Las opiniones acerca de las prelaturas personales manifestadas por Ana Azanza (25.06.2012) merecen mi aprobación en los siguientes puntos:
1. El Opus Dei pretendió, con la transformación en prelatura personal, adquirir más poder, ya que no buscaba cubrir tareas pastorales para mejor servir a la Iglesia (recuérdese el artículo de Lucas del 25.04.2011, en que muestra la motivación de Escrivá de llegar a ser obispo). Por cierto, el ejemplo del arzobispo tarraconense Jaume Pujol, aportado por Ana, es claro; el procedimiento por el que el profesor Pujol accedió al episcopado es el típico de las instituciones eclesiásticas dotadas de poder en un momento determinado de la historia; léanse al respecto las ilustrativas páginas 165-172 (bajo el epígrafe “Siempre van a su ‘bola’”) del libro de Isabel de Armas, La voz de los que disienten. Apuntes para san Josemaría, ed. Foca, Madrid 2005...
2. El Opus Dei, a pesar de ser prelatura desde noviembre de 1982, sigue funcionando en su vida práctica como el instituto secular que era antes, pues sus miembros se comportan como religiosos. Además, los actuales Estatutos no son más que una ligera adaptación de las antiguas Constituciones: en realidad, han mantenido la substancia del instituto secular cambiando la denominación y la terminología. En mi opinión, el Opus Dei no debiera haber sido transformado en prelatura personal.
3. Tampoco yo veo fácil que los presbíteros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X se integren de verdad en la pastoral diocesana o parroquial; tengo la misma duda que PepeG (25.06.2012): obtenida la prelatura personal, pueden seguir yendo a su bola, ya que no hay garantías de que los integrantes de esa Fraternidad quieran ser plenamente católicos. Pero es el papa Benedicto XVI –y no PepeG ni yo– quien desea la reintegración de los lefebvrianos en la comunión eclesial. Como bien afirma Ana, va a ser una decisión papal en exclusiva. ¿Por qué pone el Papa tanto empeño en solucionar este cisma? Por una parte, es probable que, en el plano personal, el Papa sienta un especial aprecio por Lefèbvre y sus seguidores. Pero, por otra parte, no se debe olvidar la cuestión eclesiológica que nos explicó Giovanna Reale el 09.12.2011.
4. Tampoco yo simpatizo con Lefèbvre ni sus seguidores. Además de tradicionalistas, también los veo, como PepeG, retrógrados. Comparto con Ana su preocupación de que el Papa vaya tras ellos y haga “esfuerzos por reintegrarlos mientras se condena a teólogos y monjas que nunca dejaron la obediencia a Roma. Es profundamente injusto e indignante”. Vuelvo a recordar a Ana el mencionado artículo de Giovanna Reale, que ya respondió a esta cuestión, en mi opinión, de manera acertada. Con esto no justifico la política del Papa, que en este caso no me complace nada, sino que intento explicarla y entenderla aunque discrepe de ella. Al igual que Ana, estoy muy preocupado por el derrotero actual de la Iglesia Católica, a la que veo ir a la deriva.
Además, me gusta el certero análisis que hace Ana Azanza de la reunión cardenalicia del 20 al 29 de octubre de 1981. Hasta aquí mi conformidad con sus opiniones. A partir de ahora expondré mis discrepancias:
1. No me atrevería a afirmar con tanta rotundidad que en el Concilio Vaticano II las prelaturas personales fueron “un invento del Opus Dei para el Opus Dei”, ya que es posible que distintos padres conciliares, al margen de las estrategias del Opus, quisieran promover una distribución del clero secular según quedó establecido en Presbyterorum ordinis nº 10. Aunque el testimonio de Nicanor (13.09.2010) deba tenerse muy en cuenta, lo procedente, para salir definitivamente de dudas, es acudir a las actas del Concilio y estudiar tanto las deliberaciones de los padres conciliares como las fases redaccionales del decreto Presbyterorum ordinis, en cuya redacción definitiva, por cierto, intervino directamente Álvaro del Portillo como secretario de la comisión sobre la disciplina del clero (véase la página 157 del libro de Isabel de Armas arriba mencionado). De momento, no tengo tiempo de emprender esta tarea de investigación para dilucidar qué metieron ahí los del Opus y qué metieron los demás. Mientras no se haya realizado este estudio, la afirmación de Ana Azanza sobre este tema no es segura.
2. La afirmación de Ana, según la cual “en el caso del Opus Dei la prelatura personal se erigió sin contar con ninguna conferencia episcopal que se sepa”, me parece que no es cierta. Si no me falla la memoria, las conferencias episcopales de los países en que el instituto secular Opus Dei ejercía su labor escribieron al Papa Juan Pablo II sendas cartas solicitando la erección del Opus Dei en prelatura personal. No sé –porque no he estudiado esta historia– si esas cartas fueron escritas porque previamente la Santa Sede había requerido a las conferencias episcopales su parecer o porque el entonces presidente general del instituto secular, Álvaro del Portillo, motivó a esas conferencias episcopales a escribir la solicitud. En cualquier caso, el formalismo del canon 294 (“oídas las Conferencias Episcopales interesadas”) creo que se cumplió. Más problemático, según tengo entendido, fue el caso de la Conferencia Episcopal Española (CEE), la más afectada, ya que el requisito de “oír las conferencias episcopales interesadas” no se cumplió bien, hasta el extremo de que en agosto de 1982 la comisión permanente de la CEE se desplazó a Roma para manifestar su disgusto al Papa Juan Pablo II; en esa audiencia, el cardenal Baggio quedó con el trasero al aire, pues se evidenció que él no había contado con la CEE y, en cambio, al Papa le había hecho creer que sí.
3. Respecto a la cuestión de la prelatura personal como asociación de sacerdotes seculares, hay que tener en cuenta que las necesidades pastorales se basan en la inmensa variedad de la vida misma. Por eso, unas veces, son los sacerdotes los que se asocian, como los de la Fraternidad San Pío X, y otras pueden ser los obispos los que, ponderando necesidades pastorales, impulsen a algunos sacerdotes a asociarse para atender a obreros o inmigrantes o estudiantes. En este segundo caso, las conferencias episcopales interesadas pueden solicitar por su propia iniciativa a la Santa Sede la erección de una prelatura personal; en el primer caso, puede ser la Santa Sede la que consulte a las conferencias episcopales interesadas sobre la conveniencia de erigir una nueva prelatura personal (en ambas circunstancias se cumple con el requisito del canon 294, aunque pueda haber por detrás una iniciativa papal o no).
4. No es indiferente para la vida de la Iglesia, aunque sí pueda serlo para Ana, el hecho de que una institución eclesial sea una prelatura personal o sea un ordinariato o sea un conjunto vacío; tampoco es indiferente, por ejemplo, para el Gobierno español (sí lo es para mí, que no soy aficionado) el hecho de que la tauromaquia se encuadre en el Ministerio del Interior o en el de Cultura. Percibir indiferencia en este tipo de cuestiones pone de manifiesto el desinterés o, tal vez, desprecio, que el/la indiferente siente ante ellas situándose desde lejos.
Concluyo reconociendo que las características del Opus y las de la Fraternidad no son las ideales para la figura jurídica de prelatura personal. Esta sale muy perjudicada, pero mucho peor es que la Iglesia salga perjudicada. Me solidarizo con Ana Azanza compartiendo su seria preocupación y preguntándome con ella: “Los sucesores de Lefebvre, como el Opus Dei, aspiran a ser los puros entre los puros. ¿Dos grupos dentro de la iglesia católica con pretensiones de pureza y exclusividad compartiendo el estatuto de prelatura personal? ¿Sabe el Papa en qué lío se está metiendo?”. Este lío, y no la tramitación jurídica, es realmente el núcleo del problema. Insisto en que, a mi modo de ver, el gobierno de la Iglesia Católica ha tomado, por desgracia, rumbo a la deriva. A decir verdad, estoy bastante de acuerdo con la posición de Ana, pues mis discrepancias con ella son de tipo más bien metodológico.
Josef Knecht
