Mi apostolado.- solidante
Fecha Wednesday, 22 February 2012
Tema 010. Testimonios


No sé si he contado alguna vez  cómo fui evaluado la primera vez que contacté con el Opus. Un amigo de la infancia, para mi mala fortuna, me llevó al club Alaiz de Pamplona, situado en una colonia de chalés y en un entorno muy del gusto de la institución. Quien me evaluó era un numerario que tenía entonces escasos 26 años y ahora es párroco de una feligresía en Valencia. Tal personaje, a mis escasos diéciseis años, me hizo unas preguntas estratégicas e indiciarias para ver de qué pie cojeaba, especialmente sobre dos temas preocupaban a mi evaluador, mi opinión o cercanía al nacionalismo vasco, no por incipiente ya inductor de dolores de cabeza -no se había descubierto la posibilidad de un numerario de Amaiur como Rafael Larreina- y mi visión sobre el papel que podía jugar el clero en política. Yo, con la fuerza de mis diéciseis años suspendí la evaluación pues consideré como lo más positivo que había hecho el Opus en Navarra el poner nombres vascos a sus colegios mayores y el considerar que el cura, como cura no, pero como persona podía actuar libremente en política, lo que entonces significaba ser antifranquista...  



Suspendido mi examen preliminar para verme como labor, el tal dejó de hablarme para ver si desistía de mi empeño en aparecer por el Alaiz, y no lo consiguió desgraciadamente. Por el contrario, inicié mi apostolado, de forma inconsciente, llevando a seis amigos seis al club, a una actividad de un sábado donde se nos ofrecía la perspectiva de una meditación y una salve. A pesar de ello, allí me presenté con mi pandilla y cual sería mi estupor cuando un numerario va e insulta a uno de mis amigos cuyo padre era un catedrático de instituto con gran nombradía entre la mocina de bachillerato de la ciudad. Dignamente, mi amigo se marchó y los demás con él. Pero tonto de mí, yo volví por el Alaiz, porque unos cuantos numerarios se volcaron en llamarme y presentarme toda clase de excusas, manifestando su deseo de decirme que el ofendido había recibido disculpas en el acto, cosa que no recuerdo. Ayyyy, ¿por qué no dejé yo aquella horrible casa?...

Yo volví, esta vez solo, para gozar de unos sábados que traían el atractivo divertimento de escuchar en tv, la única existente, al padre Urteaga, y la mediatación y la salve. Vaya plan. Por supuesto, yo ya estaba armado del "Valor divino de lo humano". Recuerdo cómo me impresionó la dedicatoria del libro a Escrivá, donde se decía que él debería reconocer todo lo escrito y que si había algo que no reconociera, "eso" era lo que él había puesto. Era una extraña humillación, pero así me desayuné pronto de un inmediato indoctrinamiento, el del culto de hiperdulía al Padre, que con el tiempo me horrorizaría. Pero volveré a lo mío, pues pronto llevé al sábado, que esta vez también incluía una película -era en el Colegio Aralar-, a un buen amigo, hijo de una familia amiga de mis padres. Éste, siguiendo la costumbre popular, llamaba a los curas "padre", a lo que estos le contestaban diciéndole que por qué les llamaba padre, si no eran sus padres. Actitud del clero opusino verdaderamente hortera, consistente en trasladar y juzgar al resto del mundo en claves internas y por lo visto muy seculares. En fin, comprendí pronto que el único "Padre" era el narcisista mayor conocido en la historia patria y que ninguno ya podría ser padre. Del mismo modo que nadie podría ser monseñor más que uno solo, etc. Mi amigo, desconcertado injustamente, echó pestes, por la gracia de lo alto, de todo lo que oliera a Opus, que le había avergonzado estúpidamente.

Tuve otra alma situada en el punto de mira, pobrecillo, con problemas personales muy característicos de la primera juventud, al que yo alentaba y defendía, y al que simultáneamente un numerario argentino denigraba en pequeños círculos continuamente, mediante aquella anticristiana costumbre de descalificar a la gente, decir éste vale, éste no vale, y decir chistecillos estúpidos como aquel: "una cosa es tener complejo de inferioridad y otra ser inferior", acorde con la miserable antropología que se gastaba en la secta. Finalmente, recuerdo un compañero de clase en la facultad, vivía en una pensión en un primer piso que daba en sus ventanas sobre el patio de la administración del colegio. Lo llevé al cine y allá un numerario hondureño le espetó directamente, cuando se enteró que vivía en la pensión de marras, si era uno de los que tiraba piedras a los cristales del colegio. Mi amigo corrido e inocente fue inoculado para siempre contra la pérfida apostólica organización. Así se agotaba mi espíritu proselitista ya mermado cuando el Padre, ante los disturbios universitarios, muy parvos en Pamplona, dijo aquello: "en la universidad de Navarra no habrá huelgas porque si se producen voy yo a acabar con ellas". Toda una declaración avant la lettre como aquella de "la calle es mía".

Buenos, amigos, hasta muy pronto, saludos a tod@s

Solidante

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