Superar los valores retrógrados del Antiguo Régimen…- Josef Knecht
Fecha Friday, 01 June 2012
Tema 010. Testimonios


Título completo: Superar los valores retrógrados del Antiguo Régimen y centrarse en los “derechos humanos”

 

Estimado Daneel:

 

Me han parecido muy sensatos una vez más tus análisis (30.05.2012) a los textos tomistas de la Summa Theologica que yo había citado (25.05.2012). Tal vez fuerzas un poquito esos textos como queriendo ver más bondad en la valoración del sexo de la que santo Tomás veía en realidad. En cualquier caso, se constata que este debate da para mucho, incluso demasiado, en el sentido de que probablemente exceda los objetivos de esta página web, que se centra en informar sobre el Opus Dei; quizá por eso titulaste tu última carta “Para qué tanta discusión sobre moral sexual”. Sin embargo, también es razonable que quienes hemos pertenecido varios años al Opus Dei, nos planteemos cuestiones relacionadas con la vivencia eclesial de esa institución (no hacerlo sería extraño); el problema es que, por ser éstas cuestiones especializadas, acabemos yéndonos por las ramas, sin centrarnos en la finalidad concreta de la web opuslibros...



Me limito, pues, a aclarar tu duda de por qué he insistido varias veces en mis cartas en que la Iglesia debería promover una reforma de la moral sexual a partir de presupuestos filosóficos “personalistas”.

 

Por supuesto que conozco la teología personalista y “oficialista” que arranca de la “teología del cuerpo” de KW. Pero me parece que esta propuesta, por mucho que parezca alejarse de los esquemas medievales y adopte un ropaje más fenomenológico o existencialista o personalista para mejor exaltar la bondad del cuerpo, es más de lo mismo. A mi modo de ver, se le puede aplicar el refrán popular que dice: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Mi idea reformista va más en la línea de lo que propone Jacinto Choza: desprenderse por completo de la moral del Antiguo Régimen, tan añorado hoy día por los fundamentalistas católicos, y adoptar la perspectiva actual de los derechos humanos, que, a decir verdad, tienen raíces evangélicas. Y precisamente por lo que acabo de mencionar, esa reforma de la moral cristiana debería tomar como punto de partida lo que el Evangelio enseña; la exégesis bíblica contemporánea tiene mucho que aportar al respecto.

 

De una forma análoga a lo que los Padres de la Iglesia en la Antigüedad y luego los Doctores en la Edad Media llevaron a cabo con las categorías culturales de su época, nosotros deberíamos inculturar el mensaje cristiano en la moral actual de los derechos humanos superando así las reticencias que los creyentes fundamentalistas sienten al respecto. Ana Azanza, en su última reflexión (28.05.2012), mucho más educada que el injusto exabrupto de Australopitecus (30.05.2012: ¿qué mosca austral le habrá picado?), nos ha recordado que los inmensos cambios provocados por la revolución industrial y las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX han creado un nuevo modelo de sociedad (y, por tanto, una nueva moral), en que las relaciones hombre-mujer son distintas a las del modelo social ya desfasado; se han transformado mucho el concepto y la vivencia de la familia; ha cambiado el papel de la mujer en la sociedad; la economía actual se rige por criterios financieros muy distantes a los de la Antigüedad y de la Edad Media; las modernas ciencias humanas ofrecen una explicación de la realidad y de los acontecimientos desconocida por los autores clásicos; y así un largo etcétera.

 

Por eso, la reforma de la moral debería afrontar sin miedo la realidad actual viéndola no como enemiga o antagónica de la fe cristiana, sino, en el fondo, como nacida de la semilla que el Evangelio sembró en Europa y América hace varios siglos. Los derechos humanos, que proceden de ese Evangelio (es decir, tienen mucha más entidad cristiana que las “semillas del Verbo” que los Padres de la Iglesia encontraron en la tradición cultural grecorromana: cosmología y antropología platónica, lógica y metafísica aristotélica, antropología y ética estoica, retórica grecorromana, derecho romano, pintura y otras artes), deberían ser nucleares en las reflexiones morales de los creyentes. Si no se hacen así las cosas, las comunidades cristianas van a convertirse en guetos que, enquistados en la sociedad, mirarán hacia el pasado (Antiguo Régimen) creyéndose ingenuamente que son “mártires” o víctimas heroicas en un mundo materialista que no los comprende porque rechaza a Dios. En la Antigüedad, en que también hubo mártires, las comunidades cristianas lograron actuar eficazmente como fermento en la masa, a diferencia de las comunidades judías contemporáneas, que, tras la destrucción de Jerusalén y su Templo, se organizaron desde finales del siglo I hasta mediados del siglo XX como guetos. Con las actuales “guarderías de adultos”, tan apoyadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI, caminamos hacia un catolicismo de “gueto”. Y esta es mi seria preocupación: se trata de un fenómeno sin precedentes en la historia de la Iglesia, que manifiesta tal vez su fracaso y decadencia. Me preocupa mucho contemplar el diálogo de besugos entre los miembros de las “guarderías de adultos” que pululan en el catolicismo, por un lado, y tantos hombres y mujeres de vanguardia que construyen la sociedad, por otro. En la época de los grandes Padres de la Iglesia la situación era la inversa.

 

El último desencuentro al que hemos asistido penosamente en España ha sido el ocasionado por el obispo de Alcalá de Henares, don Juan Antonio Reig Pla, a raíz de su homilía del pasado Viernes Santo (ver mi escrito del 30.05.2012). Este obispo, gran conocedor de la “teología del cuerpo” de KW, escenifica lo que líneas más arriba he comentado: esa teología de ropaje y apariencias personalistas no es en el fondo personalista porque sus seguidores no se han enterado de qué son los derechos humanos ni de las exigencias antropológicas y éticas de ellos derivadas. El comportamiento de ese obispo pone de relieve cuán imperiosa es una reforma profunda de la moral cristiana inculturándola a la realidad social contemporánea.

 

Otro ejemplo que podría aportar en favor de mis análisis de la realidad y deseos de reforma es el que mencioné de pasada en mi carta del 25.05.2012. En un país como es España, en el que abundan numerosos colegios privados católicos, no ha sido en ellos donde se ha encendido el motor anti-acoso escolar (bullying), sino en la escuela pública, que centra su ideario en la noción cívica de los derechos humanos. Ahora, claro está, transcurridos varios años de democracia, todos los colegios, privados y públicos, alardean por igual de que ponen en marcha eficaces planes contra el acoso escolar. Pero, si la jerarquía de la Iglesia hiciera bien las cosas, habría sido más coherente que la lucha contra el hostigamiento escolar hubiera nacido en el seno de los colegios en que se enseña la devoción eucarística. Como es bien sabido, la eucaristía no consiste sólo en cumplir con el rito de la primera comunión ni con la procesión anual del Corpus Christi, sino que debería ser promotora de caridad y justicia social, como lo fue en los primeros siglos del cristianismo. Veo, por tanto, muy necesaria la reforma de la moral católica.

 

En fin, son sólo reflexiones y sugerencias, quizá sueños, de un don nadie como yo. No creo que pronto “caiga esa breva” y, además, tengo entre manos otras muchas más cosas en las que pensar; de momento me conformo con que no me pique la mosca de Australopitecus. Un cordial abrazo.

 

Josef Knecht







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