos lugares solían estar poco decorados y pobremente dispuestos. Los centros de la obra, por su parte, tenían cierto aire familiar y de nobleza (después de algunos años en la Obra, me convencí de que ese aire de ‘familia’ tiene mucho de artificial y manufacturado, llega a ser, a veces, la tramoya de la desolación, detalles imaginativos del Opus Dei® repetidos en cualquier franquicia como en un Starbuck’s ® o en McDonald’s ®). Por lo mismo, solía sentir los centros de la obra en este periodo, como algo cercano. Se me hacía lo más normal que hubiera puertas de comunicación con las numerarias auxiliares, o que hubiera imágenes del fundador o del prelado en turno con dedicatorias (‘jacuatorias’ les llamaban).

Cuando tenía 11 años, me invitaron a un campamento organizado por el club de niños anejo a mi colegio. Mis primos irían, así que fui. Lo pasé muy mal pues me enfermé la mayoría de los días. Con los recursos que existen hoy, me sorprenden las condiciones del campamento: un lugar donde las temperaturas bajaban a negativo por las madrugadas y que tenían a los niños durmiendo en tiendas de campaña con bolsas de dormir de regulares a malas (la mía, al menos), donde no había regadera (‘ducha’), sino que nos bañábamos (es un decir, una vez por semana además) en un río a unos 10 km del lugar, la comida era muy mala, y nos tocaba (niños de 10 u 11 años) preparar la mesa o lavar los platos por turnos. Quizá Dickens describiría aquél campamento en alguna de sus novelas (sí, exagero, lo sé). Es muy probable que estas condiciones fueran parecidas a las de otros campamentos organizados por otras personas ajenas al Opus Dei. Además, las medidas de seguridad aun no estaban de moda en el país. Basta ver cómo viajábamos en nuestras familias (‘de sangre’ qué asco de término): siete o nueve individuos en un coche pequeño.

Sin embargo, en vez de jurar no regresar por el club, me convencí de que volvería algún día. Tal día llegó un par de años después. Un amigo mío iría a una excursión por ríos y montañas organizada por el mismo club del Opus Dei y me invitó. La familia de mi amigo era ‘opus pata negra’ como alguien dice por aquí. Sus hermanos mayores – muchos – habían ido ‘pitando’ y ‘despitando’ a lo largo de los años. Mi amigo no sería una excepción… de ambas cosas. La verdad sea dicha, fue una de las mejores excursiones de mi infancia. No existían las medidas de seguridad (ahora me escandalizo: hoy no dejaría a mis hijos asistir ni loco) y corría la leyenda de que alguien (como reza el Enrique V de Shakespeare) tenía a una serie de enfermos y viejitas pidiendo por nuestra seguridad. Los rezos eran efectivos, nunca pasó nada, al menos nada grave. La definición de gravedad, no obstante, bordeaba la de muerte cerebral o pérdida de una extremidad.

El club contaba con dos camionetas (minivans) en las que los niños se subían de a 20 en 20. En algunos ríos nadamos sin ningún chaleco salvavidas. Llegamos a dormir en lugares completamente improvisados: un terreno baldío, la cripta en construcción de una iglesia, una bodega de una buena familia de campesinos que nos dio alojamiento. Nunca faltaron ni la misa, ni la oración, ni el rosario. De regreso, ya llegando a la ciudad, una de las camionetas se quedó sin frenos y, chocamos: no pasó nada, nada ‘grave’, pues. En aras de la honestidad tengo que decir que los clubes ‘juveniles’ del Opus Dei en México han mejorado en mucho la calidad desde aquellos campamentos divertidos, aventureros e improvisados.

A partir de esa ocasión comencé a ir más y más al club. Llegó un día que yo era el que hablaba para preguntar si habría ‘actividad’ o no. A fines de ese año me inscribí a un ‘curso de inglés’ (el ‘inglés’ era lo de menos) por un par de semanas. Lo volví a pasar fenomenal: iban muchos de mis amigos y el curso estaba plagado de actividades divertidas. Era curioso: nos dejaban hacer lo que nuestros padres no permitirían tan fácilmente (subir a lugares peligrosos, tertulias pirata hasta las tantas de la noche, fumar, etc.) lo que hacía que nos sintiéramos ‘mayores’. Si hay algo que entendí de aquellos años fue el ‘espíritu de sacrificio’ y la ‘mortificación’. Quizá eso explique que se exacerbara aun más mi natural disposición a ‘aguantarlo todo’. Esta disposición estaba muy probablemente unida a cierta inseguridad en mi persona. No culpo a la obra de esto, aunque sin duda, algunas costumbres del estilo del opus encontraron terreno fértil.

Los numerarios eran nuestros héroes. En ese entonces los veíamos como adultos de la tercera edad, cuando en realidad tenían 20 o 21 años como mucho. Mi proceso vocacional (y el de muchos) no podría explicarse sin el papel que jugaron los numerarios del club.

Continuará

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