Julissa ha removido mis recuerdos.- Iván
Fecha Wednesday, 16 June 2004
Tema 070. Costumbres y Praxis


Lo que dice Julissa ha removido mis recuerdos, por lo que esta carta se la dirijo especialmente a ella.

Estimada Julissa:

Dices en tu carta las siguientes frases: "Por favor digan la verdad" [...] "voy a rezar mucho por ustedes para que no sigan haciendo daño" [...] "pero estoy segura que a nadie se le mintio, porque antes de entrar al Opus Dei, te dicen todo" [...] "definitivamente lo que mas se respeta en el Opus Dei es la libertad" [...]

Cuando un ciudadano realiza un contrato con persona física o jurídica, del tipo que sea, ambas partes leen aquello a lo que se comprometen hasta que quedan claros todos los términos de su compromiso y después, si están de acuerdo, firman quedándose cada parte con una copia de lo pactado. ¡Ah!, se me olvidaba, ningún menor de edad puede realizar contratos. A mí, ni a nadie que conozco a quien se le pidió hacerse de la Obra (y he estado dentro casi 35 años como agregado) se nos dio un documento que contuviera aquello a lo que nos íbamos a comprometer.

A mis 15 años, nada más acercarme a la Obra ellos me cerraron la posibilidad de poder oír otras campanadas distintas a las que tañía el Opus Dei (me hicieron cambiar el confesor que tenía en la parroquia por el del centro, me dijeron que como la vocación era una gracia tan importante y nueva nadie la entendía nada más que ellos por lo que no les consultara sobre mi vocación a mis padres ni a persona ajena a la Obra) y todo eso adobado con que el Fundador del Opus Dei (del que ellos decían con la boca abierta que era posiblemente el mayor santo de la historia) afirmaba que no daba un duro por el alma de aquel que tuviera vocación y dejara la Obra, de que quien dejaba la Obra además de perder la felicidad temporal casi seguro que también perdía la eterna, de que prefería que le dijeran de un hijo suyo que se había muerto antes de que había dejado el Opus Dei, etc., lo que aterrorizaba mi alma, recordemos que era el alma de un niño de 15 años; luego me acosaron a todas horas (desde el director al cura pasando por el amigo numerario que me había llevado al centro) para que diera el paso definitivo y me hiciera de la Obra; que saltara al vacío (decían), que después vería claro. Y agotado escribí la carta de admisión. Y todo eso lo hicieron con un niño de 15 años.

Años después me encontré en una convivencia con el numerario que me había llevado al centro, a quien me he referido antes, y riéndose me recordó algo que le conté cuando él me proponía pitar (pedir la admisión a la Obra) y que yo había olvidado. Te la cito porque creo que demuestra muy bien como era mi estado de ánimo en aquellos momentos; me dijo: "Antes de pitar me contabas que te sentías como una bola de billar que está tan tranquila en la mesa de juego y de pronto viene otra bola, choca con ella, y la obliga a dar tres rebotes, luego, cuando parece que va a pararse, llega una segunda bola y la golpea desde otro lado repitiendo el proceso... y así, una y otra vez, sin dejarla en paz, con choques sucesivos es llevada de un lado para otro hasta que la consiguen meter en el agujero".

Julissa afirmas que "antes de entrar al opus dei, te dicen todo".

Por ejemplo, a mí antes de hacerme de la Obra jamás me contaron que debía renunciar al derecho inviolable a la intimidad de la correspondencia. Cuando llevaba unos meses dentro (y ya me habían mentalizado lo suficiente de que la palabra del Padre era Vox Dei y de que lo que llegaba de él había que recibirlo de rodillas), durante mi primera convivencia me entregaron las cartas abiertas y me dijeron que las que escribiera se las tenía que dar al director sin cerrar; pregunto el porqué y "es una norma del Padre" y a obedecer o marcharse, lo que implicaba caer en el terrorismo espiritual antes expuesto de que el Padre dice que no da un duro por el alma de un hijo suyo que con vocación deje la Obra, de que el que deja la Obra además de perder la felicidad temporal casi seguro que pierde la eterna, de que prefería que le dijeran de un hijo suyo que se había muerto antes de que había dejado el Opus Dei, etc.; y eso cuando yo aún no había cumplido los 16 años. Y tragué en ese tema. ¿Cómo iba a dejar la Obra y ser infeliz eternamente a causa de algo tan insignificante como que el director pueda leer que mi madre me dice en una carta que el día anterior hizo unas rosquillas que estaban muy ricas?... y así actuaron con todo lo demás, siempre poco a poco, presentándome paulatinamente cada nueva exigencia (que yo desconocía al pitar), apretando las tuercas sin descanso hasta conseguir hacer de mí alguien a quien se le pudiera pedir lo que fuera... y así, pasito a pasito, permanecí atrapado durante casi 35 años hasta que providencialmente un día lo vi claro y me marché.

Con respecto al derecho inviolable a la intimidad de la correspondencia, no voy a ser yo quien "mienta" diciendo como se vive en la Obra, dejemos que sea la propia Prelatura quien nos lo cuente:

"Los Directores, por su parte, tienen el derecho y el deber de evitar que lleguen a los miembros de la Obra escritos, cartas, etc., que, de algún modo, puedan causar daño a quienes las reciben, vengan de donde vengan. Por esto, entregar una carta abierta, o haberla leído antes, no constituye nunca una prueba de desconfianza: manifiesta sólo el deseo de evitar un perjuicio, una razón ascética o una medida práctica de ayuda en la labor de formación espiritual.
[...]
"Quienes llevan poco tiempo en la Obra agradecen que los miembros del Consejo local se preocupen con cariño -es parte de la tarea de formación- de leer las cartas que reciban: para poder orientarles, y darles el oportuno consejo espiritual o apostólico.

"Estas mismas orientaciones se siguen con las cartas que envían los Numerarios y Agregados, fuera del ámbito de su tarea profesional: excepto las que escriban directamente al Padre, al Consiliario y al Delegado Regional, se entregan al Director abiertas."


Lo anterior es un extracto del capítulo titulado "Correspondencia", de las "Glosas sobre la Obra de San Miguel" en donde la Obra hace un verdadero alarde de justificaciones injustificables para que el fin de violar la intimidad de las personas parezca santificado (en este caso con la correspondencia enviada y recibida).


¿Quién daña a otros saltándose a la torera los principios más elementales de respeto a la juventud, a las personas y a su intimidad? ¿Dónde están nuestras mentiras? ¡Por el amor de Dios, Julissa, recapacita!


Julissa, te comprendo muy bien. Conozco ese estado de ánimo desde el que has escrito tu carta, yo lo he tenido cuando estaba dentro; me traslado años atrás y esa misma carta tuya la podría haber firmado yo. Todo lo que te he escrito arriba no es por resentimiento, afán de revancha, rencor ni nada parecido sino con el afán de ser útil y ayudar. Me ha costado una vida poder ver claro a través de las espesas corazas que colocaron a mi alrededor. No te escribo para convencerte de nada, por eso no te hablo con conceptos abstractos sino con realidades tangibles, para que al observarlas puedas ser tú misma quien saque conclusiones. En la Obra hay cosas buenas, desde luego, pero no es perfecta. Ahí radica todo el problema. Si la Obra fuera perfecta sería Dios (por definición Dios es la ausencia de mal). Esas imperfecciones suyas, que ella no quiere reconocer, son las que mostramos aquí.

Me dices que rezas por nosotros. Gracias. Quiero que sepas que yo también he rezado mucho por ti y posiblemente desde antes de que tú nacieras, desde hace 40 años. Durante mis 35 años en la Obra pedía por la felicidad y perseverancia de sus miembros y desde que me fui por su felicidad. Como ves llevo muchos años rezando por ti.

¡Julissa, qué seas feliz! Dentro o fuera de la Obra, eso no importa. Lo fundamental, lo que te deseo de todo corazón, es que siempre seas muy libre y muy dichosa.

Con cariño, Iván







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