Recuperación.- Un amigo
Fecha Wednesday, 24 October 2012
Tema 078. Supernumerarios_as


Gervasio en su último artículo que tanto le divierte redactar y que mucho más nos divierte a sus lectores, contaba sobre la admiración que sintió un supernumerario conocido suyo al enterarse de primera mano, que el segundo plato de la cena de su centro consistía en un par de huevos duros sin adorno u otros aditamentos, así, a palo seco, concluyendo el citado supernumerario que, como mínimo, ese suceso se debería reseñar para cuando se incoaran los consiguientes procesos de beatificación de los residentes de aquél centro. No sé, pero para mí –y lo confirmará Gervasio-, ese supernumerario debía ser de especial morro fino, seguramente acompañado de algún título del Reino adornado por la pomada de muchos cientos de miles de euros en su cartera. Los supernumerarios que uno conoció en su anterior vida eran gente muy pegada al terreno que habitualmente tomaban a última hora del día: una porrusalda, seguramente caliente, antes de irse a la cama con la legítima (a dormir después de un duro día).

 

Uno todavía conserva entre sus recuerdos parecida anécdota a la narrada por Gervasio, pero esta vez al revés, ya que los admirados fuimos los dos que vimos la siguiente escena en nuestro centro, en el que atendíamos a una treintena de supernumerarios de variado músculo financiero. Para que se entienda lo que cuente a continuación, antes hay que explicar a quienes nunca han vivido en un centro, que en las casas pequeñas de la prelatura o del opus, que es lo mismo, existía o existe un amplio armario o pequeña habitación denominado Recuperación, en el que los residentes dejaban la ropa que no les servía porque consideraban que estaba vieja, pasada de moda, grande o pequeña u otro tipo de considerando. Los residentes antes de ir a comprar lo que necesitaran debían pasar por ese armario o pequeña habitación, por si encontraran algo que se adecuara a su necesidad y así evitar un gasto a la caja del centro. Esta era la teoría porque en los veintisiete años que uno fue numerario nunca vi a nadie usar nada de recuperación. La tentación de comprar algo nuevo era más fuerte que el reciclaje que debería darse a las prendas usadas.

 

Llegó un día en que ese armario o pequeña habitación de recuperación no dio más de sí y las ropas allí depositadas hubo que retirarlas por falta de espacio o para dar cabida a otras prendas más modernas, pero también en desuso. A un compañero y a mí nos tocó meter en grandes bolsas de plástico el contenido de ese armario para llevarlas a los pobres el primer fin de semana que tuviéramos libre. Mientras cumplíamos con el encargo, se me ocurrió comentar que qué cosa más rara era eso de preparar unos sacos para los pobres porque uno pensaba que los pobres éramos nosotros. Mi compañero me miró con cara de guasa al tiempo que, haciendo una mueca, me hizo ver que era mejor que esos comentarios se quedaran entre nosotros, ya que los residentes de nuestro centro no solían captar bien la sustancia de las ironías. Terminado el encargo dejamos las grandes bolsas en la entrada de la casa un par de días, a la espera del primer sábado en que daríamos definitivamente por concluido el encargo.

 

El día anterior a dar salida de las bolsas, un supernumerario me preguntó curioso qué había allí dentro, y le expliqué lo que ya he narrado más arriba. ¿Puedo mirar por si algo me sirviera?, me preguntó lleno de confianza. Adelante, respondí, haz con su contenido lo que quieras y me fui a mi habitación. Al cabo de un rato salí de nuevo de mi cuarto y me encontré a varios supernumerarios revolviendo en las bolsas hasta que casi las dejaron vacías. Estos me dijeron que todo lo que había separado les venía muy bien a ellos y a sus hijos y que si no había inconveniente les gustaría quedárselo. Por su puesto, contesté que sí, y terminé diciendo que usarán las bolsas como les viniera en gana.

 

Estuve unos cuantos días dándole vueltas al sucedido y a la tan traída pobreza de solemnidad que según los textos internos vivíamos los numerarios. No era así, desde luego que no éramos pobres, como mucho gente austera en algún aspecto tan solo del uso de los bienes materiales. Esos buenos supernumerarios sin saberlo me dieron una extraordinaria lección que todavía hoy recuerdo.

 

Un amigo









Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=20338