Tres epifanías.- solidante
Fecha Monday, 20 February 2012
Tema 010. Testimonios


No puedo resistirme, al hilo de lo leido en otras contribuciones, desgranar algunos recuerdos de mi inútil paso por esta secta que se llama Opus Dei. Por cierto, este nombre ya es todo un manifiesto de soberbia que, además, roza la blasfémico. Pero dejemos eso aparte, y vayamos a la microhistoria, aparcando al ideología, al menos, de momento. Aunque sin esperanza, pues, de su publicación lo mando para que alguno lo lea, le sirva de escaso solaz, y si es preciso, engrose un volumen histórico de pequeños retazos vitales que puedan mostrar el disparate de semejante sociedad religiosa. Era yo un adscrito, un aspirante, bueno, no sé exactamente lo qué era; ahora me entero que mi atribución jurídica debía ser lo que he dicho, pues yo no hice ni la admisión, ni la fidelidad ni ninguna gaita de esas (téngase en cuenta que en aquellos tiempos a los afilidos se les llamaba ORNIs; o sea, objeto religioso no identificado).

Era un pobrecillo numerario, recién pitado, abrumado ya por lo que veía venir encima mía. Bien, ahora deseo relatar mis impresiones sobre "el Padre"; o sea, el primero de ellos, el fundador. Lo vi en vida, que recuerde nítidamente tres veces. He de decir que mi impresión que no se ha borrado nunca, a pesar de que han pasado cuarenta años, es la de que se trataba de un hombre sumamente zafio, sin elegancia y toscas maneras. Un hombre claramente indiscreto, atrabiliario y sin cortesía. Si Emilio Romero lo calificó excelentemente como párroco de pueblo, cosa que si el sujeto hubiera sido normal le hubiese halagado, para mí además de eso, era un hombre sin la más mínima elegancia, de maneras ni espiritual. Lo vi la primera vez, de pitable, en la tertulia del año 67 en Pamplona, cuando entró en el escenario del teatro Gayarre, como elefante en cacharrería, esperando la impresión y aplauso de sus hijos, y dijo: "aquí estoy hijos míos para celebrar con vosotros una tertulia". Contestó a las preguntas ya arregladas de una numeraria de servicio, de un padre de familia numerosa, de un extranjero, de un estudiante, de una carbonera, etc.. a todo contestaba con su habitual y epidérmico espiritualismo, entre el aplauso y arrobamiento de los de casa, de la lista de San José, y demás comparsas.

La segunda vez, fue una tertulia en el Aralar, cuando curiosamente yo ya había salido "de casa" para mi liberación, pero como no había acabado mal, todavía acudía de vez en cuando por los centros. Al comenzar la tertulia, el director, no sé quién era, un cura, le dijo algo al oido al futuro santo, que todos entendimos como que todos éramos de casa y podía hablar a sus anchas. Me sentí como lanzable en cualquier momento pero nada pasó. El Padre se dirigió a Carlos [...], numerario, magnífica persona por lo demás, estudiante de derecho canónico e hijo del famoso doctor del mismo apellido. El Padre le dice: acabo de estar con tu padre, es muy bueno, pero no se lo digais, porque le harías daño. Extraña manifestación del canonizable que yo no entendí porque sabía que mañana mil voces habrían de decir que el Padre ha dicho que el Doctor [...] es bueno. Son esas cosas que se dicen que no se digan para asegurar así su difusión. Luego habló de la amistad, diciendo que era un bien en sí misma, cosa que me sumergió en la perplejidad, pues sabía que la amistad y su falsedad era una mera instrumentalización para hacer adeptos, sin ningún valor en el orden humano en aquella obra. Por lo contrario había visto como se arrojaba a las tinieblas exteriores a los desafectos y renegados, a veces éstos en terribles situaciones de necesidad.

La última vez que lo vi, en alguna de aquellas visitas a Pamplona, que no sé cuándo pero que creo coincidió con la inauguración de la facultad de teología en la universidad. Salía del colegio Aralar y dijo: en la facultad de teología habrá total libertad de investigación siempre dentro de la ortodoxia. Mi impresión vino de la actitud de un sacerdote, vestido completamente con su sotana, al estilo de como gustaba en la obra, que al paso del Padre lo observó con una devoción como no he vuelto a ver nunca más, y con la seguridad que incluso ante el santísimo o ante cualquier manifestación más elevada, un hombre no formaría un cuadro más acabado de adoración que el yo vi encarnado en aquel cura.

En fin, de momento vale.

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