Más sobre el servicio doméstico en el Opus Dei.- Haenobarbo
Fecha Monday, 05 November 2012
Tema 077. Numerarias auxiliares


Debo confesar que cuando leí el escrito de Gervasio sobre las Manolitas, “El servicio doméstico en las familias con vínculo sobrenatural”, fue en la oficina y tuvieron que llamarme al orden de la carcajada que solté, la verdad me reí muy a gusto.

Pensé escribir algo pero poco a poco lo descarté, primero porque no tengo la gracia de Gervasio para escribir, segundo porque quizá adolezco de ese extraño síndrome que Gervasio apunta en un escrito posterior y tercero, porque en realidad habría que escribir tanto sobre las Manolitas que quizá es mejor no escribir nada. Pero el viernes leí la nota de Julia –antes había leído la de Maripaz – y ya de entrada torcí el gesto: es que lo de las administraciones, o mejor dicho lo de las numerarias auxiliares, no es un invento del fundador.  El fundador, como se ha dicho y demostrado muchas veces, no inventó nada...



No es que el fundador se inspira en el servicio del palacete de San Sebastián de Carito Mac Mahon, ni en el palacio madrileño de la marquesa de Onteiro. El fundador se inspira, como para casi todo, en la organización conventual, en la praxis de los y las religiosas.

El tema del trabajo doméstico en los conventos, es un tema muy antiguo: primero, las “señoras” que entraban por cualquier razón que sea a la vida religiosa, llevaban sus propias criadas: se sostenían el rédito de la dote que entregaban al entrar.

Cuando Santa Teresa fundó o mejor dicho refundó el Carmelo, volviendo a la regla primitiva, uno de los temas que hubo que resolver fue precisamente ese: el de las “señoras” y sus criadas, y lo resolvió de modo muy sencillo: las criadas serían del convento y no de las señoras, y para eso debían tener la misma vocación con una orientación específica: el servicio doméstico. Son las llamadas “hermanas” o monjas de velo blanco. Nunca podían pasar al orden de las monjas de velo negro y desde luego estaban excluidas de participar en el gobierno de las casas y en los Capítulos.

¿Alguien conoce alguna auxiliar, por más inteligente y lista que sea, que forme parte de un consejo local o de una Asesoría o de la Asesoría central? ¡¡Y vaya que hay auxiliares listas...!!

Quizá lo que Escrivá copió de sus amigas de la nobleza, fue el modo de presentarlas a la vista: un pulcro uniforme sustituye al hábito ¿pero?… ¿No se convierte al fin y al cabo ese uniforme simplemente en un modelo de hábito distinto? Le pareció interesante que usaran tacones en determinadas ocasiones, siempre discretos; guantes blancos y cofias y algo de maquillaje. Desde luego habrían desentonado sirviendo la mesa de unas señoritas de manga larga y collares de perlas, o de unos señores de saco y corbata, con una bata cualquiera, el pelo recogido con una cinta elástica y chanclos en los pies.

Hermanitas he visto en los conventos, servir la mesa con su hábito pulcro y planchado, con la misma gracia y elegancia que nuestras auxiliares.

En definitiva, lo que hizo fue conjuntarlo todo pero en el fondo, lo de las auxiliares no es más que una copia de lo que sucedía en los conventos tanto de mujeres como de varones, porque los religiosos también inventaron a sus “hermanitos”, los legos que se ocupan de los trabajos domésticos y que, por ejemplo, están impedidos por la propia regla, de acceder a estudios superiores y a las ordenes sagradas: legos, siempre legos.

Debo reconocer eso sí que, tras las reformas impulsadas hace ya 50 años por el Concilio Vaticano II y en el caso de las religiosas, ya en el pontificado de Pío XII, en muchas Órdenes y Congregaciones el estatus de las hermanitas y los hermanitos ha tenido algunas variaciones y en algunos casos simplemente han sido suprimidos.

Todos hemos oído las anécdotas de las auxiliares limpiando los pisos de Villa Tevere, y muchos habremos recibido la indicación de no caminar sobre la madera en determinados sitios, sino sobre las alfombras, para no estropear aquellas. Hace tiempo, escribí algo sobre este tema y para evitarle a Agustina la búsqueda, lo vuelvo a citar:

Leyendo un libro de recuerdos de una alumna de un internado religioso europeo, me encontré con esto: “las hermanitas se ponían en las mañanas unos cepillos, como patines y sacaban brillo al piso encerado de los larguísimos pasillos del segundo piso que tenían parquet o tablones de madera, con sus pies. Reían y se las veía contentas mientras trabajaban, y eso era lo más admirable o lo más doloroso, según como lo apreciemos”. Sobran comentarios, pero seguro habrá por acá más de una Manolita y más de una auxiliar, que podría escribir sobre este tema.

Cuando leo comentarios sobre “los señoritos” y sobre las pobres auxiliares que se dejaban la vida sirviendo a una pandilla de vagos desagradecidos, confieso que no me reconozco en ellos. Personalmente no entré al Opus Dei después de elegir donde había auxiliares que me sirvieran: las auxiliares me vinieron impuestas; no tenía la menor opción de elegir. Y puedo asegurar que muchas veces eso de no poder prepararme siquiera una taza de café me molestaba bastante.

Recuerdo que la primera vez que comí en un centro, agradecí, con un simple “gracias” a la auxiliar que me puso la fuente por delante: no llegué al oratorio a la subsiguiente visita al santísimo porque el director me hizo la primera corrección fraterna: a la administración no se le hablaba y no se le agradecía – de palabra – nada.

Durante los más de 20 años que estuve dentro, me tocó tratar – vía telefonillo - con varias administradoras y con algunas auxiliares: unas más secas, otras más sueltas. No recuerdo haber pedido nunca nada extraordinario.

En Aralar, un día aterrizó en el suelo una de las auxiliares con la fuente que llevaba en las manos. Puedo asegurar que todos los que estábamos en el gran comedor quisimos levantarnos a ayudarla, pero como la programación es cosa seria, todos miramos al rector, sacerdote él, que presidía la mesa y nadie se movió de su sitio. Una bandada de auxiliares salió a rescatar a la accidentada. Puedo asegurar que yo no las vi, solo sentí que pasaron, porque todos teníamos la vista fija en nuestro plato.

En Pamplona en aquella época – no sé si seguirá igual – se notaba una cierta animadversión no solo hacia los sacerdotes de la Obra, a los que se podía reconocer a leguas, sino también hacia aquellos que se suponía que éramos del Opus – digo se suponía porque en principio como cristianos corrientes no se nos debería haber distinguido –. Recuerdo que cuando llegaba la Semana Santa se nos pedía que la noche del Jueves Santo, que salíamos a visitar Monumentos, siguiéramos a las auxiliares y a las numerarias en general, a cierta distancia, para prevenir cualquier incidente desagradable.

En otro centro, una auxiliar salvó a uno de los comensales de morir atragantado: todos lo mirábamos ahogarse y toser, sin hacer nada. La auxiliar que servía la mesa dejó la fuente, agarró al ahogado por debajo de los brazos, lo alzó y lo dejó caer: santo remedio.

Una de las administradoras del centro donde vivía, falleció. Era hermana de uno de los que vivía en ese centro. Consultamos a la Comisión si podíamos ir al velatorio y nos contestaron que no hacía falta, pero que podíamos ir al cementerio si lo deseábamos, manteniéndonos a una prudencial distancia. Algo teatralmente absurdo y sin sentido desde luego, porque ni ellas nos conocían ni nosotros las conocíamos a ellas y además, estábamos en un lugar público. Mantenerse a prudencial distancia resaltaba, por el contrario, lo raro del asunto.

Llega el coche fúnebre a la puerta del cementerio y vemos a unos individuos uniformados de funeraria, que se acercan a tomar el féretro. A una mirada del Director, nos adelantamos y tomamos el ataúd nosotros: ¡¡jolínes!! ¡¡Era nuestra hermana y la hermana de un hermano nuestro!! ¿Pero en qué cabeza obtusa se les puede ocurrir que a un miembro de la familia lo lleve a enterrar una tropilla rentada, habiendo familiares y amigos que pueden cumplir esa obra de misericordia?. Llevamos el ataúd hasta la fosa, lo colocamos en el lugar previsto y nos retiramos.

Al día siguiente el sacerdote secretario pasó por el centro para trasmitirnos el agradecimiento de la Asesoría por el gesto. Se ve que nos conocían. En todo caso el Director no dejó de hacerle notar al sacerdote secretario que eso es lo normal y natural en cualquier familia y que entre hermanos esas cosas se hacen y no se agradecen.

Por otra parte, es evidente que las auxiliares y de algún modo la administradora de turno, sabe muchísimas más cosas de los residentes de un centro, que estos de aquellas. Ellas escuchan, ven, huelen, y también hablan.

Y sí, claro que sí, comentan cosas entre ellas y a veces consultan cosas con la administradora; los residentes, en cambio, solo tenemos la posibilidad de procurar aligerarles el trabajo: no fuimos nosotros los que resolvimos que nos hicieran las camas y cuando dejaron de hacerlas, las hicimos.

Personalmente, por haber estudiado en un internado, me hacía la cama y seguí haciéndola cuando entré en la Obra, hasta que un día la Manolita de turno le pidió al director que me dijera que dejara de hacerla ¿razones? No me las dieron. No sé si es que la hacía mal o simplemente es que alteraba el ritmo del trabajo de la administración; no me extrañaría que las desconcertara el que les quitara trabajo. Cuando llegó la indicación de que la hiciéramos nosotros, volví a hacer lo que había hecho muchos años. Ah, y en el Colegio Romano, nos hacíamos las camas mucho antes de que llegara esa indicación.

“La vagancia es la madre de todos los vicios no sé por qué se me ha venido este pensamiento de pronto. Quizá lo he enlazado con lo anterior. ¿Por qué en el Opus Dei no tenemos vacaciones en el sentido auténtico de la palabra? ¿Por qué se nos mete en la cabeza que las vacaciones deben ser un cambio de actividad y no un no hacer nada? ¿Por qué el atiborramiento de actividades durante el día, durante los cursos anuales, durante los cursos de retiro? ¿Por qué la necesidad de que las auxiliares no tengan un minuto de respiro?

En el fondo lo de siempre: dormir sobre tabla para no... no usar ducha de teléfono para no... (esto ni se me habría ocurrido por Dios!!)... No estar sin hacer nada para no... No dormir en habitaciones de dos para no… (En este momento me doy cuenta que pasé varios años en el Colegio Romano y jamás fui a otra zona de habitaciones que no fuera la mía; quizá alguna vez subí una bandeja de comida a un enfermo, o acompañé al sacerdote con la comunión, pero ir por ir, nunca, no conozco esas zonas). No hablar con las de la otra sección para no… No hablar con una mujer a solas para no...

La ascética del para no...

Haenobarbo







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