Contrato perverso con el Opus Dei.- E.B.E.
Fecha Friday, 10 February 2012
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Contrato perverso con el Opus Dei – E.B.E.

El Opus Dei establece con cada uno de sus miembros, especialmente con aquellos a los que les pide una entrega total mediante el celibato, un contrato perverso que tiene como condiciones el sometimiento a una obediencia completa y una renuncia a todas las posibilidades de desarrollo personal que se desvíen del camino de subordinación más completo a “la voluntad del Padre-prelado”. No es difícil, sin embargo, encontrar muchos casos de miembros supernumerarios que han pasado por esta misma experiencia sin necesidad de vivir el celibato, aunque el vínculo de obediencia y renuncia se da principalmente en los miembros célibes.

Lo perverso en sí mismo sucede, particularmente, cuando el Opus Dei decide prescindir de una persona que ha dedicado su vida entera (generalmente sus mejores años de juventud) al Opus Dei, es decir, dedicada a obedecer y a renunciar a todo lo que el “Padre-prelado” prescribiera...



Lo perverso del contrato, además de su contenido específico que veremos luego, es el modo en que el Opus Dei lo viola sistemáticamente. No sólo es perverso, sino que además el Opus Dei no se atiene a la letra del contrato. Y lo más difícil es demostrarlo, porque ello sucede bajo circunstancias no fáciles de reproducir. Lo que abundan son testigos, víctimas del engaño. Hay casos flagrantes, pero en su mayoría el Opus Dei se deshace de sus miembros provocando una suerte de “voluntaria dimisión” (la víctima no es consciente de ello sino hasta más tarde) e incluso obteniendo cartas de dispensa elogiosas, aprovechándose de la vulnerabilidad del “candidato a dimitir”, envuelto en medio de un estado de crisis y confusión.

Alarma saber que la mayoría de los miembros del Opus Dei abandona la institución, pero ello también es difícil de demostrar porque no hay estadísticas oficiales, sólo hay estadísticas “empíricas” obtenidas a partir del conocimiento de los mismos ex miembros, quienes saben por directa experiencia que la mayoría de sus conocidos ha abandonado la institución y por lo tanto resulta muy difícil revertir esa tendencia elaborando algún otro tipo de estadísticas.

No importa cuán leal sea uno al contrato perverso: el Opus Dei siempre abandona a una gran mayoría de sus miembros. Por eso el contrato no comporta obligaciones hacia la prelatura proporcionales a la entrega de sus miembros. Es en un solo sentido la relación: deberes para los miembros y derechos para la institución. Obligación de obedecer y derecho a prescindir, respectivamente. Es lo que se dice, esclavitud, “in servum sempiternum” como dice la declaración de la Fidelidad.

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A medida que uno avanza en la vida, va acumulando: experiencia, sabiduría, conocimientos, prácticas, hábitos, incluso bienes materiales como patrimonios y dineros. Eso se llama crecer, en sentido amplio. La vida es una larga preparación que se luce de a breves momentos, que luego se transforman en recuerdos inolvidables. Pero esos momentos implican procesos de prolongada gestación: años de estudio, años de prácticas, años de observación, años de ahorros, de inversiones, etc.

En el Opus Dei esa acumulación no existe (salvo para el Opus Dei mismo). Me animaría a decir, ni siquiera a nivel de la santidad personal (salvo por iniciativa propia, yendo contra la corriente que provoca el Opus Dei). Y esto es parte del contrato perverso. Es un desgastarse permanente en beneficio del Opus Dei. Un desgaste real, no ficticio.

Así como nadie tiene una “cuenta corriente” donde acumula su salario o sus dineros obtenidos a lo largo de la vida, lo mismo sucede en otros ámbitos (en realidad virtualmente la cuenta “existe”, pero siempre está en “cero”, según el criterio del Opus Dei: no importa el pasado, sólo y siempre los presentes y los futuros ingresos). Porque la vida en el Opus Dei consiste en “repetición de actos”, considerando dicho ejercicio como sinónimo de virtud, lo cual es falaz. La repetición mecánica solo tiene un beneficiario que es la propia maquinaria: el Opus Dei. De ahí el vacío al salir a la calle, al abandonar el convento.

Parafraseando a Marx, no existe proceso de acumulación alguna, ni “primitiva” ni de nada. La vida en el Opus Dei es un desgastarse continuo (nunca mejor dicho, en boca de Escrivá) para beneficio exclusivo del Opus Dei. Desgastarse, exprimirse como un limón. Ese era el panorama sombrío que presentaba Escrivá como algo maravilloso.

Renuncia

Esa renuncia, de la que hablaba al principio, es una suerte de “amputación” personal en el propio desarrollo en todas sus direcciones, salvo en aquellas que se dirijan a fortalecer el lazo de obediencia y contribuyan al desarrollo del Opus Dei. Por un salario básico, se renuncia a crecer, tanto profesional como laboralmente (unos más y otros menos, según sea el caso, pero todos renuncian). Ese salario básico es casa, comida y promesas de felicidad. Gran parte de la felicidad lo forma la ilusión que cada uno pone de sí mismo, o sea que gran parte de la felicidad la aportan los mismos miembros.

La fuente de ingresos siempre está en cero, porque constantemente se está entregando lo que se obtiene del trabajo y porque constantemente se está renunciando a nuevos caminos de crecimiento que no estén orientados hacia los objetivos del Opus Dei, asumidos como propios por el lazo de obediencia. Lo que sería un crecimiento natural, el Opus Dei lo poda a su gusto y necesidad, por eso es gravemente responsable del destino y desarrollo ulterior de sus miembros sometidos a dicho contrato de renuncia y obediencia.

Pero ahí está lo perverso: el Opus Dei se desliga de toda responsabilidad y se deshace de los cuerpos completamente, no ya podándoles simplemente sus ramas. Cuando no queda qué podar, corta el tronco. Tal vez esto sea lo más importante de demostrar, con testimonios bien detallados y sólidos, aunque no haya más testigos que la víctima. De esta manera, los variados casos podrán señalar la existencia de un comportamiento sistemático. Es importante contar con testimonios detallados, sin perder el carácter anónimo por obvias razones.

Obediencia

La obediencia es una entrega tan completa como la del cuerpo mediante la castidad, y tal vez mucho más aún, porque mientras por el cuerpo se renuncia principalmente al placer y a la formación de la propia familia, mediante la obediencia se renuncia a todo, no sólo a una parte importante de la vida personal. Se renuncia al propio yo, hasta hacerse “un holocausto” donde ese yo desaparezca, viviendo para el Opus Dei y poniéndose en manos de sus superiores sin restricciones. Por eso el poder de los superiores del Opus Dei es tan grande: de ellos depende el destino de miles de personas dedicadas ciegamente a obedecerles.

Quien se dona de esa manera, con esa entrega y con esa renuncia a todo otro desarrollo, está poniendo su vida en manos de quien recibe ese voto “fáctico” de obediencia. Hay una responsabilidad mutua, de un lado la de renunciar a todo lo demás y obedecer, y por otro lado la de hacerse cargo de la persona que se pone en manos de otro, porque ella misma en definitiva ha renuncia al cuidado de sí (lo cual sólo se puede justificar muy difícilmente y de manera excepcional: normalmente es algo perverso). Ese es el nivel de entrega y renuncia –de perversa vulnerabilidad- que exigía Escrivá en nombre de Dios (curioso dato: el Opus Dei toma el nombre de Dios en vano sin problemas para lo que necesite, y al mismo tiempo, el actual prelado “de facto” “exige” que su nombre no sea mencionado en OL, ni siquiera por sus iniciales, lo cual habla del grado de locura de los niveles jerárquicos actuales, rozando la megalomanía o la insensatez).

Desde luego, toda esa renuncia y obediencia no tienen nada que ver con la vida secular y de los laicos. Tampoco con la vida religiosa, porque aquí hay un elemento perverso que lo contamina todo.

Abandono de la responsabilidad

Los superiores del Opus Dei cometen verdaderos actos inmorales al deshacerse de personas que se han vinculado a la prelatura –en tal estado de vulnerabilidad, hasta renunciar al cuidado de sí mismas- mediante una renuncia absoluta (sin incluso peculio alguno: como exigía Escrivá) y una obediencia en una sola y única dirección: “hacer la voluntad del Padre-Prelado”, como si se tratara “de la misma Voluntad de Dios”.

Se deshacen de personas que están desprotegidas, aprovechándose de esa condición de inferioridad, porque “el contrato de renuncia y obediencia” les exigían exponerse a una vulnerabilidad extraordinaria, cediendo el cuidado de sí mismas y confiándolo exclusivamente a los superiores del Opus Dei. Por eso el fraude es tan grave y tan flagrante, que se repite cada vez que el Opus Dei se deshace de uno de sus miembros. Lo que hace falta es demostrar esa conducta sistemática y así el Opus Dei no podrá más alegar inocencia alguna. Es lo más difícil, pero tal vez lo más importante.

La obediencia no genera ningún vínculo, ningún deber, de parte del Opus Dei, quien exige una entrega incondicional a cambio de –en última instancia- nada. La entrega incondicional de sus miembros no le genera al Opus Dei ninguna obligación: esto es lo escandalosamente sorprendente.

Consecuencias

Al irse del Opus Dei, la gran dificultad traumática está en retomar una vida a la cual se ha renunciado, retomar un crecimiento en el punto donde se ha dejado y trascender el vacío causado por “una obediencia sin sentido” vivida durante años y años, que no sirvió para prepáranos para la siguiente etapa sino todo lo contrario, provocó una anulación y discapacidad, un raquitismo.

La obediencia nunca fue un camino hacia una continuidad y crecimiento, sino un estado constante de sometimiento y embrutecimiento personal, paralizando en el tiempo todo otro desarrollo. No tuvo siquiera ningún objetivo de “purificación interior”: fue una herramienta ascética para beneficio del Opus Dei. Y la renuncia fue la contracara: caminos y oportunidades (muchos o pocos) que se abrían a nuestro paso, eran abandonados o desperdiciados en razón de la obediencia.

Esto ya hubiera sido perverso por sí mismo (renunciar al cuidado de sí mismos), pero no habría tenido sentido sin una función específica. El sentido pleno se lo da la violación de ese contrato: las personas son usadas como combustible. Quemarse por quemarse, no tendría mucho significado. Ahora sí. La perversión cierra su círculo, su recorrido. Tal vez esta sea la esencia de la perversión del Opus Dei: el ciclo renuncia, obediencia, descarte. Es la esencia del contrato perverso.

El abandono del Opus Dei causa un vacío tremebundo: por las renuncias a tantas oportunidades de crecimiento y por la obediencia embrutecedora. Y para coronar el asunto, el abandono por parte de la institución, que viene a corroborar que la obediencia nunca fue virtud ni colaboró en ningún crecimiento personal, y que lejos de mejorarnos, las renuncias nos atrofiaron el desarrollo en tantos sentidos.

Se toma conciencia patente de que la obediencia vivida por años no sirvió para nada (fue un ejercicio vacío de sentido –repetición de actos-, al margen de las formas en que uno quiera redimir ese pasado) y menos aún para el presente, como preparación para la nueva vida. Ni sirvió para la vida dentro del Opus Dei -crecimiento espiritual- ni fuera del Opus Dei -preparación para salir al mundo-. Siempre giró en beneficio de otro, es decir, de los superiores centrales del Opus Dei. Fue solamente un vaciamiento interior, un holocausto del yo, un exprimirse como limón: el sombrío panorama del Opus Dei, que se descubre luego de años y en soledad.

Lo mismo se aplica a la renuncia vivida por años: no sirvió para nada tampoco, al contrario, fue la ruina, la causa de tantos perjuicios. No sólo no nos preparó para la vida sino que nos dejó en gran desventaja respecto de “nuestros iguales” laicos (salvo excepciones, que siempre las hay). El único modo de escapar a este destino –dentro del Opus Dei- es mediante alguna “alianza estratégica” (cómplice, en verdad) con el Opus Dei, logrando algún tipo de pacto para “crecer juntos” a través de las estructuras creadas en las obras corporativas, por ejemplo.

La pobreza ordenada por Escrivá no nos enriqueció en ningún sentido espiritual ni místico “paradójico” al estilo de San Juan de la Cruz. No, la mística de Escrivá es bien materialista y con un sentido claro, sin ambigüedades.

En todo caso, lo que puede haber servido para la propia vida espiritual y personal ha provenido casi siempre de la iniciativa de cada uno –del propio deseo de identificarse con los ideales cristianos- y no de lo ordenado por el Opus Dei. El Opus Dei ordenaba la propia destrucción, sin pensar en el crecimiento de nadie más que del propio Opus Dei.

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Al abandonar el Opus Dei se toma conciencia del punto de partida al que se vuelve. No será un punto de partida literal –los años pasan-, pero puede ser bastante parecido a ello (al menos afectivamente) según sean las situaciones de cada uno, especialmente de quienes ingresaron a los 14 años.

Esa obediencia, con el paso de los años, no sólo no tiene retribución sino que además ha generado una discapacidad importante en varios sentidos (afectiva, profesional, económica, religiosa, etc.), una falta de crecimiento personal en razón de la renuncia (a su vez exigida por la obediencia). Al menos desde el punto de vista espiritual, los superiores del Opus Dei son verdaderos criminales, que provocan gravísimos daños de largo plazo al explotar a las personas para su propio beneficio. No fue un error: fue algo sistemático y planificado, por eso es criminal. Y cuánto más arriba en la jerarquía, más responsables.

La vida más allá de la obediencia y de la renuncia: ¿cómo recomenzar, como retomar el desarrollo abandonado años atrás? Porque el voto “fáctico” de obediencia implicaba un atrofio personal en razón de “un bien superior”, dedicando todas esas energías dispersas en tantas otras direcciones hacia un solo objetivo: obedecer a los superiores y poner la propia vida en sus manos, razón por la cual –por ejemplo- uno se iba a vivir donde le dijeran, sin cuestiona, sin solicitar excepciones ni opinar al respecto.

Con el tiempo, el camino se retoma, el crecimiento se va recuperando, pero las marcas quedan, las oportunidades de crecimiento perdidas y “las podas” irresponsables dejan su testimonio en las vidas de tantos que han sido víctimas del contrato perverso que el Opus Dei establece con cada uno de sus miembros a los que les exige la más completa entrega y renuncia, a cambio de nada, de una ilusión, de un engaño, de un salario de miseria.

== FIN ==







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