Servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida (VI).- Ana Azanza
Fecha Monday, 28 May 2012
Tema 115. Aspectos históricos


 

“Servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida” (VI)

Ana Azanza

 

En los anteriores capítulos he relatado los dares y tomares que hubo a propósito de la Asamblea Conjunta, asunto en el que estuvieron directamente implicados clérigos del Opus Dei afincados en Roma y con acceso a la Sagrada Congregación del Clero.

 

Podíamos pensar que esa fue toda la aportación a la aplicación del concilio Vaticano II en España por parte de los católicos pertenecientes al primer Instituto secular. Nos equivocaríamos. Los miembros del Opus Dei tuvieron otro frente de actuación importante en lo que se refiere a entorpecer el deseo de la mayoría episcopal española en aquellos años. Me refiero al ministerio de Asuntos Exteriores  de los últimos gobiernos del general Franco. Suponer que el Opus Dei como tal institución estaba implicado en todo eso sería ciencia ficción...



Estaba pendiente la renovación o revocación del Concordato que el estado español tenía desde 1953 con el Vaticano. Curiosamente a lo largo de todas las “Confesiones” de Tarancón este asunto vuelve una y otra vez, y se observa que el gobierno pretendía actuar al margen de los obispos españoles. Querían acordar directamente con la Santa Sede prescindiendo de los actores más interesados. También se observa que los obispos eran “más modernos” en general que los “seglares” que detentaban las carteras ministeriales. Los señores obispos tenían una visión de la iglesia independiente del poder político acorde con las conclusiones del Concilio Vaticano II. Los ministros se mostraban ansiosos por continuar con la situación anterior “consagrada” desde la victoria de Franco en la guerra civil, el nacionalcatolicismo. La Iglesia católica en España tenía que seguir siendo uno de los pilares de un régimen que ya se veía tan agonizante como su fundador, Francisco Franco.

 

En 1973 Tarancón tuvo una serie de conversaciones con el ministro de Asuntos Exteriores, Gregorio López Bravo, supernumerario del Opus Dei a la sazón, y con el de Justicia, Antonio María de Oriol. Las constantes de estas conversaciones fueron:

 

-López Bravo se dignaba hablar con el episcopado español por pura benevolencia, para que no dijesen que no estaba dispuesto a recibir toda clase de información antes de empezar en serio las negociaciones. Estaba bastante claro que después del “affaire” del Proyecto de Concordato ad referendum no se habían reanudado las conversaciones. En cuanto comenzasen, actuaría él personalmente sin tener en cuenta para nada al episcopado español ni a sus compañeros de Ministerio. Insistía en que se trataba de algo personal suyo: él podría recibir sugerencias, pero no podía ser mediatizado por nadie durante las conversaciones. Tarancón sacó la impresión de que no serían fáciles las conversaciones porque López Bravo se creía en posesión de toda la verdad y de toda la razón.

 

-El creía que podía y aun debía imponerse al Vaticano por dos razones principales: porque la Iglesia especialmente la Iglesia en España, debía defenderse contra los peligros que le venían de fuera incluso del Vaticano, y porque consideraba que la obligación de la Santa Sede era defender y apoyar al Régimen español que había salvado la Iglesia del comunismo. No sólo no aceptaba la postura del Vaticano II, sino que estaba convencido de que había sido perjudicial para la Iglesia. Y consideraba como una ingratitud el que la Iglesia no apoyase decididamente el régimen de Franco.

 

-Para él, el episcopado español había emprendido un camino no sólo peligroso, sino claramente perjudicial religiosa y patrióticamente. Y había sido apoyado clarísimamente por el Papa y por Benelli, a los que no manifestaba ninguna simpatía. Concebía el Vaticano como un estado extranjero al que se le podía obligar a entrar por el camino que le conviniese al gobierno.

 

-El creía que el gobierno español no sólo tenía el derecho sino del deber, de intervenir en el nombramiento de los obispos, incluso de los auxiliares, y esto por dos razones: para defender el régimen y para defender a la misma Iglesia.

 

Las directrices del Concilio y de Pablo VI sobre la proyección de la fe en el mundo le parecían francamente perniciosas. La iglesia no debía defender los derechos de las personas, sino predicar la resignación para los que se sintiesen postergados, y debía estar siempre al lado de la autoridad y de las leyes, aunque le pareciesen injustas. La Iglesia debía limitarse a fomentar la oración personal, a predicar la resignación, a procurar que cada uno se santificase en la propia situación sin procurar cambiarla, desentendiéndose de todos los problemas humanos y aun de la misma justicia.

 

Así era difícil dialogar. Si se le hablaba al ministro López Bravo del reconocimiento del derecho de la Iglesia a nombrar a sus propios pastores, decía que se habían nombrado obispos enemigos del Régimen. Si se le decía que la Iglesia tan sólo pedía libertad para predicar su doctrina y ejercer su ministerio, contestaba que nunca había encontrado la Iglesia tanto apoyo y esa libertad se pedía para hacer política…etc.

 

Tarancón contestaba que al menos reconociese a la Iglesia como ella es y quiera organizarse. Pero esa era la dificultad, Gregorio López Bravo pensaba en la iglesia de 1936 y exigía que las relaciones fuesen como entonces, la Iglesia aliada con el Movimiento (Franco) y la guerra civil una cruzada.

 

Nada de nuevo Concordato más en la onda del concilio Vaticano II, había que reformar el antiguo para atar más corto a obispos y curas.

 

En parecidos término se expresó Carrero Blanco, vicepresidente del gobierno en una comida con el nuncio monseñor Dadaglio, exigiendo que a cambio de todo el dinero que los curas quisieran la Iglesia fuera el apoyo más firme del régimen.

 

Tarancón se alegró de que se dijeran las cosas tan descaradamente porque no cabrían dudas ni en los obispos ni en la Santa Sede. El Concordato era imposible en esas condiciones incompatibles con las orientaciones conciliares.

 

Cae López Bravo, le sustituye López Rodó

 

A principios de 1973 llegó López Bravo a entrevistarse con Pablo VI convencido de que Roma había actuado de manera inadmisible con España. Tuvo una audiencia sensacional con el Papa. ¿Fue entonces cuando ocurrió la anécdota de los rosarios? La mujer del ministro quería sacar unos rosarios de una bolsa para que el santo padre los bendijera, y el papa le hubo de recriminar que no se preocupara que sus bendiciones atravesaban también el plástico. ¿O tal vez esta anécdota ocurrió con Juan XXIII?

 

Tarancón se refiere a esta entrevista en varios lugares de su libro, él fue a visitar a Pablo VI pocos días después y dice que el pontífice se la refirió casi textualmente. El Papa quedó impactado por lo que dijo y cómo este supernumerario del instituto secular Opus Dei.

 

“El Papa no sólo estaba francamente disgustado, sino que no acababa de explicarse la conducta impertinente del ministro. Le acusó abiertamente (¡Lopez Bravo al Papa!) de fomentar la subversión de algunos curas y de algún obispo y de apoyar el separatismo del País Vasco. Me dijo Pablo VI que le hubiese mandado salir de su presencia –su conducta era intolerable –a no ser por el perjuicio que tal medida hubiera producido a España ante el mundo entero”.

 

Desde ese momento López Bravo estaba sentenciado. Un fallo de esta naturaleza –el régimen español que no contaba con el favor de Europa necesitaba el oxígeno la benevolencia aparente de la Santa Sede- no puede perdonarse.

 

López Rodó sucedió en el ministerio a López Bravo. Personalmente, eran muy distintos. Al apasionamiento del segundo sucedía la frialdad británica de López Rodó. Al deseo de eficacia inmediata de López Bravo, ingeniero, sucedía la habilidad calculadora del profesor de derecho administrativo.

 

Pero con respecto a la misión de la Iglesia y a sus relaciones con el mundo y con el poder político, estaban plenamente de acuerdo, aunque planteasen las cosas de distinta manera. No puede olvidarse que los dos eran del Opus y que López Rodó era uno de los más representativos de esta institución.

 

López Rodó imprimió un nuevo rumbo a las negociaciones. Por propia iniciativa llamó a Tarancón y al cardenal de Toledo a una entrevista larga sobre el tema. Parecía reconocer la condición de Tarancón como presidente de la conferencia episcopal. Quería tratar con los dos cardenales que por las diócesis que ocupaban podían tener mayor influencia. Después se vió clarísimamente que ignoraba totalmente a la Conferencia Episcopal. A Tarancón lo consideraba tan sólo como cardenal arzobispo de Madrid-Alcalá. Si no prescindía en absoluto de él era porque estaba convencido de que Tarancón representaba a la inmensa mayoría del episcopado español.

 

Me vienen a la cabeza y al corazón las famosas “campanadas” del fundador, ¿no fueron escritas dichas cartas en estas fechas en las que los ministros del Opus Dei se afanaban en puentear a los obispos españoles y en no aplicar las directrices del concilio en lo referente a las relaciones de la Iglesia con el Estado? Recuerdo, 1973. Nos vendrían bien en la versión en que fueron conocidas por quienes las pudieron leer directamente. Personalmente no recuerdo si en mi temporada opusina estuvieron en algún momento al alcance de las tropas de a pie, o si sólo las conozco por verlas citadas en Noticias.

 

Dando por sentado que el Opus Dei nada tiene que ver con las actuaciones de sus miembros, son completamente independientes, llama sin embargo la atención que tanto la agencia Europa Press que Tarancón no duda en adscribir al Opus, como los señores ministros que sabemos pertenecieron al instituto secular, como Herranz y (del) Portillo, destacados eclesiásticos de la actual Prelatura personal, coincidieron en su línea de actuación: poner dificultades a los que lo obispos españoles y Pablo VI querían para la iglesia española

 

Es más, todos parecían no estar muy en la línea de lo que los textos conciliares habían dicho sobre determinados temas. Es al menos llamativo que hoy destacados miembros de la prelatura personal sean adalides oficiales de dicho concilio e incluso se sugiera en su universidad romana la exigencia de un juramento de fidelidad al mismo para los que se quieran “re- incorporar” a la iglesia católica.

 

Perdón, el Opus Dei no se hace responsable de lo que se escuche entre las paredes de sus instituciones universitarias, lo había olvidado.

 

Véase hacia el final de este artículo:

“Fr. Johannes Grohe del Opus Dei, destacado historiador de la iglesia, defendió la autoridad del concilio Vaticano II durante una conferencia que tuvo lugar del 3 al 4 de mayo en el 50 aniversario del concilio en la universidad de la Santa Cruz dirigida por el Opus Dei, insistiendo que sus enseñanzas son vinculantes y deben ser aceptadas por los que quieren entrar en comunión con la iglesia católica.

Grohe hizo un llamamiento a una “profesión de fe”, que incluya las enseñanzas del Vaticano II para cualquiera que quiera adherir a la iglesia.”

Luego dirán que la doctrina es inamovible y que no se puede cambiar en especial si se habla del sexto y el noveno, y todo lo relacionado que tanto nos ocupa últimamente. Oh sí, la doctrina es perfectamente inamovible y el pueblo fiel que esto escucha perfectamente lelo.

(Continuará)

Ana Azanza

<<Anterior>> - <<Siguiente>>







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=19752