Las Prelaturas no nacieron por inspiración divina.- Haenobarbo
Fecha Wednesday, 02 May 2012
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Las Prelaturas no nacieron por inspiración divina
Haenobarbo, 2/05/2012

 

No puedo contestar la pregunta puntual de Ana Azanza, porque no conozco el tema de primera mano.  Puedo si apuntar que para cuando se reunió el Concilio, el Opus Dei atravesaba ya su crisis de identidad.

Ya no estaba  a gusto entre los Institutos Seculares, de los que, no lo olvidemos, había sido el primero, es decir casi el prototipo elegido por la Santa Sede, para dar forma a ese nuevo tipo de organización. 

Durante el pontificado de Pío XII, la forma de gobierno de la sección femenina había sido cuestionada por no adaptarse a lo que hasta entonces se acostumbraba en los institutos religiosos.  Ya rondaba por la febril cabeza del fundador la idea de una solución jurídica distinta que le permitiera una mayor autonomía de gobierno respecto a los obispos diocesanos...



Desde luego que la secretaría de una comisión conciliar debe haber sido un trabajo muy demandante: el Secretario es el que carga con el peso del trabajo; los cardenales y obispos miembros de la comisión van a las reuniones, discuten, proponen, resuelven y luego dejan el grueso del trabajo en manos de la secretaría.

Por otro lado, las comisiones preparatorias y luego de las comisiones conciliares, no estaban reunidas todo el año, por lo que el grueso del trabajo se concentraba en unos meses.

Pero que no se haga de don Alvaro, secretario de una comisión conciliar un mártir: no estaba ahí por gusto. El fundador debe haber removido Roma con Santiago, para que don Alvaro estuviera precisamente ahí “donde se cuecen las habas”. No lo eligieron a dedo. Y no lo nombraron para cualquier comisión conciliar, sino precisamente para aquella en la que se podría tratar los temas que interesaban al Fundador.

Dudo mucho que normalmente don Alvaro haya tenido que salir a la vereda a la media noche a tomar un taxi para volver a casa: todo debe haber estado dispuesto, para que un hermano suyo, “como en cualquier familia normal” lo lleve y lo traiga en auto, y desde luego la administración se desviviría porque al llegar a casa encuentre en primorosas fuentes una deliciosa comida caliente.

Puedo afirmar que he oído decir no solo en Roma, que a don Alvaro no se le reconoció debidamente su trabajo: el propio fundador comentaba y esto se repetía años después, que muchos secretarios de comisiones habían sido nombrados obispos e incluso creados cardenales, mientras que don Alvaro había sido dejado de lado.

Tenía entendido que los miembros del Opus Dei sirven ahí donde se los coloca sin esperar recompensa alguna: el solo hecho de sugerir que no se lo recompensó “como a otros” me resulta cuando menos chocante.

Este párrafo de la entrevista que nos ha traído Ana muestra claramente la clave del papel de don Alvaro en su calidad de cabeza de puente del Opus Dei, en el Concilio, a cuya inauguración el Fundador no quiso asistir con el pretexto de que lo querían colocar entre los superiores generales de congregaciones religiosas, y al que no había sido llamado entre los innumerables peritos que se nombraron para las diversas comisiones.

También se advierte su huella en la defensa de la libertad de la asociación de los clérigos; en la inseparabilidad entre la consagración del sacerdote y su misión ministerial; y sobre, todo, en el numero 10, donde se hallan las bases teológico-jurídicas, que permitirían desarrollar, años después, nuevas estructuras jurisdiccionales en la Iglesia, una innovación que juzgo trascendental.

El texto muestra las tres consignas con las que don Alvaro fue al Concilio:

- Defender el derecho de los clérigos a pertenecer a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

- Defender la “vocación” de los sacerdotes del Opus Dei para dedicarse exclusivamente a los fines de la institución, prescindiendo de la pastoral diocesana.

- “Y sobre todo” – no menospreciemos el énfasis - introducir en el derecho de la Iglesia, a ser posible como una verdadera “nueva estructura jurisdiccional”, alguna forma de organismo que diera al Opus Dei y a su Presidente General la autonomía necesaria, para no depender sino del Papa, y eso porque no quedaba más remedio: Las prelaturas personales. Esta era su misión principal, puestos a elegir quizá las otras dos se habrían podido negociar.

Porque las Prelaturas no nacieron por inspiración divina, ni fueron providencialmente propuestas al Concilio por un cardenal u obispo jesuita, o por un celoso obispo misionero en las selvas de Zimbabue.

Quizá y esto sí cae dentro de lo posible, la propuesta fue llevada al aula conciliar, luego de que la respectiva comisión hubiera redactado los textos, por algún celoso prelado de alguna prelatura nullius perdida entre los riscos de los Andes peruanos, de esas que nadie quería aceptar y que el Opus Dei tomó a su cargo en su afán de servir a los más necesitados. Sí, sí, desde luego…. el Espíritu Santo sopla donde quiere, aunque a veces se lo hace soplar.

Las prelaturas y todo lo demás, fueron introducidas en los textos conciliares por don Alvaro. Desde luego que no quiero decir con esto que don Alvaro alteró las actas de las sesiones, introduciendo algo que no se había tratado, pero sí que su papel en el Concilio fue fundamentalmente ese estar en una posición tal que le permitiera llevar a la práctica las ideas del Fundador, que quizá no las hubiera logrado nunca de otro modo. En el Concilio pasaron “de agache”.

“En río revuelto, ganancia de pescadores”: en medio de la vorágine del Concilio, las sugerencias de don Alvaro deben haber parecido dulces yemas de Santa Teresa. Quién se iba a negar a distribuir mejor el clero o a facilitar nuevas formas e iniciativas apostólicas.

Sería muy interesante y sin duda revelador, poder seguir paso a paso la introducción de esas innovaciones en los documentos conciliares: ¿Cómo? ¿En qué momento? ¿Quiénes formaban parte de las comisiones? ¿Quién o quienes presentaron los textos a la consideración de los miembros de las comisiones? ¿Junto con qué otros textos fueron presentados aquellos? ¿Quién o quienes pusieron dificultades? ¿Qué decía la primera versión de los textos? ¿Qué cambios se introdujeron? ¿Quién los introdujo?

Estoy seguro que el resultado de una investigación así daría muchas y para nada insospechadas respuestas.

Detrás de don Alvaro, dirigiendo los hilos, estaba el Fundador, que lejos de pasar oculto, se hacía notar precisamente por su ausencia, porque eso sí, no dejaba de invitar a cuanto obispo y cardenal se le pasaba por delante, a los que desde luego tampoco dejaba de decir, que él – pobre de él – estaba como preso dentro de Villa Tevere, sufriendo y rezando por el concilio.

De hecho, no creo que los Padres Conciliares estuvieran especialmente interesados en las prelaturas personales como una forma de solucionar los problemas de la Iglesia en el mundo moderno: han pasado 50 años y solo existe una.

Si el pretexto para crearlas era lograr una mejor distribución del clero y la puesta en acto de especiales iniciativas pastorales, ambas cosas se han logrado sin necesidad de las Prelaturas: el propio Concilio sugirió y no por iniciativa de don Alvaro, que se revisase el tema de la incardinación de los sacerdotes, de modo tal que no obstaculizara la necesaria movilidad del clero, para ayudar a diócesis que carecieran de él.

El propio Opus Dei se ha beneficiado de esta reforma: es muy frecuente que obispos, miembros del Opus Dei, pidan a otros obispos, que les “presten” sacerdotes - siempre socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, es decir agregados y supernumerarios – para manejar sus seminarios entre otras cosas. Esto, con el rígido sistema de incardinación pre conciliar, habría sido casi imposible.

Es curioso que si una de las razones de ser de las prelaturas personales es precisamente la mejor distribución del clero, el Prelado no mande a esos lugares a sus sacerdotes, es decir a los de la Prelatura Personal, sino que haya que valerse de otras normas jurídicas, para pedir a un Obispo común y corriente, que “preste” a un sacerdote: en definitiva, la Prelatura Personal no sirve tampoco para el fin específico para el que fue pensada.

Los curicas numerarios no se meten en esas cosas, salvo algunos rarillos que tienen vocación de párrocos, como sarcásticamente se comenta por los pasillos. Están todos como pollitos junto a mamá gallina. Porque no es por una mejor distribución del clero que el Prelado manda a un cura numerario argentino polaco a Polonia, o a un español que habla japonés, de consiliario al Japón: eso también lo hace el Prepósito General de la Compañía, o el Maestro General de los Dominicos.

Respecto a las peculiares iniciativas pastorales, la Iglesia post conciliar está saturada de ellas, sin necesidad de las Prelaturas Personales.

Cuando el Fundador, años después, dándose aires de misterio decía que todo estaba resuelto y que la solución jurídica para la Obra estaba ya en los documentos conciliares, sabía muy bien lo que decía: los textos habían salido de su despacho.

Haenobarbo







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