El servicio doméstico en las familias de vínculo sobrenatural.- Gervasio
Fecha Monday, 22 October 2012
Tema 077. Numerarias auxiliares


El servicio doméstico en las familias de vínculo sobrenatural

Autor: Gervasio, 22/10/2012

 

Francisco, en 17 de octubre pasado (2012) ha animado las páginas de esta web al preguntar cómo se desenvuelven, al día de hoy, las familias de vínculo sobrenatural ante la escasez de numerarias auxiliares. En 19-X-2012 Calendario responde que en España en las delegaciones, asesoría y comisión hay una gran plantilla de numerarias auxiliares, mañana, tarde y noche. En las casas “normales” de varones no es así. Las numerarias auxiliares se van a media tarde, habiendo dejado preparada la cena y el desayuno del día siguiente.

En ambos casos no son los destinatarios del servicio los que eligen los menús. Les vienen dados. Nunca supe quién los confeccionaba. Desde luego no los discurre el director de la casa. Al parecer lo hace una señora de la Sección Femenina. Una pariente mía me aseguró que en la casa en la que yo estaba viviendo, la responsable era una amiga suya llamada Manolita. Nunca conocí a la tal Manolita. En cierta ocasión pusieron a mi nombre los papeles de la seguridad social y del contrato de una empleada del hogar. Tampoco supe quién era. Aunque yo era el dador de trabajo de la empleada del hogar que había contratado, no podía pedirle nada, ni darle indicación alguna. Tampoco el director de la casa para la que trabajaba podía exigir o sugerir. En una ocasión solicitó que los desayunos fuesen un poco más variados. Era especialmente odioso uno que llamábamos “picha de elefante”. Consistía en rodajas de un embutido de gran grosor, muy poco apetitoso. Todavía lo recuerdo con repugnancia. En mala hora solicitó variedad en los desayunos. En seguida llegó un “lamentamos”. Voy a divertirme un poco con eso de los “lamentamos”...



Llamábamos “lamentamos” a ese tipo de nota proveniente de la delegación —o de la madre que la parió— en la que se fija un criterio aparentemente abstracto y de carácter general, pero que en realidad tiene por destinatario una persona concreta o se refiere a una concreta situación. Se suele leer a todos en esa sesión semanal llamada Circulo Breve. Recuerdo un “lamentamos” cuyo contenido preceptivo era que los numerarios no deben ser donantes de sangre. En la casa había un donante. No bastaba recriminarlo a solas, aisladamente, al ser él el único donante. Había que comunicar el criterio a todos, pues todos éramos presuntos conocedores de su aberrante conducta y nunca le habíamos hecho la correspondiente corrección fraterna. Convenía dar a todos criterio sano y reparar el escándalo que supone la aprobación tácita de una conducta desviada.

Pues bien, con motivo de haber solicitado unos desayunos más variados, llegó un “lamentamos” cuyo contenido era más o menos que, aunque las comidas y las cenas deben reunir, entre otros requisitos, el de la variedad, no sucede lo mismo con los desayunos. La verdad es que Manolita no se vengó poniéndonos picha de elefante con mayor frecuencia, ni nos tuvo a coliflor durante una temporada. Más vengativa fue la reacción de la Manolita de otra casa —cada casa tiene su Manolita— a la que hicimos llegar que no nos gustaban demasiado lo que llamábamos “huevos con pomada”. Se trataba de unos huevos duros inmersos en una bechamel, o más bien algo parecido a la bechamel, que no se podía considerar ni de lejos una receta proveniente de La Parabere o de Santiago Arguiñano. No llegó ningún “lamentamos” relativo a los huevos con pomada, pero la reacción de Manolita fue todavía más ruin que la de provocar un “lamentamos”. Desde ese día el platillo pasó a ser huevos sin pomada; es decir, la cena consistía en dos huevos duros por persona sin nada más. ¿Y detrás? Detrás la pared.

Una buena noche apareció por la casa un supernumerario. Como estaba de Rodríguez, lo invitamos a quedarse a cenar con nosotros. Ese día nos tocaban los huevos sin pomada. Nunca mejor dicho. Cuando, ya sentado en el comedor, comprendió que la cena consistía en dos huevos duros por barba no salía de su asombro.

—Y la cena ¿consiste en esto?

No se lo acababa de creer. Los supernumerarios tienden a estimar en mucho a los numerarios, su entrega, su modo de vida o como sea mejor decirlo. Cuando se hizo cargo de la frugalidad de nuestra cena, su admiración llegó a cotas insospechadas. Miraba nuestras cabezas a ver si lograba ver el halo de santidad que debiera adornarlas. Para él aquella cena fue mucho más edificante que un curso de retiro de cinco días o cinco visitas a los llamados pobres de la Virgen. Es bueno que no haya trascendido tan edificante anécdota, pues recuerdo otro “lamentamos” causado por ciertas invitaciones a cenar en casa, que nos parecían lógicas. Eso No es lo nuestro, decía entre otras cosas el correspondiente “lamentamos” sobre invitaciones a comer o a cenar.

A lo que iba, que me estoy divirtiendo demasiado. En las familias no basadas en un vínculo sobrenatural, no hay ninguna Manolita que decida qué se come o se deja de comer. Los menús los eligen los comensales, al menos en sus líneas generales. No me refiero sólo a las familias de sangre, sino también a quienes viven en pisos similares a los de las familias de sangre, como sucede con muchos estudiantes universitarios, que adoptan una vida en común basada en la amistad, en un mismo piso, para ahorrar dinero. No son ni familias de sangre ni familias de vínculo sobrenatural.

Resulta escalofriante imaginar cómo serían las casas del Opus Dei, si se permitiese a cada consejo local organizar libremente la marcha de la casa, menús incluidos. Tal posibilidad daría lugar a gran variedad de “estilos” de familia, dentro de la gran familia opusdeística. Y esos estilos de familia serían aun más variados, si no fuesen los directores mayores los encargados de destinar a los numerarios a los diferentes hogares. Habría casas que tendrían mucha demanda y otras, menos. Habría estricta observancia en algunos hogares y observancia no tan estricta en otros. Lejos de mí preconizar que se pongan en práctica medidas tan disparatadas. Simplemente deseo subrayar que lo secular es que cada uno —dentro de sus posibilidades económicas— organice su propio régimen de comidas, elija su vivienda, su propio servicio doméstico —o la ausencia de ese servicio— y su relación con otras personas, sean padres, hermanos, hijos, esposa, parientes o amigos. Tales posibilidades de elección no son contrarias a la santidad. Son simplemente propias y características de los cristianos corrientes, que también tienen derecho a santificarse según su estado y condición. Pero para los numerarios esas posibilidades se oponen a su “vocación”.

Hay miles de estilos de vivienda y de modos de vivir y de régimen alimenticio. Lo que no es secular es tener que sujetarse a una regla —ideada por un santo fundador, por muchas luces celestiales que haya tenido— que con ligeras variantes se aplica lo mismo aquí que en el resto del mundo, gracias a una red de Manolitas. No cuela eso de que lo que se impone es un estilo de vida es muy secular, muy de familia. Lo secular es la diversidad, que de cada familia surjan por desdoblamiento otras, cada una con un diferente estilo de vida. La uniformidad en el régimen de vida en común se da de patadas con la secularidad e incluso con la responsabilidad personal. La sobriedad en el comer responsable ha de ser una opción personal y no el resultado de una imposición colectiva.

De lo que narra Calendario parece deducirse que, pese a la creciente escasez de numerarias auxiliares, las cenas e incluso los desayunos siguen de tal manera organizados que no es el comensal el que elige lo que va a echarse al coleto. Al parecer hay que acudir a un pequeño office, pero sin entrar en la cocina ni abrir la nevera, presumiblemente llena de recónditos tesoros. No cabe elegir té u otra infusión como alternativa al consabido café con leche. Lo que uno está autorizado a beber está en los dos termos. A pesar de la escasez de numerarias auxiliares, el numerario sigue sin poder sustituir la picha de elefante por tostadas con mantequilla y mermelada, porgamos por caso, o bien cambiar los huevos con pomada por un par de huevos fritos o un bocata de jamón, que se prepara en un plisplás.

No sé si las numerarias están sometidas al mismo régimen que los numerarios; es decir, si también han de atenerse en el desayuno a lo decido por una Manolita. Tampoco sé si, en la Sección Femenina, la Manolita se hace o no coincidir con la directora del centro. ¿Las numerarias de un mismo hogar pueden acceder libremente a su Manolita? ¿Son ignotas las Manolitas, como en la sección de varones? Lo pregunto porque no lo sé y me gustaría saberlo. Estoy preparado mentalmente para cualquier respuesta. En tema de dormir sobre tabla, por ejemplo, hay tres regímenes distintos: uno para numerarios, otro para numerarias y otro para numerarias auxiliares.

No pretendo criticar estas costumbres que en parte desconozco y que sin duda serán muy santas, sino resaltar que el estilo de vida de las casas de la Obra es impropio de una familia normal, entendiendo por tal una familia que no está estructurada en base a vínculos sobrenaturales. Allá cada fundador con su fundación. Lo que me parece inaceptable es que la criatura alumbrada —el Opus Dei— pretenda ser considerada una circunscripción eclesiástica más o equiparada a una circunscripción eclesiástica. Las circunscripciones eclesiásticas carecen de fundador y de un servicio doméstico encargado de eligir los menús de sus fieles. ¿Conoce alguien al fundador de una circunscripción eclesiástica?

Tengo la esperanza de que por lo dicho hasta aquí no voy a cosechar grandes detracciones ni voces discrepantes. Pero temo perder esta supuesta aquiescencia, si a continuación afirmo que soy partidario de que las auxiliares sirvan las comidas que ellas mismas han preparado y que lo hagan con un uniforme elegante. Prefieren —creo yo— hacerlo que no hacerlo. En cambio, no soy partidario de que preparen comidas que han de consumirse horas después de haberlas preparado. Por lo demás supongo que para Manolita y sus auxiliares resultará más fácil despreocuparse de cenas y desayunos —que han de ser depositados en termos y mesas calientes—, dejando en su lugar una despensa y una nevera bien provistas. En modo alguno pretendo imponer mi criterio. La última palabra la tienen las Manolitas aleccionadas por sus directoras mayores acerca de lo que exige el espíritu del Opus Dei en tema de menús.

Recuerdo a un supernumerario que se autoproclamaba “rebelde” a imitación —decía él— de otro supernumerario que había sido el primero en declararse “supernumerario rebelde”. Estaba atravesando la edad del pavo; la edad del pavo de su supernumerariez. Biológicamente no estaba en la edad del pavo. Frisaba los treinta años. Y materializaba su crítica enumerando los “lujos” de la concreta casa del Opus Dei —mi casa— en la que estábamos conversando. No suele faltar en estos casos lo del “señoritismo” de un servicio doméstico uniformado. Le respondí:

— Estos días andan por aquí mis padres, que han venido a verme. Me gustaría poder invitarlos a comer y a dormir en mi casa. No puedo hacerlo. Nos encontramos por restaurantes y bares, como si hubiésemos de vernos a escondidas, en la clandestinidad. Esta casa ni la pisan. Tú, en cambio, puedes venir aquí cuando te apetece: a confesarte, a leer Crónica, a un retiro, a lo que quieras. Ni siquiera tienes que avisar previamente. Mis colegas, los que tienen mi misma profesión, cada uno tiene un piso, una mujer, unos hijos y un coche si no son dos. ¿Te parece mucho lujo que cada uno de los que vivimos aquí tengamos una habitación individual con baño? Etc.

Lo dejé planchado. De “rebelde” la verdad es que tenía bien poco. Era y seguirá siendo un bendito, una Inocente Obdulia. Es pena que no hubiese sido invitado a cenar unos huevos con o sin pomada. Habría depuesto su rebeldía definitivamente. También hubiese flipado de asistir al mediodía a un almuerzo, que ya no es el típico catering de mala muerte propio de la noche, servido por doncellas con un elegante vestido uniforme.

— ¿Cómo es eso de que tienes tres chóferes?, pregunté a un amigo, que trabajaba como ingeniero en un país subdesarrollado.

— Como cada una cuesta lo equivalente a mil quinientas pesetas al mes, tengo tres para cubrir las veinticuatro horas del día. No es dinero.

El servicio doméstico tampoco es dinero en una casa donde vive un montón de profesionales. Problema distinta es la de la “explotación” del servicio doméstico, entendiendo por tal hacer que trabajen un número excesivo de horas y no promocionar debidamente a las personas, con la excusa de no sacarlas de su sitio. La problema no es exclusiva de las numerarias auxiliares. La problema consiste en que el Opus Dei tiende a explotar a las personas en beneficio de la institución, haciéndoles creer que así alcanzan la santidad. Es más, que el deterioro personal es señal de santidad. En ese sentido que circule tanto psicofármaco por las casas del Opus Dei no deja de ser un éxito. A lo mejor hasta se frotan las manos por las cotas de santidad alcanzadas. Algunos, algunas de modo más o menos consciente se escaquean con santa pillería. En el caso de las auxiliares, por razón del trabajo que desempeñan —tan visible, controlable y contabilizable—, resulta más difícil el escaqueo.

Colofón: MMZ en 19-X-2012 habla de que se dedicó durante quince años al trabajo de la administración y que posteriormente se dedicó durante siete años en exclusiva a las numerarias auxiliares, sin dejar los trabajos de la administración. No entiendo la diferencia entre dedicarse a las numerarias auxiliares y dedicarse a los trabajos de la administración. ¿Podrías aclarármelo? Espero que no seas ni te llames Manolita y que me perdones si algo de lo escrito pueda interpretarse como menosprecio de la labor a la que tanto tiempo y energías has dedicado en tu paso por el Opus Dei. El régimen de comidas establecido suele responder al eslogan: abundante, sano, variado. Congratulaciones. Pero esa no es la problema. La problema es identificar la santidad con la observancia de unas normas de obligado cumplimiento.

Gervasio







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