Así, “Amar el episcopado apasionadamente”, es como debería haberse titulado la homilía que monseñor Escrivá pronunció en el campus de la Universidad de Navarra el 8 de octubre de 1967, en vez de titularse Amar el mundo apasionadamente. Hubiera sido un título más sincero.
1. Quisiera agradecer –y felicitar cordialmente– a Guillaume por su artículo del pasado 28.09.2012: Desde 1942 Escrivá intentó ser obispo. Se trata de una importante aportación histórica que desmonta la versión hagiográfica que el Opus Dei presenta acerca de su fundador. Esta versión oficial, apoyada pseudo-científicamente por el Instituto Histórico San Josemaría Escrivá con sedes en Roma y en Pamplona, debería ser sometida a un riguroso examen científico, histórico y crítico porque idealiza y mitifica a Escrivá a partir de unos presupuestos hagiográficos que ocultan o deforman bastantes hechos históricos de su vida. Parece ser que se está iniciando el estudio de una auténtica biografía de Escrivá –así lo deduzco a tenor de la información de Guillaume–, lo cual me alegra enormemente, aunque, hablando con propiedad, ese estudio biográfico, basado en el rigor científico, ya fue iniciado por el profesor Giancarlo Rocca, que debería considerarse el primer biógrafo veraz de la compleja figura de Josemaría Escrivá.
También estoy de acuerdo con las conclusiones a las que Guillaume llega. Especialmente interesante es el hecho de que la transformación del instituto secular Opus Dei en prelatura personal tuviera como auténtico motivo no la defensa de un carisma supuestamente laical de la Obra de Escrivá (ya sabemos que la vida de un numerario/a no es realmente laical y que Escrivá quería que no lo fuera), sino más bien el afán de Escrivá de acceder al episcopado. Por cuestiones jurídicas del derecho canónico, los presidentes generales de un instituto secular o de una orden religiosa no pueden nunca llegar a ser obispos mientras ejercen ese cargo, pero los prelados de una prelatura sí pueden ser nombrados obispos.
2. En orden a lograr una mayor acribia científica en ese trabajo de investigación histórica, desearía formular a Guillaume una pregunta. En su artículo, Guillaume afirma respondiendo a Sperpento (24.09.2012) que suena muy raro eso de hacer voto de no aceptar nombramientos episcopales y aplica a ese aserto de Escrivá el “principio de contrariedad”. Sin embargo, ese voto no es tan raro del todo. Si no me equivoco, en la Compañía de Jesús existe una especie de voto (no sabría precisar con exactitud qué tipo de compromiso moral es), por el que cada sacerdote jesuita se compromete a no aceptar nombramientos episcopales; es uno de los compromisos jesuíticos de los que, a lo largo de la historia, más excepciones o dispensas se han dado: recientemente falleció, por poner un ejemplo, el arzobispo emérito de Milán, Carlo Maria Martini (1927-2012), jesuita.
Teniendo en cuenta que por los años 40 del siglo pasado Josemaría Escrivá acudía a la dirección espiritual de un padre jesuita en Madrid, cabe la posibilidad de que la admiración que entonces Escrivá sentía por la Compañía de Jesús –admiración que se hace palpable en algunos puntos de Camino– lo animara a imitar a los jesuitas en ese aspecto del rechazo de un nombramiento episcopal. Además, como bien muestra el libro de Isabel de Armas Josemaría Escrivá y Pedro Arrupe: cara y cruz ¿de una misma Iglesia? (ed. Iepala, Madrid 2009), la Obra de Escrivá se inspira en muchos aspectos prácticos y espirituales de la Compañía de Jesús: la expresión ignaciana de “ser contemplativos en la acción” está en la base del “ser contemplativos en medio del mundo” de Escrivá, por ejemplo.
En mi opinión, convendría clarificar esta objeción o duda para que las conclusiones de ese trabajo de investigación fueran más contundentes y no dejaran cabos sueltos.
Josef Knecht
