La presencia de sectas en la Iglesia como síntoma de decadencia.- Josef Knecht
Fecha Friday, 05 October 2012
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Comienzo mi reflexión de hoy citando la conclusión del último artículo de Vega (01.10.2012), en que compara la Cienciología con el Opus: “el catolicismo siempre ha sido eficaz extirpando las sectas que le "nacían" continuamente, que podían hacer competencia al poder eclesiástico oficial. Que ahora esté tan invadido de sectas yo diría que es un síntoma de decadencia, como los árboles enfermos que no pueden librarse del muérdago, el moho y toda clase de adherencias”. Comparto esta opinión personal de Vega.

 

Precisamente esta característica del catolicismo actual, de finales del siglo XX y de comienzos del XXI, es, como ya he manifestado varias veces en este foro, lo que más me preocupa de la situación de la Iglesia Católica. Por primera vez en su historia, la Iglesia, en vez de emprender una evangelización capilar –es decir, de penetración en los más variados rincones y ambientes de la sociedad–, prefiere el modelo social del “gueto”: cobijar a sus fieles en “guarderías de adultos” para mejor adoctrinarlos, partiendo del presupuesto de que el mundo contemporáneo, generado en la Modernidad y evolucionado en la Post-modernidad, es incompatible de raíz con la fe cristiana y dañino para la vivencia religiosa. Mucho más incompatible, creo yo, era el paganismo helenístico-romano de la Antigüedad; sin embargo, los primeros cristianos no adoptaron entonces –ni nunca hasta los siglos XIX y XX– el modelo social de gueto...



Una excepción a este comportamiento general se dio en el modus vivendi de los cristianos mozárabes de Al-Andalus, esto es, de la España musulmana durante la Edad Media. Las comunidades mozárabes estaban obligadas por la autoridad islámica a vivir como encerradas en sí mismas; incluso a aquellos cristianos se les imponía la obligación de llevar como signo de su fe un especial ceñidor, algo así –salvando las distancias– como la estrella con la que estaban obligados a hacerse identificar los judíos de la Alemania nazi. Pero, como bien se comprenderá, esta situación de minoría oprimida no es la que en la actualidad vivimos los cristianos. Ahora son los obispos mismos y la curia vaticana los que promueven, por propia iniciativa, la actitud de gueto entre los católicos porque entienden que sólo así se vive bien la fe en un mundo adverso.

 

La causa de este cambio radical de paradigma evangelizador se explica, como también he expuesto varias veces en este foro, por el integrismo católico originado en el siglo XIX, con el que monseñor Escrivá, por cierto, se identificaba al cien por cien. Es un integrismo que añora el antiguo régimen social de Cristiandad y se siente incómodo con muchos cambios sociales de los últimos siglos. El Concilio Vaticano II pretendió erradicar el integrismo adoptando una actitud dialogante con la cultura contemporánea, pero, como ya sabemos, en el pontificado de Juan Pablo II se ha dado una involución a planteamientos preconciliares; así se explica el apoyo explícito de Juan Pablo II y de Benedicto XVI a los “nuevos movimientos laicales” –Juan Pablo II incluía en ellos al Opus Dei– que, en mayor o menor grado según los casos, funcionan en su vida interna con pautas de comportamiento que los sociólogos catalogan de sectarias. Como sostiene Vega, es decadente este modo de proceder.

 

Lo tristemente paradójico es que la jerarquía católica se llena la boca, a día de hoy, con la ¿esperanzadora? expresión “Nueva Evangelización”, confiando en que esos “nuevos movimientos” la lleven a cabo. De hecho, el próximo Sínodo de Obispos que se celebrará en Roma a partir del día 7 de este mes de octubre, el primer mes del “Año de la fe” 2012-2013, va a tratar sobre la “nueva” evangelización en las sociedades secularizadas, es decir, las que fueron evangelizadas por “primera” vez hace varios siglos –más de mil años en Europa, unos quinientos años en América, y análogamente vale este planteamiento para los demás continentes– y en los últimos tiempos se van descristianizando. Si por “nueva” se entiende el modelo de “gueto”, es de prever que, si el Espíritu Santo no lo impide, el fracaso de esa evangelización esté garantizado de antemano.

 

La sociedad contemporánea no asimilará un catolicismo enquistado en ella, entre otras razones, porque la constitución misma de quiste impide echar raíces y expandirse: los quistes o guetos se limitan más bien a introducir en su seno a “iniciados” y no tienen verdadero interés en influir en la sociedad ni en transformarla desde dentro –aunque en su versión oficial digan de boquilla que son fermento en la masa–, pues la ven como enemiga que combatir; esos “iniciados” son personas a quienes se “segrega” de los errores de la sociedad para ser resguardados en la “guardería de adultos”. Por su parte, la sociedad percibe la hostilidad y las reticencias de los “guetos” religiosos para con ella y, por tanto, aunque los tolere por exigencia legal (las leyes democráticas favorecen la libertad de asociación y la libertad religiosa) y por el arraigo de tradiciones religiosas en la cultura popular (calendario festivo, monumentos artísticos, lugares de peregrinación, etc.), sin embargo no comulga con su mensaje religioso por percibirlo como retrógrado; por eso, muchas personas que no se sienten de veras queridas por la jerarquía católica se abren a otras cosmovisiones para encontrar respuesta a la pregunta por el sentido de la existencia.

 

Así las cosas, ya me dirán ustedes cuál va a ser el resultado de la “Nueva Evangelización”. Un fracaso, si Dios no lo remedia.

 

Para terminar, recomiendo bibliografía reciente sobre este tema, en concreto, un artículo publicado en la revista de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca: Santiago Guijarro Oporto, “La ‘primera evangelización’. Reflexiones sobre la primera misión cristiana”, en Salmanticensis 59 (2012) pp. 193-214. Este profesor, experto exegeta, que publicará en breve una monografía más extensa con el título La primera evangelización, muestra cómo se produjo el proceso de conversión entre los cristianos del siglo I en el Imperio Romano y así queda claro que éstos protagonizaron una misión evangelizadora situándose en las antípodas del “gueto” o la “secta” o la “guardería de adultos”. Cito algunas de sus aportaciones: “Este breve esbozo del papel de la casa en la primera evangelización revela la importancia de la opción de los primeros discípulos por insertarse críticamente en la sociedad de su tiempo manteniendo una actitud de apertura hacia los de fuera” (pp. 211-212); “eran comunidades vivas, capaces de una ética del amor mutuo, acogiendo a los desplazados, apoyando a los débiles o socorriendo a los necesitados [...] optaron por insertarse activa y creativamente en el mundo, renunciando a la tentación de formar enclaves cerrados, que habrían imposibilitado el acceso a los de fuera [...] esta forma de explicar la primera evangelización ayuda a entender que la transmisión y asimilación del mensaje cristiano fue un proceso más lento y progresivo de lo que las fuentes parecen dar a primera vista” (p. 214).

 

Josef Knecht







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