Salto di Fondi: angulas, vacaciones mallorquinas y secreto de confesión.- Uriel
Fecha Monday, 27 February 2012
Tema 010. Testimonios


Las menciones de Gervasio a Salto di Fondi hicieron que recordara un personaje muy peculiar del Opus en México: Don JLMA, q.d.e.p. Seguramente Gervasio puede dar referencias de él.

Don JL fue el primer o segundo rector del Colegio Romano. Un tiempo oí que fue el primero, pero seguramente luego le dieron la medalla de plata para otorgarle la de oro al santo (?) fundador. Le tocó tener a los alumnos en las barracas del Pensionato, donde dormían en literas de tres pisos y usaban una ducha quien sabe cuántos habitantes. Él mismo decía que ansiaban el verano para dejar esas estrecheces e irse a Salto di Fondi, donde todo era distinto; por ejemplo, ahí tomaban clases de filosofía y teología sentados en un gran agujero excavado en la arena de la playa. A la lista de viandas ofrecidas por Salto di Fondi que Gervasio dio, don JL agregaba las angulas...



 

Este personaje era de los que “sabían” por adelantado la fecha de la muerte del santo marqués de chocolate. Le oí contar su relato personal de cuando casi muere dicho marqués por el patatús que le provocó que le cambiaran la marca de insulina. Que se puso de todos los colores. Que se redujo su tamaño. Que estaba como un niño en posición fetal en el piso. Etc. El detalle personal que agregaba era que mientras pasaba todo eso él repetía por dentro: “esta no es la fecha de la muerte del Padre, en cualquier momento pasa este susto, y se pone de pie”, y cosas así, aunque obviamente nada es textual (¡ja! La formulita que se usaba para luego poder modificar la historia).

Don JL dejó Roma para ir a “comenzar la labor” en Costa Rica, y de ahí luego acabó en México, donde tuvo algún cargo de gobierno importante (creo que vicario de la Delegación de México) y luego se dedicó a “confesar viejas”, como llaman los caritativos directores al ostracismo de los sacerdotes. Las viejas, es decir, las señoras de la labor de San Gabriel, lo adoraban. Doy fe de ello. Mi madre se contaba entre las adoradoras más devotas de Don JL, era forofa de hueso colorado, vamos. Siendo yo niño me llevaba a confesarme con él. Supongo que quería que se pegara algo de su enorme ser (era una persona grande tanto espiritual como físicamente).

De las confesiones con él puedo contarles que aplicaba la técnica, tan comentada hace poco en esta web, del “inicio confuso”. Sentado en la salita de su centro, me sacaba la sopa con preguntas que yo respondía con desarrollos de cortos a medianos. Al final me daba la absolución sin que en ningún momento usáramos el “Ave María purísima” ni nada parecido que ritualizara un momento a partir del cual iniciaba el secreto de la confesión. Yo ya sabía cómo debía ser una confesión, y me mosqueaba que procediera así; no porque pensara que se estuviera preparando sibilinamente para no guardar secreto de lo que yo le dijera, sino porque al final no sabía si me había confesado o no. Tampoco pensaba que él usara esa artimaña para enterarse de chismes de mi casa (mi padre fue supernumerario en su centro y dejó la cosa), sino que sencillamente repetía una costumbre que muy posiblemente aprendió de sanjosémaríaescrivádebalageralbásyblancmarquésdeperalta (en adelante llamado solo sanjosémaría y pidiendo disculpas a quienes consideren que debería tratarlo con la deferencia que él creía merecer). Recordé mi mosqueo confesatorio cuando aquí se habló de las prácticas bordeline de la cosa en torno al secreto de la confesión.

Recuerdo otra cosa que contó don JL, pero no personalmente a mí, sino en una tertulia con adscritos en el centro donde pité. Esta anécdota es digna de que alguien le pida su versión al mismísimo prelado Echeverría, Javi para don Gervasio. Contaba don JL que viajó por España en coche con sanjosémaría y que también iba en el vehículo Javi, quien estaba muy triste y afectado por la reciente muerte de su padre (el biológico). No había forma de hacer que se alegrara el chico, quien para colmo de males estaba avergonzado porque con las curvas del camino se había mareado a tal punto que guacareó el automóvil y a sus tripulantes, incluido sanjosémaría. (“Guacareó” viene del verbo “guacarear”, onomatopeya mexicana que significa “vomitar”). El santo (?) no se enfadó sino que él mismo limpió al joven Javi y colaboró con la limpieza del auto. Pero la parte mejor de la historia, la que no volví a oír nunca más, ni siquiera en mi paso por Cavabianca, lo que aportó don JL, fue que luego de la embarazosa guacareada y andando otra vez el auto, sanjosémaría dijo algo así como “a mí me gusta mear desde lo alto”. Los tripulantes pensaron que habían tenido una alucinación auditiva colectiva e hicieron como que no oyeron nada, pero sanjosémaría volvió a la carga y dijo: “para el coche, que a mí me gusta mear desde las alturas”. Y pues nada, salieron del camino y luego anduvieron un rato a pie por el bosque hasta encontrar unos riscos lo suficientemente elevados, se encaramaron los tres en ellos y desde las alturas dispararon sus rayos úricos hacia el pequeño abismo. Esta peculiar práctica provocó tal carcajada en Javi y los demás que curó tristeza y vergüenza de golpe. (Ahora que lo pienso bien, quizá acabo de dar una clave importante para entender la “vocación” de Javi. Y yo que creía que solo iba a poner recuerdos. —Si no me doy importancia yo solo, ¿quién me la daría, joer?—).

Supe de un episodio extraño de don JL. Asistió a la beatificación de sanjosémaría, pero de regreso a México se perdió. Pasaron semanas sin que se supiera nada de él. Un buen día, de repente, apareció en la delegación. Los directores salieron de sus oficinas a tropel cuando supieron que estaba en la salita de la entrada. Don JL contó que cuando estaba en el avión saliendo de Roma hacia México se sentía muy enfermo, con fiebre y sudores. Incluso dio el detalle de que se había orinado sobre sus ropas estando en la fila de acceso al avión. El avión hizo escala en Madrid, donde se encontraría por unas breves horas con su hermana. Ella lo vio tan mal que lo retuvo por la fuerza y llevó consigo a su casa en la isla de Mallorca. Ahí, siempre según el relato de don José Luis, él pasó las semanas entre sueños ligeros, fiebres, sudores fríos, estados de semiconciencia y cuidados de su familia. Su hermana no lo dejó que se reportara en ningún momento. Cuando estuvo recuperado del todo, tomó el avión a la ciudad de México y del aeropuerto pasó directamente a la delegación a reportarse y explicar su ausencia. Los directores delegacionales ahí presentes (recuerdo a cuatro de que tres ya se salieron de la cosa) lo interrogaron. ¿Por qué no lo hospitalizaron? ¿Por qué no avisó cómo y dónde se encontraba? Hubo respuestas para todo… (Hoy que recuerdo el extraño relato de don JL, no me lo creo. Pero tampoco creo que él tuviera una familia a escondidas, al estilo Marcial Maciel. Aventuro la hipótesis de que don JL, con todas las décadas de “entrega” en la cosa, no se terminó de deshumanizar nunca y experimentó un deseo enorme de visitar a su familia y a su tierra natal. La beatificación fue la ocasión. Ahí experimentó la libertad de no vivir en un centro por unos días. Disfrutó de conversaciones sinceras y del cariño real de los suyos… y se le pasó la mano en su ida de pinta (en sus “novillos”, para que me entienda la galera hispana, en su “rateada” para la argentina, en su escapada de la escuela, para todos los demás. Esto es hipótesis mía, repito.)

Por ahí escribió Gervasio que el súmmum de la gnosis opusina sería conocer la fecha autoprofetizada como momento de la muerte de sanjosémaríaescrivádebalageralbásyblancmarquésdeperalta junto de la explicación de por qué tal profecía acabó en pifia. Del Portillo convidó a don JL de tal revelación. Dios le concedió al santo (?) fundador menos años de vida que los autoprofetizados como premio a su expiación en vida por todos los pecados de la Iglesia y el Papa. ¡Échense el trompo a la uña, amigos y amigas ex-llamados-desde-toda-la-eternidad y ex-célibes!

Ya termino. Creo que mi colaboración quedó un tanto guarrona, pero qué se le va a hacer, así oí los relatos.

Uriel de Aguascalientes

P.D. No me invento nada de lo esencial, solo los diálogos entrecomillados. Los directores deben estar bocas con el Internet y quizá la intención especial ahora sea que se acabe como sea pero pronto. ¿Quién iba a pensar que lo que un cura viejo diría a unos niños del otro lado del mundo en los años ‘80s llegaría a todos los exopus y también a los pocos opus que quedan por ahí? Ahí les va otra, tanto don JL como P. eran electores. Ellos contaban de este lado del mundo que cuando se eligió como presidente a del Portillo, en el conteo de los votos salió uno por Florencio Sánchez Bella. Uno de los primeros votos, de hecho. Sánchez Bella gritó a voz en cuello: “¿Quién fue el gilipollas que votó por mí?” La lectura de los votos prosiguió y todos los demás fueron por del Portillo, o sea, del Portillo fue el gilipollas. ¿Se violó el secreto del congreso electivo? ¿Hubo algún excomulgado por ahí? Vaya con el Internet, que todo lo revela sin necesidad de editoriales, censores, nihil obstat, ni cosas así.







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