La noche que perdí la inocencia en el Opus Dei.- Sperpento
Fecha Monday, 30 July 2012
Tema 090. Espiritualidad y ascética


La noche que perdí la inocencia en el Opus Dei

Sperpento, 30/07/2012

 

Los dos años que pasé en el centro de estudios fueron como estar en otro planeta. Todo era novedad. Íbamos de sobresalto en sobresalto. Rezábamos mucho. Hacíamos mucho apostolado y estudiábamos muy poco. Si nuestros padres hubieran sabido la realidad de las vidas que llevábamos allí dentro, no habrían desembolsado ingentes cantidades de dinero mensualmente convencidos de que estudiábamos con seriedad una carrera universitaria. Hacíamos de todo, menos estudiar. Para colmo, como el centro de estudios era muy grande, estábamos pocos y había muchos gastos, nos obligaban a hacer trabajos extras para ganar un dinerillo con el que echar una mano. Por supuesto, esto no era aplicable a los directores, que no daban un palo al agua…



Es en el centro de estudios donde se produce la primera "crisis seria de vocación", sobre todo al plantearse que si en el Opus Dei uno está para cambiar el mundo a través de la santificación del trabajo ordinario, ¿por qué se le daba tan poca importancia al estudio y nos dedicábamos prioritariamente a asuntos bastante secundarios? Lo que nos decían en el centro de estudios sobre el Opus Dei no se correspondía en absoluto con la vida real que observábamos.

Recuerdo como un martirio psicológico que cada semana había que hacer dos confidencias o charlas fraternas: una con tu subdirector de grupo y otra con el sacerdote director espiritual. Además, había que confesarse cada semana y la confesión era con otro sacerdote que también vivía en el centro de estudios. Recuerdo con horror los preparativos de algunas confesiones. Había días que sí que tenía materia (y de la gorda), pero otras semanas que me tenía que "inventar" pecados para no ir con "lo de siempre".

El sacerdote director espiritual no podía confesarnos por una razón muy simple: poder hablar con libertad de nuestras confidencias en las reuniones del consejo local. El confesor era impuesto. Te decían con quién te tenías que confesar y punto. Realmente en esa época nos daba igual confesarnos con uno que con otro. Con el tiempo experimenté en cabezas ajenas el daño que ese sistema puede hacer a las personas, porque es un atentado brutal a la libertad de las conciencias en un momento de la vida particularmente sensible. Por desgracia veo que mis antiguos compañeros de centro de estudios ya no practican la religión católica. De mi grupo, nos fuimos todos del Opus Dei en un periodo de 5 años.

El día más horrible de la semana era el sábado, porque había "meditación de San Rafael". Conforme se acercaba el sábado la adrenalina iba subiendo: "había que llenar la meditación con chicos de San Rafael". La presión proselitista del subdirector de grupo y del secretario era en ocasiones extenuante (por supuesto que ellos nunca trajeron a nadie a un medio de formación, porque no tenían amigos). Nunca vi a un amigo del director del centro de estudios o del subdirector de grupo en meditaciones, charlas, hablando con el sacerdote. Nunca les vi a los directores haciendo apostolado, pero alentaban a los demás (coacción) desproporcionadamente. Probablemente el sistema del Opus Dei no haya cambiado mucho en estos años y los que menos apostolado hacen son los directores, pero paradójicamente aprietan y aprietan a la gente imponiéndoles cargas que ellos mismos no son capaces de soportar. De esta época podría relatar infinitas anécdotas que ilustran el "espíritu del Opus Dei". Ya llegará el momento.

Por fin se acabó el centro de estudios y fui enviado a un centro de San Rafael. El entonces vocal de San Miguel de la delegación (actualmente casado) me dijo en una conversación que el Padre me había nombrado para estar en el consejo local de ese centro. Contaba entonces poco más de 20 años, la gracia de Dios y buen humor. ¡Oí entonces las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles repicar de nuevo en mi interior! El mes de septiembre pasó volando. En el centro al que me tocó ir vivíamos algo más de 10 numerarios. Había unos cuantos aspirantes. Saqué un propósito vital después de pasar un par de años en el centro de la Obra: jamás volveré a vivir con varios hombres una misma casa, a no ser que seas mis hijos o mi familia.

Aquello me pareció antinatural (además de antihigiénico). El director, un día del mes de setiembre me dijo que "llevaría las confidencias de algunos aspirantes de 14 años y medio y me encargaría de los chicos de 2º de la Eso del club (los que tendrían que pitar a final de ese año o en los inicios del siguiente)". Esos fueron todos mis cometidos para aquel año en que me estrenaba como miembro de un consejo local, y por tanto "director". Del funcionamiento interno de un consejo local no tenía la más remota idea. Cuando en el centro de estudios se reunían no me paraba a pensar de qué hablarían o qué estarían planeando. Me parecía muy lógico que se reunieran, porque ninguno de los directores de mi centro de estudios tenía un trabajo profesional secular civil normal (estaban dedicados "a la labor" o empleados -sin contrato ni sueldo- como oficiales de la delegación), y en algo deberían matar el tiempo.

Al llegar al centro de San Rafael, el director me explicó por encima cómo era el trabajo de un consejo local. Me dio a leer unos textos de San Josemaría para que los meditara y así tomar conciencia de la importancia de mi nueva misión. Me sentía el pensamiento, la voz y el brazo de Dios, porque desde el día en que fui nombrado por el mismísimo Padre (voz de Dios en la tierra) para un consejo local, "la voluntad de Dios para mis hermanos les llegaría a través de mi". Me dieron una copia de la llave del armario del consejo local. Tampoco tenía idea de que los informes de conciencia existieran. Jamás había oído hablar de eso. Puedo asegurar que muchas de las líneas de la carta del Prelado de la Obra de octubre de 2011 son falsas. Jamás di yo mi consentimiento ni explícito ni implícito para que mis directores comunicaran a los superiores el contenido de mis confidencias. Al contrario: tenía la confianza de que guardaban el secreto. ¡Qué ingenuo!

Un buen día, utilicé mi llave, abrí el armario y comencé a "estudiar" carpetas. Estaba tranquilamente mirando los documentos, con la conciencia de estar cumpliendo con mi obligación de "director". Llegó el turno de hojear la carpeta del "correo con la delegación" y ¡eureka!, ¡gran sorpresa!: me topé con las copias de los informes de conciencia que el año anterior se habían enviado a los directores de la delegación. Dos informes se correspondían con numerarios que debían hacer la fidelidad, otro era sobre un numerario para el que se proponía un traslado urgente de centro, y el cuarto era de otro numerario que pasaba por momentos de dificultad (tibieza). Leer aquello fue para mí una de las decepciones más potentes que me he llevado en la vida. Ahí estaban retratadas por escrito, con fina pluma, las miserias de estas buenas gentes. Yo no sabía interpretar entonces las siglas B10.III.28 [pureza], pero allí había mucho B10.III.28 sobre cada uno. Hasta que leí esos informes, los numerarios eran unas estupendas personas. Los informes que sobre ellos había leído me hicieron prejuzgarlos y cambiar radicalmente de opinión.

Recuerdo perfectamente aquel maldito día en que leí los informes. En mi interior recibí un mazazo que me marcaría para siempre. Fue una noche horrible. Cuando llegué a mi habitación a descansar, rompí a llorar. Empezaba el principio del fin: el día que perdí la inocencia en el Opus Dei.

Sperpento







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