Superación de los sistemas morales del Antiguo Régimen.- Josef Knecht
Fecha Friday, 25 May 2012
Tema 900. Sin clasificar


Querido Daneel:

 

Tampoco era mi intención, en un principio, alargarme demasiado en esta discusión sobre moral sexual. La verdad es que, mientras dialogo contigo, estoy improvisando mi pensamiento sobre estas cuestiones o, mejor dicho, intentando ponerlo en orden. No es mi intención “pontificar” (que no se preocupe Class [23.05.2012], no me voy a meter en su cama para hacer un ménage à trois), sino reflexionar, aprender y profundizar. Y creo que, gracias a ti y a tu ciencia y paciencia, estoy consiguiendo poco a poco ordenar mis ideas y eliminar equívocos.

 

Comienzo ahora señalando en qué puntos estoy del todo de acuerdo con tu última aportación (23.05.2012):

 

1º) El judaísmo vio el sexo matrimonial como puro, sin complicarse la vida como hemos hecho los cristianos a consecuencia de los aditivos gnósticos o maniqueos; hubieras podido mencionar en tu carta en apoyo a tu tesis el libro bíblico e inspirado por Dios El Cantar de los Cantares, cuyo sentido literal, sobre el que se apoyan los sentidos alegórico y místico de elevadas alturas espirituales (“que dan a la caza alcance”), es un poemario erótico que los israelitas cantaban en las fiestas nupciales...



2º) Pese a los aditivos gnósticos, la tradición católica ha sido siempre algo más moderada que el puritanismo protestante en materia de sexualidad (Lutero y Calvino acrecentaron en el siglo XVI el pesimismo antropológico de san Agustín, del que más abajo hablaré).

3º) Reconozco que tal vez metiera yo la pata en igualar a Tomás de Aquino con Agustín sobre lo del pecado venial dentro del matrimonio, pero Tomás, sin ser tan radical como Agustín, sigue a éste muy de cerca como luego expondré.

4º) La bienaventuranza de Jesucristo sobre la “limpieza de corazón” (Mt 5,8) no se refiere a la pureza sexual, sino a la sinceridad del corazón (“sea vuestro sí, sí; y vuestro no, no” [Mt 5,37]).

5º) Enfocas muy bien cómo debería hacerse en la Iglesia la reforma progresista de la moral sexual: tomando el Evangelio a la vez como fuente y como meta.

 

También aciertas de lleno cuando resaltas que el gnosticismo –y también el maniqueísmo–, aunque fueron combatidos por los Padres de la Iglesia desde el siglo II, con san Ireneo de Lyon, hasta el V, han dejado una fuerte impronta en la moral cristiana, a diferencia de la judía y la musulmana; la espiritualidad de aquella época (siglos II al V) estaba muy marcada, tanto en ambientes paganos como cristianos, por una visión negativa del cuerpo y de la materia, muy espiritualizante, de remota inspiración platónica. Si lo pensamos bien, esta es una razón más –de la que, por cierto, yo no hablé en mi carta del 18.05.2012– para reformar la doctrina católica sobre la moral sexual en orden a erradicar de ella esa perniciosa influencia. Fue san Agustín quien, como sabes, en su controversia con Pelagio a comienzos del siglo V, sacó a relucir, quizá de manera inconsciente, unos presupuestos mentales maniqueos que habían quedado en su ánimo después de haber militado nueve años, de joven, en las filas maniqueas. Tras su conversión del maniqueísmo al catolicismo, Agustín combatió eficazmente el maniqueísmo, que conocía bastante bien; pero, pasados los años, cuando se enfrentó a Pelagio en un contexto intelectual nuevo, aquel rescoldo maniqueo afloró en la polémica. Por ello, la antropología agustiniana antipelagiana (no así la antimaniquea de años anteriores) tiene un resabio muy pesimista: pecado original que se transmite de padres a hijos a través de la concupiscencia placentera del acto sexual, predestinación divina que, por la acción de la gracia, apenas deja espacio a la libertad humana (soberbia y pecadora, por otra parte), el género humano visto como una massa damnata o masa de condenación a consecuencia de la soberbia rebelde, etc. Y esta antropología dejó poso en la cristiandad medieval en mayor o menor grado; en el siglo XVI, además, los reformadores protestantes –Lutero era un monje agustino– se basaron en ella.

 

Ahora bien, discrepo en cuatro de tus afirmaciones. A saber:

 

1ª. En el judaísmo, como en otras religiones monoteístas, la noción de pureza –sobre todo “ritual”, pero no sólo ritual– tenía mucho peso: ahí estaba el “Código de santidad” incluido en el libro bíblico del Levítico (Lev 17,1-26,46) con una retahíla minuciosa de impurezas sexuales y otras impurezas, prohibidas no sólo a la tribu de Leví, sino a todos los israelitas. Eso sí, tienes razón cuando afirmas que Jesucristo “interiorizará” esa vivencia de la pureza meramente externa y ritual del judaísmo, de ahí que las prescripciones del Levítico ya no tengan validez en el nuevo Pueblo de Dios. El problema surgirá después de Jesucristo con la influencia gnóstica en la cultura cristiana.

2ª. Santo Tomás de Aquino no se aparta demasiado de la concepción negativa del sexo que tenía san Agustín. Los puntos de vista sobre el placer sexual de Agustín son citados con aprobación en la Summa Theologica I 98.2 y I-II 34.2. El Aquinate sostiene que el placer sexual no alcanza a ser bueno porque traba o nubla las facultades de la razón y lo califica de “concupiscencia desordenada”. Propone una afilada distinción entre placer racional y placer corporal, este último representado por el placer sexual. Sin embargo, aunque Tomás de Aquino también escribe que el placer sexual no es pecado (dentro del matrimonio, como tú apuntaste) porque es necesario para la procreación, está totalmente de acuerdo con sus predecesores en que el placer sexual corporal es resultado del pecado de Adán. Si bien no es siempre malo por sí mismo, es resultado del mal. Santo Tomás resume una larga y profunda tradición de la teología cristiana, según la cual el placer sexual es un mal necesario en orden a la reproducción de la especie; está restringido a la necesidad, es decir, a la procreación dentro del matrimonio (matrimonio como “remedio de la concupiscencia”). Esta teología es el fundamento de la prohibición de los métodos anticonceptivos por la Iglesia. En mi modesta opinión, esta serie de ideas, aún vigentes en la doctrina oficial actual, debería reformarse a fondo desde una perspectiva personalista de la sexualidad, siempre a la luz del Evangelio, como tú acertadamente apuntaste.

3ª. Aunque estás en lo cierto diciendo, de acuerdo al Magisterio eclesiástico, que la sexualidad alcanza su perfección dentro del matrimonio y que, por tanto, una sexualidad extramatrimonial no es tan perfecta, de ahí no se infiere que todos los actos sexuales prematrimoniales sean pecados mortales ex toto genere suo, como todavía sostiene la moral católica oficial de hoy en día. Por supuesto que en la vida humana –también en el obrar moral– hay grados, pero esa graduación no implica que lo inferior sea pecado mortal, nefasto o perverso por no llegar al nivel ideal; así, un cuadro que no alcanza la perfección de Las Meninas de Velázquez no debe ser descalificado como pecado mortal ex toto genere suo: sólo los talibanes ven así la vida, a diferencia del autor divino que inspiró El Cantar de los Cantares.

4ª. La reforma no sólo se ha de plantear en el nivel catequético o pedagógico, como afirmas en tu carta, a la hora de enseñar la moral a la gente, sino también en el doctrinal. Tú mismo (no yo, aunque te doy toda la razón) escribiste que una de las causas del problema está en la influencia gnóstica sobre el cristianismo: más doctrinal, imposible.

 

Estoy de acuerdo con Jacinto Choza cuando en su reciente entrevista publicada aquí el 21.05.2012 declara: “Yo digo que soy católico pero me parece tan demencial, el mantenimiento de una moral tan alejada de la gente… La gente está mucho más vinculada al sistema de los derechos humanos que no a los sistemas morales del Antiguo Régimen. Me hace gracia un Dios que está obsesionado con la ginecología, como estaba con los relojes en el siglo XVII”. Jacinto no está tan acertado cuando pocas líneas más abajo parece que reduce la fe a mero culto; me siento en la obligación de recordarle que esto es justo lo contrario de lo que Jesucristo enseñó: la fe y la justicia, es decir, la dignidad humana en todos sus aspectos son los puntos centrales del Evangelio del Reino ¡y no el culto externo! Jesucristo no quiere templos, sino justicia y paz. Conviene que los filósofos profundicen mejor en la teología y en la exégesis bíblica. Hecha con todo respeto esta advertencia, repito que Jacinto sí acierta en su propuesta de renovación o reforma eclesial en materia de moral sexual. Como ya señalé en mi carta del 18.05.2012, la “moral” de las sociedades actuales ha progresado mucho respecto a los sistemas morales del Antiguo Régimen, muy centrados en la noción de (im)pureza, en la de vasallaje u otras; actualmente, a consecuencia precisamente de que la semilla del Evangelio ha fecundado la cultura occidental, ésta ha engendrado el robusto árbol de los derechos humanos. La moral de la Iglesia no puede quedarse anclada en el Antiguo Régimen, como desea ardientemente el integrismo católico, del que el Opus Dei es uno de sus mejores baluartes, sino que debería emprender un camino de reforma retomando sus raíces evangélicas.

 

Para terminar, quisiera hacer una digresión, saliéndome del tema de la sexualidad. Un amigo mío, que estudió durante trece años en un colegio religioso católico, padeció repetidas veces acoso escolar por parte de sus compañeros. Incluso en el día de su primera comunión, celebrada en el colegio, fue objeto de una humillación pública que le marcaría durante toda su adolescencia: una metedura de pata suya fue objeto de risas en la propia celebración, que se estaba grabando en vídeo; días después sus compañeros se regocijaban burlándose de él viendo esa grabación una y otra vez en presencia suya. Pasados los años, este buen hombre, reflexionando sobre todo aquello y también sobre los profundos cambios que la sociedad española ha experimentado en estos últimos decenios, ha llegado a la conclusión de que el actual combate contra el acoso escolar no ha nacido en los colegios católicos, sino que ha sido promovido sobre todo por la escuela pública como consecuencia de la libertad de pensamiento y de expresión, con la voluntad de superar hábitos erróneos de la España profunda incompatibles con la actual sociedad democrática y cívica. Mi amigo sigue siendo católico y, por eso, le duele que no hayan sido los colegios religiosos, en los que se enseña la devoción eucarística, núcleo de la caridad cristiana, los promotores de esa reforma de nuestras malas costumbres sociales. Eso es lo que pasa cuando el culto se queda en mera exterioridad, sin buscar sinceramente la justicia y la paz. ¿Cuándo impulsará la jerarquía eclesiástica de una vez por todas la reforma que el Concilio Vaticano II propuso?, esta es la cuestión, querido Daneel, y no otra.

 

Un abrazo

 

Josef Knecht







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