Me parecen muy brillantes los recientes artículos de Gervasio (3.02.2012 y 10.02.2012) sobre la fundación del Opus Dei. Quisiera consultarle una duda acerca de una afirmación suya sobre la participación, finalmente frustrada, de los primeros numerarios del Opus Dei en la División Azul a comienzos de los años 40 del siglo XX. Gervasio (10.02.2012) escribe refiriéndose al obispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay: Signo de la implicación de don Leopoldo en el Opus Dei es que, acabada la guerra civil española, dispone que todos los socios varones se enrolen en la División Azul, así llamada por el color azul de las camisas falangistas, destinada a luchar en la guerra mundial en el frente oriental, contra la comunista Unión Soviética. Había muchas menos plazas que voluntarios, por lo que los aspirantes se disputaban el honor de formar parte de esa división de voluntarios. Escrivá logró finalmente dejar sin efecto el descabellado propósito de don Leopoldo. Es significativo que todos obedezcan a don Leopoldo, sin rechistar, en una decisión que supone nada menos fijar durante tiempo indefinido el destino y actividad de los socios de la naciente pía unión...
Ahora bien, en el libro de Isabel de Armas, Josemaría Escrivá y Pedro Arrupe: cara y cruz ¿de una misma Iglesia?, Iepala, Madrid 2008, p. 123, leemos una versión algo diferente: Una prueba de esta afinidad [del Opus Dei] con el franquismo es la decisión que Juan Jiménez Vargas tomó en consonancia con las circunstancias socio-políticas de los años cuarenta. Jiménez Vargas, que entonces hacía cabeza, después de Escrivá, entre los numerarios de la Obra, constató que muchos jóvenes madrileños se presentaban voluntarios para alistarse a la División Azul y concluyó que, si los seguidores de Escrivá no obraban también así, se comportarían cobardemente desmarcándose de lo políticamente correcto en aquel entonces; por ello, decidió que todos los numerarios se presentaran voluntarios a la División Azul. Así lo hicieron, pero al final ninguno de ellos salió elegido en el sorteo correspondiente, y no prestaron servicio alguno en tierras rusas.
Además, también yo recuerdo, aunque vagamente, haber oído al mismo Juan Jiménez Vargas que él se hacía el responsable de esa decisión. La única vez que escuché de sus labios esa anécdota de la División Azul no mencionó al obispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay, como fuente inspiradora de la decisión: fue Jiménez Vargas quien se responsabilizó de ello, según la versión que de él mismo oí.
Por eso, quisiera preguntar a Gervasio cómo se podría aclarar este punto. Planteo la cuestión no porque desconfíe de la veracidad de Gervasio; al contrario, no dudo en absoluto de que sea una fuente fidedigna. El problema radica, en el caso de Escrivá, en que las fuentes oficiales han filtrado los acontecimientos de su vida a través del tamiz de una “hagiografía” que, junto a muchos datos históricos irrefutables, omite gran parte de la verdad y desdibuja, maquilla, infla o mitifica otra gran parte de la verdad, de modo que con tanta distorsión las biografías hagiográficas hasta ahora publicadas sobre san Josemaría (1902-1975) no son fiables. Me atrevería a decir que incluso Juan Jiménez Vargas (1923-1997), en calidad de numerario “fiel”, se acomodó a este modo de “historiar” la vida del santo fundador y, puesto que coprotagonizó muchos acontecimientos fundacionales, su testimonio parece auténtico (¿pero realmente lo es del todo?). Por eso, resulta problemático hilar fino a la hora de concretar cuanto realmente acaeció en la vida de Josemaría Escrivá (o Escriba: incluso el apellido es problemático) y en aquellos tiempos fundacionales del Opus. En el libro más arriba citado, Isabel de Armas afirma no sin razón que aún está por escribirse una auténtica biografía, histórica, psicológica y científica, de este complejo personaje.
Josef Knecht
