Derecho a la fama. Pregunta sobre don Alvaro.- Ana Azanza
Fecha Monday, 30 April 2012
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


En alguna ocasión hemos tratado el tema del Opus Dei y su participación en el concilio Vaticano II. He hallado una entrevista a un sacerdote numerario recientemente jubilado y me ha llamado la atención este pasaje sobre el “no reconocimiento” por parte de los historiadores que se dedicaron a historiarse a sí mismos parece ser y dejaron de lado a otros. No digo quien es, para darle emoción al asunto, quizás alguien lo reconozca. La entrevista tiene muchísimas perlas leídas a la luz de lo que habéis contado sobre el sacerdocio de los numerarios en el Opus Dei y otras muchas cuestiones de las que nos hemos enterado “por la prensa”...



Quería preguntar a alguien que viviera en Roma cuando el colegio romano estaba en Villa Tevere, si efectivamente Alvaro estuvo tan ajetreado llegando tarde ¿tenía llave? y marchándose pronto. Lo del número 10 de la Presbyterorum Ordinis me lo creo. Habría que añadir que las estructuras jurisdiccionales no son un tema mayor conciliar en el sentido de que la inmensa mayoría de los millones de católicos ignoran de qué se trata y tampoco les concierne.

 

Los derechos naturales de los fieles que no se eliminan sino que son perfeccionados por la sobrenaturaleza, ¡en particular el derecho a la fama! me ha creado dudas sobre si podría o podríamos apoyándonos en esta aportación interesante denunciar en un tribunal eclesiástico al Opus Dei por haber esparcido calumnias sobre nuestras personas, yo las he padecido y bien graves. No sabía que mi derecho a la fama tenía dos vertientes, la natural y la sobrenatural, perfeccionada según santo Tomás. Me voy a dormir hoy mucho más contenta.

 

Ana Azanza

 

P. .Que destacaría, al margen de sus estudios, de esta etapa de su vida en Roma?

R. Eran los años finales del Concilio. Recuerdo que don Álvaro del Portillo tenía que trabajar muy duro, como secretario de la Comisión conciliar para el clero, y secretario general del Opus Dei. En las épocas en que había sesiones del Vaticano II, tres o cuatro meses al año, no sé cuándo dormía. Don Álvaro me admiraba muchísimo. Con frecuencia las sesiones de trabajo de su comisión conciliar terminaban después de medianoche. Sobre esa hora mandaban a la imprenta los textos en latín para que, a la mañana siguiente, los participantes lo tuvieran todo preparado. Regresaba a altas horas a Villa Tevere y a las seis ya se estaba levantando para acompañar al Padre en la oración y celebrar luego la Misa. Después se volvía al Concilio. Regresaba al mediodía y se ponía a trabajar en cosas urgentes de la Obra. A media tarde reanudaba su trabajo para la comisión conciliar.

 

P. .Que sabe del trabajo de Don Álvaro del Portillo en el Concilio?

R. Es un tema que esta todavía por estudiar. La Storia del Concilio Vaticano II, dirigida por Giuseppe Alberigo, que es indiscutiblemente una obra monumental, no ha hecho justicia al trabajo de Del Portillo, porque se ha basado mucho, para la microhistoria conciliar, en los diarios de unos cuantos peritos y padres que con frecuencia solo destacan su propio protagonismo. El influjo de Mons. Del Portillo en el decreto Presbyterorum ordinis es innegable. Allí está su preocupación por la formación humana del sacerdote, una cuestión que le interesó desde primera hora (este había sido, por ejemplo, el tema elegido para su intervención en el congreso teológico, contemporáneo a la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Rio, de 1955, al que finalmente no pudo asistir). También se advierte su huella en la defensa de la libertad de la asociación de los clérigos; en la inseparabilidad entre la consagración del sacerdote y su misión ministerial; y sobre, todo, en el numero 10, donde se hallan las bases teológico-jurídicas, que permitirían desarrollar, años después, nuevas estructuras jurisdiccionales en la Iglesia, una innovación que juzgo trascendental.

 

P. .Destacaría alguna publicación de Don Álvaro?

R. Uno de los libros importantes sobre el Vaticano II, publicado a finales de los 60, fue su monografía Fieles y laicos en la Iglesia; una obra que después ha tenido una segunda edición en la que se añaden nuevas consideraciones. Es un libro que ha nacido redondo, de pie, y que resulta revolucionario en muchos aspectos. Siempre que lo consulto encuentro ideas estimulantes. Quizá lo más destacable de esta obra sea, a mi entender, la defensa de la autonomía de lo natural, distinto, aunque inseparable, de lo sobrenatural. Son los derechos de la naturaleza, que no son destruidos ni caducan por la elevación sobrenatural, sino que son perfeccionados. Esta idea remonta a Santo Tomas, pero fue muy desarrollada por San Josemaría Escrivá en su predicación, de donde bebió Don Álvaro. Por eso, los fieles de la Iglesia no solo tienen deberes, sino también derechos fundamentales (derecho a ser juzgados en justicia, derecho a los sacramentos, derecho a la buena fama, derecho a opinar libremente sobre cuestiones temporales, derecho a asociarse libremente, derecho a que se respete su carisma particular y sus convicciones religiosas, derecho a tener opiniones teológicas propias, etc.). De estas consideraciones brotó otro trabajo de don Álvaro, capital, para la época, titulado Morale e Diritto , en que se argumenta la distinción teórica y fáctica entre moral y derecho, de lo cual se obtienen conclusiones importantes para la vida de los cristianos en sociedad.







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