El Águila divina. (Cap.3 de 'Erase una vez').- Félix
Fecha Sunday, 13 June 2004
Tema 100. Aspectos sociológicos


El Águila divina

Cap.3 de 'Erase una vez'
Enviado por Félix el 13-6-04


Amanece el día con gran fiesta. De todas partes se escucha la voz embargada de dicha de los hombres que exclaman:

-¡Mirad hacia el Este!, el Águila de los dioses nos visita de nuevo.

En efecto, el sol recién despuntado es eclipsado por la silueta del gran Ave del Cielo. Es llamada así desde tiempo inmemorial. Su tránsito es señal de buen augurio pues con la primera de sus visitas, hace milenios, se vieron abiertos los caminos de los dioses en la tierra...

Nadie olvida que con su inaugural aparición nació para los hombres el fuego. Desde entonces el pueblo pudo cocinar sus alimentos, forjar los metales, protegerse de los enemigos, calentarse... Sí, todos recuerdan que el primer surcar de ese Ave por los cielos llevó aparejada la civilización debida a la luz y al calor del fuego.

Verdaderamente es un ser imponente: reluce bajo los rayos del sol como un diamante negro, inmenso, grande como una casa, visible en todo momento; los movimientos recios de sus alas baten el aire, como sin esfuerzo; cuando su presencia se interpone con el sol lo eclipsa durante un tiempo que parece inacabable...

Va hacia el oeste, hacia las grandes montañas inexploradas, y nunca interrumpe su vuelo. Invariablemente viaja del levante al ocaso y a los pocos días se le vuelve a ver recorriendo el camino inverso, siempre hacia el desconocido destino que los dioses le tienen inscrito.

Y cuando aparece el Ave del Cielo es gran jornada de agradecimiento y gozo. En cada ocasión que su figura surge, de tanto en tanto, sin fecha fija, en los hombres todo son alabanzas al Cielo. Los trabajos quedan suspendidos, los segadores abandonas sus hoces para entonar salmos, las amas de casa detienen sus tareas vulgares; todos se arrodillan, las campanas de las iglesias tocan a arrebato para que ningún remolón se pierda la gloria de ese espectáculo... Y los animales también se anonadan ante la majestuosidad del Águila; hasta las ramplonas aves de corral, de mirada corta y vuelo rastrero, se encaraman al poyete más alto para admirar ese divino batir de alas por el que ellas se mueren de celo.

Y el Águila pasa, hacia su destino, imperturbable a la adoración de que es objeto. Cuando ya lejos de las miradas de los humanos su majestad corona las cumbres de los montes, al final de su trayecto, también el éxtasis de su presencia adormece a todo ser vivo. Allí hay dicha para todos... Bueno, para todos no. Alguien está encadenado en el pico de la montaña, a una roca, desde hace milenios, que es visitado de tanto en tanto por ese Ave, y en esas visitas ambos tienen su destino eterno. Él es un pecador, un terrible pecador que se llama Prometeo, quien un día sintió lástima de los hombres y por ellos y para ellos robó fuego del Cielo. Allí está Prometeo, encadenado por los dioses por su pecado de exceso de amor a los mortales, esperando que el Ave le arranque las entrañas. Sí, Prometeo, de nuevo, vela angustiado el momento en el que el Águila caiga sobre su hígado para devorarlo, igual que lleva haciendo durante milenios... Y los hombres... y los hombres no sabemos quien es Prometeo.

<-- anterior     siguiente -->







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=1920