Mujeres católicas modernas…- Ana Azanza
Fecha Friday, 20 July 2012
Tema 010. Testimonios


 

Me ha encantado el testimonio de esta monja y he querido compartirlo en especial con otras mujeres que como yo lo dieron todo un día con el mayor idealismo para descubrir la estafa después de toda una vida. Hay otras experiencias, hay mujeres católicas que han evolucionado con los tiempos y han estado al lado de quien las necesita.

 

Este artículo lo ha escrito una monja estadounidense, Nancy Silvester, fundadora del Institut for Communal Contemplation and dialogue, fue una de las dirigentes de la Leadership Conference of Women Religious. Dicha Conferencia que agrupa a las monjas norteamericanas está bajo la lupa de Roma, porque dicen "no se atienen a las enseñanzas ortodoxas de la iglesia católica" y se ocupan de problemas sociales.

 

Leyéndolo con la mirada de una mujer ex Opus se ve con dolor que lo nuestro fue una pérdida de tiempo inigualable...



Como ella antes del Opus Dei, también para mí el catolicismo definía casi todo lo que hacía. Pero nosotras numerarias fuimos captadas por una estructura machista, obsesa del poder y no del servicio a los demás, al margen de la sociedad. Se nos enseñaban sacrificios inútiles, que no servían ni al crecimiento propio ni ayudaban a otros. No percibimos ni el aroma del concilio Vaticano II, más bien hemos participado desde nuestra adolescencia en su "desmontaje" dentro de la iglesia católica. Vaya estafa. El viento del Espíritu iba claramente dando vida por otro lado. A nosotras se nos enseñaba a compadecernos de las "pobres monjitas", que no vestían bien (como si la numeraria media fuera de Gucci...), se nos decía que nuestra misión era en medio del mundo no en un convento, que debíamos llevar a Cristo a las actividades humanas... Y leyendo a Nancy Sylvester, estimo que estas monjas están en medio del mundo más que la numeraria que fui, que sólo conocía el mundo interno del Opus Dei. Ellas no están en una estructura de poder donde lo que importa es ser directora. No se obsesionan con llevar a la gente a "cosas", que confiesen, que se hagan cooperadoras, que vayan a tal o cual actividad....es decir, con meterlas en una red.

 

Tampoco participan de la carrera por llegar antes que nadie a los altares y formar parte del canon. No quieren que la gente les llame "Rabbí". Sirven al que lo necesita. ¿Se han parado a pensar los responsables vaticanos en el vergonzoso espectáculo de la "carrera por la beatificación"? ¿de verdad opinan que lo que hay que ofrecer al mundo de hoy son ejemplos de curas gobernantes de instituciones o de muertos fusilados en la guerra?

 

No parece que estas monjas tengan muchos quebraderos de cabeza con la figura jurídica necesaria para encardinarse en la "estructura eclesiástica". Cuando hay que servir a drogadictos, enfermos, gente sin hogar.... no hay tiempo de empollarse el código de derecho canónico y darle las oportunas vueltas del derecho y del revés para acabar haciendo otra cosa distinta de lo que dice el propio código. Eso sí, recibidas todas las bendiciones eclesiásticas.

 

Las monjas han descubierto el rostro de Jesús en las personas que más lo necesitan, que no son la gente rica. Estas religiosas no buscan la influencia social. "Pasó haciendo el bien". Hacer la oración en nuestro caso era "rumiar consignas" para ver como voluntad de Dios lo que era voluntad de las directoras. Para estas monjas la oración y lo que veían en la oración era algo muy diferente. ¿Alguien se imagina en el Opus orando sobre las enseñanzas de la física cuántica? ¿para qué sirve eso? ¿a quién dominas o manipulas con ello?

 

Por no hablar del liderazgo compartido del que habla esta monja frente a la estructura de ejército del Opus Dei, con sus niveles de mando perfectamente delimitados y con tu vida pendiendo del hilo de las decisiones de la delegación que en cualquier momento te pueden sorprender por la espalda, tanto a nivel profesional, como de cargo o descargo de responsabilidades dentro de la estructura sin jamás haberte consultado. Marionetas de primera.

 

También es preciso señalar el "feminismo domesticado" que practican algunas mujeres del Opus Dei frente a la lucha real por los derechos de las mujeres.

 

El artículo original

http://www.americamagazine.org/content/article.cfm?article_id=13486

 

Mi traducción

"Los obispos tienen razón. Las monjas han cambiado, no sólo en Estados Unidos. Hemos cambiado de tal manera que nos vemos invitadas a abandonar lo que pensábamos que éramos. Entregándonos al Espíritu hemos despertado a una nueva forma de pensar que nos ha tocado en lo más profundo. Cambio que en todos los niveles es transformación. Se ha alterado radicalmente nuestra forma de vernos a nosotras mismas, al espíritu, la iglesia, nuestro mundo y lo más importante nuestro Dios. Este cambio de conciencia no ha sido fácil. No, fue doloroso. Pero como el dolor del parto se disuelve en el sobrecogimiento por la vida que emerge.

No pretendo que todo lo que ocurrió en estos 50 últimos años ha sido perfecto y sin errores. Pero tengo claro que la renovación que siguió al Concilio Vaticano II invitaba a hombres y mujeres, religiosos y laicos, a experimentar nuestra fe en forma permeada por un sociedad moderna, pluralista y democrática.

El documento del concilio, Gaudium et Spes, invitaba a la iglesia a abrazar las alegrías y esperanzas, el dolor y el sufrimiento del pueblo de Dios, a estar en el mundo y no quedarse aparte. Abría las ventanas de una institución que había estado cerrada y liberaba el Espíritu. En esta invitación la iglesia oficial se hacía eco de lo que hizo Jesús en su tiempo cuando abrió las ventanas de un sistema de pureza restrictiva que entonces prevalecía y proclamaba que todo el mundo estaba invitado a la mesa y es amado por Dios.

Un acto de Obediencia

Las religiosas nos tomamos la invitación con seriedad y urgimos a la iglesia oficial a renovarse. Fue un acto de obediencia. Lo sé porqué entré en la vida religiosa en 1966 habiendo crecido en Chicago en un enclave católico. El catolicismo definía todos los aspectos de mi vida, escuela católica, entierros católicos, equipos de deporte católicos, espiritualidad católica, la lista sigue. La iglesia oficial de hoy estará muy orgullosa de lo que yo era entonces. Yo no quería cambiar las cosas. Me veía toda mi vida llevando un hábito, viviendo en un convento con mi rutina diaria, enseñando en los colegios. Pero cuando yo entré las cosas empezaron a cambiar y no fue un camino fácil para mí; sin embargo, obedecí y me tome en serio lo que se me estaba enseñando en las clases de teología y de filosofía.

Integrar las cuestiones que surgían sobre la fe, la escritura y la teología en la oración fue clave en mi proceso, como lo fue para muchas monjas. Empezamos a ver con nuevos ojos quien era Jesús y como formular las Escrituras en el contexto de nuestro tiempo. Aprendimos la historia de la iglesia y su tradición de enseñanza social. Aprendimos la teología de la liberación y empezamos a entender cómo las estructuras y los sistemas de poder eclesial a menudo oprimen al pueblo al que deberían servir. Como las diócesis norteamericanas están hermanadas con ciudades de Sudamérica, muchas hermanas sirvieron en esos nuevos ministerios y experimentaron el poder de la teología de la liberación y fueron transformadas por el pueblo al que servían.

Guiadas por los documentos del concilio aprendimos sobre otras tradiciones de la fe y que ellas también tenían algo que ofrecer en la exploración de Dios. La renovación litúrgica trajo frescura y apertura a las celebraciones que se habían osificado dentro de la iglesia romana.

Preparadas en los años 1950 por el Sister Formation Movement, las religiosas estaban dispuestas a recibir formación académica tras el concilio. Y lo hicimos. Carreras de letras, ciencias sociales y ciencias duras. El contenido de la física cuántica, de la evolución y de los descubrimientos sobre los orígenes del universo no nos eran ajenos. Antes bien apuntaban a un conocimiento mayor de Dios y de quienes somos en este mundo maravilloso.

Inmersas en el mundo nos abrimos a nuevos ministerios en los que trabajamos con mujeres que tenían que luchas con relaciones abusivas o tomar decisiones sobre llevar a término un embarazo, con chicas jóvenes que entendían equivocadamente que más valía abortar y confesarse de un pecado mortal que tener que usar anticonceptivos y estar continuamente en pecado mortal. Nuestro ministerio nos puso de frente con los marginados de la sociedad: los sin techo, los presos, los drogadictos, los pobres, los que sufren por su orientación sexual. Estas experiencias se filtraron en nosotras y al verlas en nuestra oración nos transformaron. Vimos y entendimos que esos eran los que hoy Jesús habría llamado amigos y habría acogido en su compañía.

El despertar

Nuestra vida dentro de las congregaciones también estaba cambiando. Lo mismo que cambiamos nuestros hábitos que eran de otra época, empezamos a vivir en diferentes tipos de comunidad, nos experimentamos a nosotras mismas como personas individuales con nuestros propios derechos. Como las mujeres de cualquier lugar en esos tiempos despertamos a nuestra propia identidad y reclamamos los que eran nuestros derechos, los mismos que los de los hombres. Habiendo servido entre las mujeres sentíamos de una forma nueva los retos de nuestro género, el don de nuestra sexualidad como portadora de la vida. Entendimos que la enseñanza oficial de la iglesia sobre la sexualidad no era aceptada por la mayoría de las mujeres católicas porque no toca los corazones de las mujeres, nuestras vidas, no cura nuestro dolor ni las dificultades a las que tenemos que enfrentarnos, porque no celebra la alegría de nuestra sexualidad.

Habiendo crecido en los Estados Unidos las monjas empezamos a asimilar los principios democráticos en nuestras estructuras de gobierno. El concilio nos había pedido evolucionar hacia el liderazgo en el servicio y veíamos que las estructuras patriarcales y jerárquicas no alimentaban el modelo. Escogimos modelos más circulares de liderazgo con un énfasis en la participación y el liderazgo compartido incluso si aceptábamos a algunas de nosotras como líderes electas.

Los movimientos sociales de nuestro tiempo formaron parte de nuestras vidas, el movimiento feminista, la lucha por los derechos civiles, la no violencia o los movimientos pacifistas y más recientemente el movimiento de los homosexuales. Lo que hemos aprendido es que cada persona humana está dotada de unos derechos inalienables concernientes a su raza, género, religión, clase u orientación sexual. Todos somos hijos de Dios.

Más recientemente, las mujeres religiosas hemos llevado a la oración las enseñanzas de la física cuántica y de la cosmología que revelan la interconexión de todas las formas de vida. Hemos escogido conscientemente la difícil situación de nuestra tierra como un asunto de justicia y hemos formulado líneas de actuación y posición pública referentes a la sostenibilidad, el calentamiento global, el cuidado de la tierra y de sus recursos naturales.

Hablar claro

Vivimos inmersas en una sociedad que es pluralista, democrática y secular y sabemos que nuestra fe tiene algo que ofrecer así como algo que recibir de la cultura. Hablamos claro sobre los abusos de la avaricia, del consumismo y del individualismo egoísta y de las políticas públicas puestas en obra que no tienen en cuenta el bien común ni a los que tienen menos. Hacemos de lobby y nos manifestamos. utilizamos nuestro poder económico a través de las acciones compartidas. Ofrecemos en nuestras casas de retiro y en nuestros foros educativos oportunidades para que otros integren su experiencia de adultos en esta cultura con su fe que evoluciona.

Las religiosas hemos cambiado. Y el cambio está sacudiendo los fundamentos reales de lo que continúa aparentemente siendo una iglesia atrapada en un tiempo y lugar pasados. Esto no es lo que necesitamos ahora. Los signos de nuestros tiempos nos revelan personas que son católicos pero que no van a la iglesia porque se sienten alienados y enfadados por la corrupción y falta de integridad de muchos de sus líderes masculinos. Esas personas quieren conocer a Dios como adultos. Están ansiosos por una espiritualidad arraigada en su fe y en su vida.

Creo que el evangelio y la riqueza de nuestra tradición católica tiene algo que ofrecer a nuestro mundo posmoderno. No quiero verla colapsar bajo el peso de estructuras que mantienen relaciones de poder que no sirven ya. Creo que la fe que está esperando ser ofrecida al siglo XXI es la que viene del estado de apertura y comprensión de los cambios que nuestro desarrollo evolutivo nos ha traído. No puede ser una fe que venga de condenar la modernidad. Será una fe examinada en el crisol de nuestro tiempo y que emerge con nuevos puntos de vista y nuevas interpretaciones de como podemos amarnos unos a otros como hizo Jesús. Dentro de estos tiempos difíciles y caóticos podemos llegar a ser más conscientes de que tenemos más parecidos que diferencias, más cosas que nos unen que las que nos separan.

Sí, las mujeres religiosas han cambiado. Y creo que todo nuestro proceso tiene mucho que ofrecer en este momento de la historia. Juntos con otros que han andado por caminos similares, el futuro de nuestra fe nos ha sido señalado el camino desde el Concilio Vaticano II. En el 50 aniversario de este evento vayamos valientemente hacia el futuro afirmando que somos católicos y que nosotros somos la iglesia."

Ana Azanza







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