Precedentes remotos y próximos del nacimiento del Opus Dei.- Josef Knecht
Fecha Monday, 21 May 2012
Tema 115. Aspectos históricos


Me ha parecido muy acertado el juicio que Ana Azanza, en sus recientes aportaciones sobre Servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida” (I), emite acerca del nacimiento del Opus Dei en la primera mitad del siglo XX: El Opus Dei es una planta que no podía nacer más que en nuestra patria, en nuestro suelo. No caída del cielo ni fruto de una revelación privada original e intransferible, fue criada aquí, con nuestros prejuicios culturales y nuestra forma de ser católicos tan característica.

 

En apoyo de esta tesis de Ana, quisiera aportar a continuación unos largos párrafos que he extraído del documentado libro de Isabel de Armas, Josemaría Escrivá y Pedro Arrupe: cara y cruz ¿de una misma Iglesia?, Iepala, Madrid 2008 (ISBN: 978-84-89743-56-4). El contexto de esos párrafos es la influencia de la espiritualidad jesuítica o ignaciana, de cargado contenido militar, en la del Opus Dei naciente. Isabel de Armas escribe (pp. 328-329) sobre esta cuestión histórica...



«Otro importante aspecto que la espiritualidad de la Obra hereda de los jesuitas se centra en el “militarismo”, tan característico de la vida interior y de la actuación exterior de san Ignacio de Loyola, militar de formación. Pero, en realidad, ese talante belicoso se remonta a raíces más profundas de la historia medieval de la Iglesia española. Y es que, a diferencia de la desaparición del cristianismo en las tierras del norte de África, la Iglesia hispana, tras echar raíces en el pueblo por la unión del reino visigótico y la fe católica (siglos V-VII), no se derrumbó. La población no se contentó con la invasión árabe (año 711). Nuestro país apenas recuperó la tranquilidad hasta que en torno al año 1300 se reconquistó casi toda España. El último resto musulmán, el reino moro de Granada, sólo pudo ser vencido a finales del siglo XV. Pues bien, esta lucha multisecular ha impregnado el cristianismo español confiriéndole una cierta inflexibilidad que ha perdurado largo tiempo después de la Reconquista medieval. Muchos ejemplos históricos se podrían aducir a este respecto, pero sólo aportaré unos pocos: después del descubrimiento de América y con motivo de la evangelización del Nuevo Mundo, la devoción tradicional de Santiago matamoros se amplió lamentablemente a la de Santiago mataindios; el militarismo de san Ignacio no sólo se limitó al combate interior del alma contra el pecado, sino que también se orientó a luchar institucionalmente contra el protestantismo por toda Europa, en servicio del Papa, durante los siglos de la Contrarreforma católica; en esos mismos siglos España, sobre todo bajo el rey Felipe II, se cerró en banda rechazando la influencia cultural y religiosa procedente del resto de Europa; el carlismo del siglo XIX, tan belicoso, se explica mejor teniendo en cuenta esos precedentes; la Guerra Civil del siglo XX, entendida como cruzada antimasónica y anticomunista, y el nacionalcatolicismo del régimen del Caudillo Francisco Franco son como la culminación de ese proceso.

 

Y al Opus Dei no se le debe extraer de todo este contexto; al contrario, según he recordado en páginas anteriores, los discípulos de Escrivá que fundaron y dirigieron en los años cuarenta el Consejo Superior de Investigaciones Científicas se proponían contrarrestar la actividad educativa que años antes había desplegado la Institución Libre de Enseñanza. Más todavía, cuando en Camino se exhorta con insistencia a la “cruzada”, al “caudillaje”, a la “milicia”, al “combate”, a la “victoria”, etc., resuena continuamente el eco del militarismo ignaciano debidamente adaptado a las nuevas circunstancias de los años treinta y cuarenta del siglo pasado.

 

De aquí se puede concluir que, si la Societas Iesu no hubiera existido, muy probablemente el Opus Dei no se hubiera fundado. Éste viene a ser como un hijo espiritual de aquélla; y ambos coinciden en su periodo fundacional –y tiempo después– en ser portadores de esa cierta inflexibilidad propia del cristianismo peninsular, no tan marcada en el resto de Europa. La Compañía de Jesús, a comienzos de la modernidad, y la Obra de Dios, a finales de ésta, han cumplido misiones similares al servicio de la Iglesia y del Papa en un marco combativo de lo que los Papas consideraban errores doctrinales de cada momento histórico.

 

Sólo tras la celebración del Concilio Vaticano II, la Iglesia española ha comenzado a corregir y a superar la inflexibilidad enraizada en los antiguos y multiseculares combates de la Edad Media. Una prueba de ello se encuentra en la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes del año 1971, en la que decidieron no continuar apoyando al régimen de Franco, sino promover la reconciliación de los españoles; otra prueba es aportada por el cardenal Vicente Enrique Tarancón, cuya contribución fue crucial para la buena marcha de la Transición democrática en los años setenta y ochenta; y, por último, el talante aperturista del padre Pedro Arrupe consiguió conciliar la espiritualidad ignaciana con las exigencias (o “signos de los tiempos”) de la reforma eclesiástica promovida por el Vaticano II. Escrivá y Arrupe, pese a un común ignacianismo, acaban situándose en las antípodas de la esfera eclesial: Escrivá anclado en la inflexibilidad, y Arrupe superándola de lleno.»

 

Me parece que las anteriores reflexiones históricas de Isabel de Armas corroboran la tesis de Ana Azanza. Cuando Isabel escribe que el Opus Dei presta servicios a la Iglesia y al Papa de una manera análoga a como la Societas Iesu lo hizo en la época de la Contrarreforma católica, se refiere a la colaboración estrecha que el Opus dio a Juan Pablo II (no a Pablo VI) en su frenazo a la aplicación de muchas propuestas reformistas del concilio Vaticano II; a cambio, el Opus recibió de ese Papa importantes prebendas: canonización del fundador, prelatura personal, Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, etc., y, mientras tanto, Juan Pablo II logró destituir al padre Arrupe de su cargo de Prepósito General de la Compañía de Jesús.

 

Si estas reflexiones de Isabel de Armas se ponen en relación con la importante aportación de Fletcher Christian (20.02.2012) sobre Los orígenes ideológicos del Opus Dei, entonces nos encontramos con una buena perspectiva del humus social y espiritual en el que la planta del Opus está enraizada. Isabel de Armas se remonta a los precedentes remotos, mientras que Fletcher Christian se acerca a los precedentes próximos y contemporáneos del nacimiento del Opus Dei.

 

Por último, me parece obligatoria hacer una aclaración para no dejar cabos sueltos en esta exposición. Hablando del proceso de modernización y puesta al día del catolicismo español tras el concilio Vaticano II (1962-1965), conviene mencionar qué pasó desde entonces con la Compañía de Jesús, la cual en tiempos del padre Pedro Arrupe logró quitarse de encima el lastre del integrismo del que había sido la principal promotora en los siglos XIX y XX por todo el orbe católico. Acerca de este giro que impulsó Arrupe, Prepósito General de la Compañía desde 1965 hasta 1983, conviene leer, además del libro de Isabel de Armas, un clarificador artículo que José Ignacio González Faus publicó, bajo el título Jesuitas, en el diario barcelonés La Vanguardia el jueves 30 de julio de 2009 (página 20).

 

Josef Knecht







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