De escribas y fariseos (II).- Benedicto III
Fecha Wednesday, 28 March 2012
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Saludos a todos. Me alegra un montón poder continuar con la charla sobre el Evangelio, porque el Evangelio es la clave de mi vida y de todo cristiano de bien.

 

Ayer decíamos que tuve encuentros y desencuentros sobre trincheras y espionajes en la guerra contra la Iglesia que la secta mantiene a frente abierto, pero siempre con una diplomacia que fluctúa entre lo ridículo y lo cursi. Hoy prefiero continuar la referencia a aquel Evangelio de Cristo, esa perícopa de maldiciones que sirve de termómetro para medir cómo de fría puede llegar a ser nuestra relación con Dios y los hombres.

 

Siguiendo Mt 23, 13- 32, quedaron unas cuantas maldiciones por comentar:

 

4-Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, el aneto y el comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello...



5-Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña e intemperancia. Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura.

 

6-Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.

 

7-Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: 'Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la muerte de los profetas'. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. Colmad también vosotros la medida de vuestros padres.

 

En la maldición número 4 encontramos una simpática expresión de Cristo sobre la Ley y la interpretación. Están pagando el diezmo hasta de la más pequeña de las hiervas que recogen en el campo, pero olvidan los pilares de la Ley: justicia, misericordia y fe. Es curioso observar cómo la secta ha trastocado, transformado y deformado tantísimo el Evangelio que llega a decir incluso lo contrario de lo que Cristo quiso enseñarnos.

 

Empezaremos por el diezmo: De todos sabido que los fariseos se centraban en una interpretación literal de la ley para no tener nada que les pudiese reprochar Dios en el día del juicio. Así, encontramos en el Evangelio un fariseo que llega a dar gracias por todo lo que hace ante Dios y se cree perfecto, más que ese publicano que sin levantar la vista al cielo sólo podía repetir "Señor, ten piedad de mí que soy un pecador". Sin embargo, la ley, como descubre San Pablo, fue un pedagogo hasta la llegada de Cristo. Cristo nos enseñó que la clave de la vida es el amor, y sin amor, dirá San Pablo, nada soy.

 

La secta se centra en cumplir hasta el último milímetro la ley. Tanto es así, que todo termina transformándolo en ley. Pensad, los que fuisteis sometidos a la secta un tiempo, en ese "minuto heroico". En un retiro un sacerdote llegó a decir que, haciendo el servicio, su superior (no entiendo nada de ejército, pero sé que era superior al recluta) remoloneaba a la hora de levantarse cuando sonó el despertador, mientras él (dicho sacerdote) se puso en seguida de pie. Comentaba el sacerdote que se dijo en ese momento "Señor, eres más exigente que la milicia" (sic). No sé exactamente dónde se encuentra eso de que uno tenga que levantarse inmediatamente de la cama cuando suena el despertador y si no, es pecado, pobres enfermos y discapacitados físicos que no se pueden incorporar, diría uno, serán siempre pecadores. La clave es que el fariseísmo les ha llevado a caer en una minuciosidad legalista que termina viendo obligaciones donde no existen. Claro que hay que evitar la pereza, pero también los escrúpulos, la soberbia, la injusticia.

 

Dicho lo cual, nos encontramos con un fenómeno rigorista moral (qué gracia me hace ver la cantidad de libros de moral que leen y lo poco que lee esta gente la Biblia), que se centra exclusivamente en ver qué es pecado para creerse perfectos evitándolo. Así vemos que, como hay que hacer un tiempo de oración con una entrada y salida mecánica, pues allí que estábamos un día en mitad de un campo y tocaba quedarse como estatuas contemplándose las caras durante el rato que tarda esto, porque si no es pecado (con la belleza que nos rodeaba). Es el paradigma de quien piensa que Dios es como un inspector de hacienda que exige el pago de los impuestos para que uno no se lleve después un multazo.

 

En su afán y su mundo, la historia se repite. No sólo se dedican a mirar siempre a Dios de esa manera, sino que obligan a sus cercanos, o lejanos, a compartir esa cosmovisión rígida que sólo lleva al miedo ante quien, en realidad, nos ama. Siempre enseñando las normas de vida como peldaños de una infinita escalera que consideran haber subido cuando en realidad, vestidos de negro, con un sombrero y dos tirabuzones con barba, pasarían sin problema por una sinagoga.

 

La clave se encuentra en la justicia, misericordia y fe. Es decir: ser justos como Dios es justo, que no mira los pecados sino la fe. El pecado es un mal por separarse de Dios y de la Iglesia, pero la justicia es que Cristo se disponga a morir por nosotros. Esa justicia no es la justicia humana que se fundamenta en leyes, sino la divina, que resta mucho de lo que ellos pretenden. La misericordia es la clave desde la que se ha de ver nuestra condición. Es decir, tener un corazón dispuesto al amor, un amor que no se ve en ninguna de sus alocuciones, tristemente, porque se dedican a golpear conciencias sin compasión para forjarlas según el espíritu de su padre. Y, qué gran verdad, la fe. Esa fe que poco o nada tiene que ver con la piedad, o el pietismo, en que los integristas se amparan en una visión maniquea de la sociedad y de sí mismos para autojustificar sus faltas de manera inmisericorde con los que no somos como ellos. La confianza en Dios no está, porque está puesta en sus obras y en una vida alejada del evangelio pero cercana al AT. Es algo evidente que estas tres claves de interpretación no se ven por ningún lado, de modo que Cristo emplea una parábola simpática, como era él, graciosa y al mismo tiempo evidente: "filtráis el mosquito y os tragáis el camello". Su vida de piedad consiste en estar pendientes de cosas insignificantes y poco cristianas, mientras que la medida de su amor es bastante exigua. El amor, como dice San Pablo, es paciente, servicial, no se irrita, no toma en cuenta el mal... Pero ellos son impacientes, su servicio es interesado, su irritación permanente y la cuenta del mal... Termina demostrándose cómo son capaces de estar colando un té, pero pasar por alto si éste está o no envenenado, pueden estar pendientes de la limitación más nimia, mientras que no aprovechan los talentos para negociar con ellos.

 

La maldición quinta iría en la misma línea: el aspecto exterior es el importante. Es evidente su dedicación a ser y parecer perfectos, mientras por dentro se dedican a estar criticando a todo lo eclesial que no les concuerda, a todo lo social que no entienden, a toda persona a la que llegan a ridiculizar cuando su comportamiento les es extraño. Así mismo la falta de intemperancia, de templanza, es, por mucho que lo finjan, una de sus patas más débiles. En una ocasión hablaba con una persona sobre la secta y me dijo, es un comportamiento el que tienen, enfermizo; pasados los años, es simpático ver cómo pierden peso y nervios por cómo se toman cosas insignificantes y van, progresivamente descubriendo su vacío en un esfuerzo fútil que les lleva a languidecer en su vida... Para eso, dirá el padre, planta cuarta, y para adelante. Otro personaje me comentaba entre sorprendido y asustado que las recetas y medicinas en las casas eran como pueden ser los caramelos en un hogar común, todo el mundo tenía sus "viodraminas" para afrontar el difícil viaje a la vida real y los mareos que le producía salir del entorno en que se encontraban. Al acabar la comida, cada robot se disponía a ir al casillero en el que se encontraba la droga que le aportaría un repunte de fuerza, necesaria, para soportar esa extraña atracción a la verdad que desembocaría en una salida del manicomio en que se metieron un día engañados, y del que desearían salir si no fuese porque funcionan a diario los campos de reeducación norcoreanos.

 

Voy más aprisa, que me lío. La parábola de la copa que pone Jesús es una imagen maravillosa, porque trasparenta claramente cómo se empeñan en estar por fuera limpios, con esto enseño también la 6ª maldición, mientras que por dentro se encuentra lo peor. La imagen que quieren dar es de típicos neo-pijos, que viven en sintonía con el mundo chic mientras rezan y viven el Evangelio. La triste realidad es que es una máscara, como la que utilizan otras sectas, para atraer dentro de ese sepulcro blanqueado, que está por dentro lleno de huesos. Hay que lavar la copa por dentro, no por fuera, hay que ser consciente de dónde está el problema. San Francisco no limpió por fuera la copa, era pobre y se duchaba poco, no tenía ropa pija ni casas estupendas, vivía prácticamente del aire pero con constante oración, gran pobreza y vida en Cristo. No es por ser fanfarrón, pero también tiene mucha gracia comparar santos y ver cómo todo santo, especialmente fundadores, lo primero que hicieron fue vivir en pobreza, renunciar al dinero y seguir a Cristo, mientras otros tienen por el dinero su más importante valedor, desde el que se ensalzan a sí mismos y se erigen en reyes medievales (o en templarios modernos, con el mismo afán de riqueza pero utilizando otras armas).

 

Mi tiempo se agota y también, como diría Lewis, mi paciencia cuando escribo estos asuntos que me hacen sentirme tan mal cada vez que los recuerdo. Por ello dejaré aquí las maldiciones para continuarlas en otra ocasión. Gracias por vuestra lectura, paciencia y apoyo. Nos seguiremos viendo, seguiremos comentando, y creceremos juntos en la verdad. Un abrazo a todos y sed felices, aunque no os dejasen otros serlo.

 

Benedicto III

 

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