Simplemente Juanmaría.- Luxindex
Fecha Wednesday, 02 May 2012
Tema 010. Testimonios


Estimado Alivio:

 

Al revés, gracias a ti. Te agradezco el tiempo que empleaste en tu comentario de la semana pasada y que tanto me anima a mantener mis esfuerzos.

 

Antes de escribir sobre san Juanmaría siempre me documento para acercarme al rigor histórico de la epopeya que él mismo relató de sí.

 

En esta labor ya son muchas mis horas de estudio, investigación, visitas al Instituto Histórico SJE en Roma, de fecundos intercambios epistolares con el doctor J. J. I… y cada vez valoro más y más su figura (la de Juanmaría). Y es que el autor barbastrino, como veremos, creó un revolucionario estilo narrativo, pleno e insuperable, que podríamos llamar «panjuanmarianismo o estilo opusino»...



Formalmente su epopeya transcurre como el duelo entre un protagonista claro (él) y un, digamos, antagonista oscuro (el demonio). En este pulso, el demonio al no pasar de adlátere de chichinabo hace que reluzca más la única estrella, Juanmaría, que lo borda. A esta idea narrativa pronto le surgieron imitaciones, como el Coyote y Correcaminos o Tom y Jerry, pero sin tantos prodigios y valores.

 

Efectivamente, si revisamos sin prejuicios la obra de Escrivá comprobaremos que, entre milagro y milagro, resuelve con primor sus intervenciones como autor y como intérprete; sostiene airosamente larguísimos monólogos; sus caminatas sobre el estrado, con quiebros inesperados, han creado escuela (Raphael o Chiquito de la Calzada, por nombrar dos casos universales); está muy convincente en la única ocasión en que desdobla su papel haciendo también de «doctor Marañón» algo turulato… Está perfecto en todo, siempre.

 

Por otra parte, el demonio intenta como puede defender a lo Mortadelo sus múltiples caracterizaciones: disfrazado ahora de obrero asesino de Juanmaría, después de marejada ahogando a Juanmaría, o de mocoso pegándole pelotazos a Juanmaría, o con delantal y cofia dispuesto a devorar a Juanmaría…

 

Por último, Juanmaría sólo emplea la nube gris de personajes secundarios para que le den las entradillas convenientes. Así aparecen Barredo, Dios, Orlandis, Suils, la tía Carmen, la Virgen, tía Abuela, tío Abuelo, tíos Papas, tíos Obispos, tíos ángeles y Arcángeles y tantos otros tíos, que bien podrían haber sido otros tíos distintos y el resultado hubiese sido igual de acendrado gracias a la omnipresencia arrebatadora de Juanmaría.

 

Pues bien, hasta la revolucionaria aportación narrativa de Juanmaría, cuando se quería especificar un protagonista hacía falta caracterizarlo y someterlo a circunstancias concretas. Pero en esta tarea, los autores muchas veces no alcanzaban el objetivo porque incurrían en incoherencias al describir la naturaleza del protagonista o, por lo que fuera, al intentar referir su entorno.

 

Juanmaría da un vuelco a eso dejándose de caracterizaciones y convirtiendo en protagonista al propio protagonismo del protagonista. La trascendencia de este nuevo enfoque es total. El protagonismo decidido, el anhelo vehemente de ser el centro del Universo que por algo fue creado para uno, no requiere de matices. Ese afán monolítico de protagonismo, santo afán monolítico de protagonismo, no requiere de justificación, vacilaciones o monsergas. Es así. Da toda la libertad de narración que se quiera: da igual que el protagonista se haga pelotitas con los mocos o resuelva el problema del hambre en el mundo. El asunto esencial sólo es su protagonismo.

 

Pero salvado, magistralmente, el escollo de que el personaje principal tuviera que explicarse quedaba pendiente el entorno. Al respecto, Juanmaría sabía que tradicionalmente en lo narrativo lo superfluo refuerza lo esencial, pero como lo superfluo puede ser cualquier cosa con tal de que esté de más, decidió preguntarse ¿qué más da entonces decir «digo» que «diego» si va a estar de más? Y valientemente aplicó la conclusión a su estilo, desembarazándose de literalidades, realidades y otras esclavitudes, pudiendo, por tanto, dar rienda suelta a su creatividad con la que alucinó más que Rappel en una orgía de adivinos.

 

Por ejemplo, gracias a lo anterior, del momento fundacional nos cuenta hasta lo que desayunó su prima de Logroño, pero nada de lo que «vio». Por tanto, se podrá discutir cuanto se quiera sobre si la prima se zampó seis u ocho crespillos, pero la exégesis crítica no pasará de ahí y lo que «vio» permanecerá incólume. Narrativamente genial.

 

Por tanto, así podemos resumir su novedoso y pleno estilo: lo esencial es el protagonismo del protagonista reforzado con más accesorios que el armario de un sioux en Carnavales.

 

Es una pena que este estilo original esté más perdido hoy en día para el género hagiográfico que la fotonovela para el romántico.

 

La fotonovela… Al respecto, se me está ocurriendo ahora que una forma de rescatar tan valiosas pérdidas literarias sería unirlas. Me explicaré con un ejemplo aplicado al caso que nos ocupa: la heroica reacción de Juanmaría ante la descabellada propuesta de González Barredo de alojarle en una casa atendida por ¡una mujer!

 

La primera entrega del folletín de esta fotonovela al mejor estilo opusino recuperado o panjuanmarianismo podría ser ésta:

 

 

(Para los que no sepan del mus aclararé que es un juego de cartas en el que las parejas de mesa se comunican la expectativa de baza mediante precisos y discretos gestos establecidos: levantar las cejas, guiñar los ojos, arrugar la nariz, asomar la lengua… Por otra parte, para los que no conozcan de España en esto, Jordi Pujol fue un humorista catalán, muy metido en política, que tenía más tics que el tenista Rafa Nadal antes de un saque llevando por ropa interior un tanga y por cinta sudadera una corona de espinas. Se comprenderá ahora que la pareja de mus de Pujol anduviese descompuesta, con los nervios rotos, ante tanta seña falsa.

 

Me despido, Alivio, agradeciendo tu risa. La risa, que siempre se contagia, viene muy bien para tratar temas graves aunque absurdos, como es el Opus Dei®).

 

Luxindex.







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