Nadie muere porque sí. Menos aún el que decide su muerte. Porque lo intenta y lo intenta una y otra vez hasta que su logro es su paz, su sueño y su alegría. También el dolor, la sorpresa y la angustia de todos los demás.
Ante la despedida de Víctor ciertamente surge la pena y la rabia, el dolor y la cólera, las lágrimas y la furia.
Pena, por un dolor innecesario, gratuito y bastardo que se extendió por toda una vida.
Dolor, por el hombre tronchado sin haber alcanzado a vivir su juventud y ni siquiera su vida.
Lágrimas, porque quiso ser feliz y – simplemente!- no se lo permitieron.
Rabia, por la injusticia que unos fanáticos perpetraron en su contra con la más absoluta impunidad.
Cólera, porque los gritos de auxilio parecen quedar en un desierto prefabricado por la indiferencia, los renuncios y el abandono.
Furia, por un episcopado ausente y un Vaticano que continúa sin mirar, sin actuar, sin pronunciar palabra. Ignorantes, estultos o simplemente cómplices ?
Pero también debemos darnos tiempo para la ternura.
Y pensar en toda la dicha que este joven – defraudado y de destino aciago- finalmente alcanza y goza.
No es poco consuelo imaginarse a Víctor feliz aunque nosotros tengamos tanta pena!
Soyyootravez