Nóminas y salarios de quienes se dedican a labores internas.- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 13 June 2012
Tema 120. Aspectos económicos


La penosa –y tal vez dudosa en cuanto a sinceridad– rectificación de Káiser (04.06.2012) me ha hecho recordar un acontecimiento del que fui testigo en Pamplona en los años 80 del siglo XX y que quisiera compartir con los usuarios de esta página web. Estaba yo en una tertulia, después de comer, en la sala de estar de un Centro de numerarios mayores de esa ciudad, en el que vivían principalmente profesores de la Universidad de Navarra, algunos de ellos catedráticos; ese día me invitaron a comer, y me quedé a la tertulia...



El contexto histórico-político de aquellas fechas giraba en torno a la circunstancia de que comenzaban a gobernar en España el presidente Felipe González (1982-1996) y en Navarra el presidente Gabriel Urralburu (1984-1991), ambos socialistas. Las distintas reformas económicas por ellos promovidas provocaron que las fuentes de financiación de la Universidad de Navarra, que desde los tiempos de Franco hasta entonces habían funcionado bien, experimentaran una fuerte sacudida. A partir de 1984 o 1985 –puede fallarme un poco la memoria en cuanto a las fechas– y durante varios años, la Universidad de Navarra atravesó un período de severa estrechez económica, de modo que el presupuesto de la Universidad sufrió un notable recorte en todas sus partidas; recuerdo que incluso un verano hubo que cerrar la última planta de la Clínica Universitaria por falta de recursos económicos (la Clínica, si la memoria no me falla, fue entonces sometida a una inspección por parte de funcionarios del Estado).

 

Este era entonces un tema frecuente de conversación, casi diario, en las tertulias de los Centros de numerarios: además de criticar a los malvados políticos por su sectarismo anticristiano, se comentaban anécdotas de la vida cotidiana de la Universidad en que se hacían patentes los padecimientos derivados de la falta de dinero. En aquella tertulia que ahora rememoro estaba presente uno de los residentes del Centro, un sacerdote numerario, bastante mayor –uno de esos hombres de ¿buen? criterio–, el cual propuso una sugerencia que ayudase a mejorar la penuria financiera de aquellos momentos. Ese presbítero no trabajaba en la Universidad, sino que se dedicaba exclusivamente a labores sacerdotales e internas de la entonces recién erigida prelatura personal; él no cobraba sueldo ni tenía cuenta bancaria y supongo que no estaría afiliado a la Seguridad Social. De manera informal y espontánea, el sacerdote en cuestión sugirió que a los numerarios y numerarias trabajadores de la Universidad de Navarra se les dejase de pagar por completo el sueldo, es decir, que trabajasen gratis et amore a consecuencia de su vida de entrega, con el fin de ahorrar aún más el escaso dinero de las arcas universitarias. (Advertencia: todos los miembros del Opus Dei que trabajaban y trabajan en esa Universidad cobran el sueldo correspondiente a su titulación académica y a su dedicación laboral según establece la legislación española; insisto en que el sacerdote de quien hablo no era trabajador de la Universidad).

 

Otro numerario presente en la tertulia, laico y jurista, no tuvo inconveniente en corregir amablemente a aquel sacerdote en presencia de los demás, razonando que la contratación del profesorado en una obra corporativa del Opus Dei debía estar regulada de acuerdo a las leyes del Estado y, por tanto, no se podía establecer el sueldo de los trabajadores usando como parámetro su vida interior ni su grado de entrega a la Obra. La intervención de aquel sacerdote se quedó en un mero comentario intranscendente, pero a mí se me grabó en la memoria en atención a la contundente vehemencia con que sostuvo su opinión. Aquel pobre hombre quería proyectar su situación personal (trabajaba y ejercía su ministerio sin recibir nómina) a sus hermanos laicos trabajadores de la Universidad de Navarra: él veía como lo más normal del mundo su situación vital y deseaba que sus hermanos de entrega dejaran de percibir, al igual que él había hecho durante toda su vida sacerdotal en el Opus, el salario profesional para aliviar la difícil situación financiera de la Universidad de Navarra.

 

La reacción espontánea de aquel sacerdote respondía también a un gran despiste por parte suya. A consecuencia de las reformas económicas impulsadas por el Gobierno de Felipe González, la Universidad de Navarra se vio obligada a modernizar el procedimiento de sus ingresos, fuentes de financiación y otros aspectos de su actividad financiera, todavía estancados en los usos y maneras del franquismo. El proceso de democratización de España llevaba consigo que toda la sociedad abandonara hábitos del pasado franquista, entre los que destacaba el de hacer la vista gorda a determinadas cuestiones económicas relacionadas con la Iglesia y sus instituciones: había que racionalizar el país lo mejor posible. De hecho, la Universidad de Navarra así lo hizo, pues aprendió la lección y se profesionalizó mucho mejor en esta serie de cuestiones. Es por eso por lo que he dicho que aquel sacerdote, en su intervención en la tertulia, sacó a relucir un tremendo despiste, porque su propuesta aún estaba anclada en la mentalidad obsoleta que debía ser superada por el proceso democratizador que España vivía por aquel entonces.

 

Esta anécdota refleja muy bien lo que en aquellos años sucedía en el Opus Dei en España en lo referente a la falta de remuneración de quienes se dedicaban a las “labores internas”, como era el caso de aquel sacerdote numerario. Situaciones vitales como la suya eran normales entre numerarios, numerarias y numerarias auxiliares dedicados plenamente a “labores internas”; no así entre numerarios y numerarias con trabajo profesional: recibían su salario y otros honorarios para luego entregarlos íntegros a la caja del Centro en que residían. Es posible que, con el paso de los años, la praxis del Opus Dei haya cambiado en lo referente a quienes se dedican a “labores internas”, aunque de la situación actual no estoy informado. Por eso, me parece apropiado traer a colación este recuerdo de los años 80, que, además de contradecir la retractación de Káiser, muestra hasta qué extremo puede llegar el lavado de cerebros en la vida interna del Opus.

 

Si es cierto que ahora ha cambiado la praxis del Opus Dei en esta cuestión y si es cierto que Káiser ha obrado bajo coacción en su rectificación, se podría concluir que los directores del Opus pretenden someter a una damnatio memoriae su praxis anterior vigente durante muchos años.

 

Josef Knecht







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