Elasticidad, libertad y destino.- Daneel
Fecha Wednesday, 16 May 2012
Tema 900. Sin clasificar


Querido Josef Knecht,

 

Gracias por la recomendación literaria de Herman Hesse, tomo nota, nunca había oído hablar del personaje que emulas ni de nadie que se llamara así. En cuanto a la tesis doctoral, puesto que tú ya has escrito una, no sé si has pensado que tal vez podrías ser tú el que me dirigieras a mí, si es que tanto valoras la solidez de mis argumentos. Me impresiona tu memoria sobre lo aprendido hace tantos años, yo desde luego no sabría decir en qué curso anual me hablaron del voluntario indirecto...



Entiendo perfectamente que el finis operis te resulte un concepto elástico, de hecho lo es, aunque no más que el objeto de la acción, puesto que es lo mismo con un nombre distinto. Hay una forma relativamente sencilla de eliminar la elasticidad de la definición, que es sustituir la descripción intencional del acto por su descripción física, una descripción completamente objetiva y medible que elimine todas nuestras dudas. Lo que ocurre es que entonces perdemos por completo el punto de vista moral de la acción humana. Desde el punto de vista de la descripción física, es imposible distinguir el uso de un bisturí para cometer un asesinato o para realizar una operación quirúrgica: físicamente, lo que ocurre es que el bisturí corta la piel y la carne… Para juzgar la moralidad de los actos humanos no basta saber “lo que ocurre” (descripción física), es imprescindible saber “lo que quiero hacer” (descripción intencional del finis operis) y “lo que quiero conseguir” (descripción intencional del finis operantis). Sinceramente, creo que no hay atajos si la ética quiere seguir siendo ética: las descripciones generales de categorías de actos seguirán siendo elásticas, y el conocimiento de nuestras intenciones subjetivas seguirá siendo borroso.

 

Ya conocía el debate Gormally-Rhonheimer, gracias de todas formas por los enlaces. En cambio, no conocía la respuesta de Shaw, que me parece más ponderada y mejor razonada que la de Gormally. Es un debate difícil en el que no sé si estoy cualificado para ir mucho más allá. Lo que sí tengo claro es que los argumentos de Gormally/Pérez-Soba contra Rhonheimer no son doctrina oficial del magisterio, sino como mucho opinión común entre teólogos oficialistas. También me parece interesante resaltar que la condena por parte de estos autores del uso profiláctico del preservativo no se deriva de que tenga un finis operis anticonceptivo (pues no lo tiene), sino de que el uso del preservativo es, según ellos y en cualquier circunstancia, contra naturam. Por tanto, el magisterio de la encíclica Humanae Vitae no es parte esencial de la argumentación de Gormally/Pérez-Soba.

 

El problema de esta argumentación es que no es nada fácil esclarecer qué es natural o antinatural en el comportamiento humano. Es más, a menudo se encuentran, por parte católica, argumentaciones muy pobres cargadas de biologicismo, como si hablar de naturaleza fuera lo mismo que hablar de biología. Por no hablar de la desafortunadísima oposición entre lo natural y lo artificial, olvidando que lo natural en el hombre es hacer y usar cosas artificiales. El concepto de naturaleza humana, como algo “dado” que marca un destino a nuestra libertad, es la base de la teología escolástica para distinguir actos naturales y actos antinaturales, métodos naturales y métodos antinaturales. No obstante, cualquier argumentación que se base en el concepto de naturaleza no sólo corre el peligro de no ser aceptada hoy día, sino que muy posiblemente ni siquiera será comprendida (por la deriva biologicista que ha sufrido el concepto, como ya he comentado). Es necesario repensar y reexplicar muchos conceptos clásicos si queremos que sigan siendo ayuda en lugar de lastre; es necesario superar fórmulas escolásticas que han perdido su vigor, y creo que éste es uno de los méritos de Rhonheimer. Posiblemente los teólogos católicos oficialistas están demasiado seguros de saber qué es “lo natural”, y desde una posición de prepotencia intelectual no creen que tengan que justificarlo ante nadie ni tratar de conocerlo mejor. Pero en el extremo opuesto observo una negación radical de destino en el hombre, una libertad sin rumbo, que no me parece en absoluto coherente con la revelación cristiana, uno de cuyos puntos esenciales es que todo tiene sentido, todo tiene significado, todo tiene destino.

 

Antiguamente los conceptos de naturaleza humana y ley natural eran universalmente aceptados en Occidente, pero hoy día ya no es así, ni mucho menos. Hoy día el comportamiento humano sólo se entiende desde una idea de libertad cuya única restricción es no atropellar a los demás (Rousseau), como expresa perfectamente Dufresne (11.05.2012). Desde esta perspectiva lo único que se encuentra censurable son los crímenes sexuales tales como la pederastia, la violación o la esclavitud sexual. Y es verdad, son crímenes horribles que el Estado, como garante del orden público, debe perseguir (y la Iglesia también, claro, en la medida en que debe cooperar con el Estado). Es una perspectiva verdadera y necesaria, pero legalista, minimalista; es la perspectiva del necesario cumplimiento de la ley para preservar la paz social y defender a los más débiles. Y así, para reducir al mínimo la intromisión del Estado en la vida de los ciudadanos, sólo se deben perseguir los comportamientos que sean delictivos, y sólo deben ser considerados delitos los comportamientos que lesionen los derechos de otros. Desde esta perspectiva, por ejemplo, es muy discutible que usar el sexo para obtener un ascenso en el trabajo sea un delito; ni siquiera está claro que el adulterio tenga que ser un delito perseguido por el Estado. La mayoría (entre los que me incluyo) pensarán que el Estado no debe criminalizar estos comportamientos. No serán comportamientos delictivos, pero son comportamientos inmorales, al menos desde un punto de vista cristiano, en el sentido de que son dañinos para la persona, para su bien integral, de modo parecido a como la obsesión por conseguir la fama puede ser destructiva para una persona, aunque no cometa ningún delito para ser famosa.

 

La idea roussoniana de libertad reconoce límites a la libertad, pero no reconoce que haya ningún destino dado al ser humano. Así pues, con mi sexualidad hago lo que me dé la gana mientras no incordie a los demás. Mi sexualidad no tiene ningún destino o significado propio, puedo darle el significado que me dé la gana, puedo usarla para lo que me dé la gana. ¿De verdad es así? ¿De verdad es infinitamente plástica la sexualidad, podemos darle absolutamente el significado que queramos, o ninguno? ¿De verdad no tiene ningún significado propio? ¿De verdad puedo hacer lo que quiera con mi sexualidad sin amor, por dinero o por diversión, sin sufrir ninguna consecuencia destructiva para mí mismo o para los demás? Con esto no quiero decir que la anticoncepción sea directamente destructiva del matrimonio. Conozco muchas parejas que la practican sin daño aparente, y conozco también muchas parejas a las que la práctica de los “métodos naturales” aparentemente les ha perjudicado en su relación. Lo que quiero decir es que no conozco una visión global de la sexualidad que pretenda en serio limitar la anticoncepción a situaciones especiales en el matrimonio y en un contexto general de apertura a la vida (más o menos la postura de Bernhard Häring, ¿pero quién se toma hoy día en serio a Häring hasta sus últimas consecuencias?). Los defensores de la anticoncepción suelen más bien decir que el sexo no tiene por qué estar vinculado a la procreación, incluso que sexo y amor tampoco necesitan estar vinculados. Por eso dije que veo mayor sintonía del Evangelio con la doctrina católica oficial que con su negación. Los afines al magisterio, al menos, sí se preocupan de entender el destino/significado de la sexualidad.

 

La perspectiva moral es más ambiciosa que la perspectiva legal. No se conforma con garantizar el orden público, aspira a lograr el bien integral de la persona. Por supuesto que una moral mal entendida, cuando pretende sustituir a la ley, conduce a un sistema totalitario de control de las personas: así ocurre cuando el ideal moral no se propone, sino que se impone; o cuando se confunden maliciosamente el fuero interno y el fuero externo. No se debe convertir en delito lo que no es necesario prohibir para garantizar la paz social. Por eso no admito que el Estado me diga cómo debo vivir mi sexualidad, salvo para poner los necesarios límites que garanticen la convivencia pacífica. En cambio, si no se traspasan estos límites, que la Iglesia predique un ideal moral y se preocupe por sanar las heridas que arrastramos, también en nuestra sexualidad, no debería molestar a nadie.

 

Cordialmente,

 

Daneel

 

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