Peter Hertel habla sobre Juan Pablo II y el Opus Dei.- Ana Azanza
Fecha Friday, 23 December 2011
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Estimados amigos,

 

Anonymous, no te creas que porque no comentamos no interesa lo que estáis tratando sobre la resolución del Tribunal Supremo. No he estudiado leyes y me veo muy limitada para entender los intríngulis de la cuestión, no puedo opinar mucho al respecto. Así que por favor todo lo que puedas añadir al respecto sobre la cuestión tiene lectores asiduos.

 

A propósito del tema Juan Pablo II y Opus Dei he encontrado otro artículo altamente interesante escrito por Peter Hertel, conocido especialista alemán en el tema. Fue publicado a principios de abril de 2005 y señalaba a Ratzinger como uno de los prelados no Opus Dei pero próximos, cosa entendible, pues ya entonces Ratzinger ostentaba el doctorado Honoris Causa en Navarra, además de que el actual Vicario General del Opus Dei era uno de sus colaboradores.

 

Aporta expresiones muy rotundas sobre las finalidades del Opus Dei en la iglesia. Pocas veces he visto tan claramente expresado el objetivo del Opus que no tiene básicamente nada que ver con lo proclamado oficialmente. Por si añade a la conversación. A mí si me ha añadido.

 

Este es el artículo original

 

Me llama la atención que no sea fácil encontrar traducciones de sus obras en español.

 

Ana Azanza

 

7 de abril de 2005

 

Bajo la égida del papa Juan Pablo II la católica sociedad secreta Opus Dei alcanzó en la iglesia una posición clave. ¿Designan los seguidores de la organización reaccionaria entre los cardenales el sucesor de Wojtyla en la sede de Pedro?

 

Pocos días antes de ser elegido papa Karol Wojtyla se dirigió a la casa central del Opus Dei (Obra de Dios) en Roma para rezar ante la tumba del “Padre” y fundador del Opus Dei Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Era un huésped bien recibido desde su primera visita en 1970. Entonces todavía vivía el sacerdote español. Escrivá murió a la edad de 73 años en 1975. En 2002 sería elevado a los altares por su “fan” Juan Pablo II y presentado al pueblo cristiano como un “luminoso ejemplo”...   



Bajo la protección papal la ultraconservadora institución ha llegado a ser el más poderoso y rico agente global en la iglesia católica con filiales en 56 países y alrededor de 86.000 seguidores de los cuales 30.000 en España.

 

Este ejército (como el Opus Dei se llama a sí mismo) es una de las organizaciones católicas más controvertidas. Muchos como Karol Wojtyla la ven como un movimiento querido por Dios para la salvación de la iglesia católica. Por el contrario buenos creyentes dicen que es perjudicial por un escandaloso registro de pecados: secreteo, rígidas normas de vida en el interior, dudosos métodos de propaganda, cercanía al fascismo, amistad de Escrivá con el dictador Francisco Franco, métodos comerciales fraudulentos de los miembros de la “Obra de Dios”, en cuyo país de nacimiento fue llamada “Santa mafia.”

 

Por ejemplo José maría Ruiz Mateos. Al principio de los años 80 dirigía la mayor compañía privada globalizada española, un conglomerado de 700 empresas, 20 bancos. Ruiz Mateos empleaba 60.000 trabajadores. Pertenecían al imperio empresas con hombres de paja, el Opus Dei, según explicó el propio Ruiz Mateos, se benefició sustanciosamente de sus dudosas transacciones.

 

El Opus Dei ha negado toda participación en empresas financieras; la Obra sólo tiene fines religiosos, no sociales. Sin embargo sus miembros se lanzan en campaña en la sociedad contra el “ateísmo”, la “expulsión de la fe en la vida pública” y la “sensualidad desatada, incluso atontamiento”. En una orden despótica a los cuadros directivos se afirma: “Tenemos la gran ambición de santificar y cristianizar las instituciones sociales.”

 

San Josemaría no era melindroso respecto de los medios escogidos para la santificación. El nivel de la santidad no sólo debe ser alcanzado por medio de la comunidad habitual, también por la “santa coacción”, la “santa intransigencia” y la “santa desvergüenza”.

 

La santa coacción recuerda a la inquisición papal y española. Escrivá la estableció como poder físico y sugirió que a través de ella “se salvan las vidas de muchos que estúpidamente quieren cometer el suicidio de su alma.”

 

Para muchos católicos avanzados tales prácticas no santas son una atrocidad. Sin embargo en 2001 el brazo de esta tropa de élite alcanza el colegio cardenalicio. En el cónclave figuran Julián Herranz (74 años, cardenal curial) y Juan Luis Cipriani Thome (61 años, Perú) a los que Juan Pablo II otorgó la púrpura cardenalicia. Además casi el 50% de los 120 cardenales electores les están cercanos a ellos o muestran abierta simpatía. Entre ellos los prelados que se presumen como “papabile”, elegibles al papado: el arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, doctor Honoris Causa por la universidad de la Santa Cruz en Roma, y el jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, doctor Honoris Causa por la universidad española de Navarra, también los cardenales Sodano, Daneels, Ruini, López Trujiloo, Schönborn, Castrillón Hoyos y Rivera Carrera.

 

Incluso si fuera elegido un Papa moderado, no podría gobernar globalmente. Merced a los favores de Juan Pablo II, los miembros del Opus Dei han llegado a casi todas las Congregaciones y consejos, Comisiones y nunciaturas.

 

Como “servidores o esclavos de la iglesia” la Obra se ha puesto a disposición del poder romano en los años ochenta. La oferta que fue amablemente aceptada tuvo su precio: inevitablemente los “esclavos” ocupar los despachos vaticanos y la jerarquía eclesiástica a lo largo y ancho del mundo.

 

Desde 1987 el OD ha obtenido además de los cardenales, seis arzobispados, seis obispados y tres obispos sufragáneos. Cuando Wojtyla asumió el cargo, el Opus Dei tenía solo un obispo y tres obispos sufragáneos. Antes había un obispo por 325 sacerdotes del Opus Dei, en 2003 uno por cada 98.

 

Más de 100 de sus 1800 clérigos han sido elevados a lo más alto de la jerarquía eclesiástica. Como prelados papales y capellanes deciden los puestos clave en los vicariatos generales y en las altas instituciones educativas de la iglesia. Uno de cada 13 sacerdotes del Opus Dei tiene un cargo o un título otorgado por el Papa. Hace quince años eran uno de cada cien.

 

Ninguna otra institución aprobada por la iglesia ha tenido una escalada semejante durante el papado de Wojtyla. Tras los cambios en Europa del Este, Juan Pablo II puso la mira en una Europa cristiana desde el Atlántico hasta los Urales. En ese proyecto se incluye la “nueva evangelización de la sociedad”, unida a la “cultura del amor”, en la que los problemas sexuales ganaron el primer lugar, mientras los valores de la sociedad occidental como la Democracia, la igualdad de las mujeres o la libertad de expresión ocupaban el segundo.

 

Para la conversión el papa confiaba sobre todo en los nuevos movimientos, en los que en 1987, en el sínodo de obispos habían descubierto “un fundamentalismo bíblico o dogmático”. El Consejo Pontificio para los Laicos había reconocido oficialmente más de 50 nuevas asociaciones, primero y principalmente “el Camino Neocatumenal” surgido en España, el “Het Werk” en Bélgica, las dependientes de los “Legionarios de Cristo” y la poderosa organización italiana “Comunión y Liberación” (CL).

 

Pero la favorita del Papa entre las nuevas fundaciones del siglo XX era y es el Opus Dei. El propio fundador de CL Luigi Giussani no tributaba necesariamente grandes alabanzas a la competencia española: “La gente del Opus Dei tiene los tanques. Ellos van con los tanques por delante, han cubierto las orugas del tanque con neumático no hacen ningún ruido, pero están ahí. ¡Y de qué manera!”.

 

Para muchos católicos la Obra es inquietante debido a su discreta intromisión. Saben que está ahí, pero casi nadie sabe dónde, cómo y con quién.

 

Para conducir la nueva evangelización “el terrible ejército” (palabras originales del Opus Dei) hace saber al Santo Padre en 1994 en la preparación de la Conferencia Mundial del Cairo que ellos le ayudarían a construir la deseada muralla de protección (“la nueva línea Maginot”) contra la sexualización y la decadencia de las costumbres, fijándose específicamente en las instituciones políticas, los gobiernos y los parlamentos

 

Con esta misión el monarca vaticano recompensó a la “tropa de élite” (palabras originales del Opus Dei) sin cicatería. El punto culminante fue la canonización de Escrivá. El sucesor de Escrivá Javier Echevarría Rodríguez correspondió con una alabanza: los “soldados de Cristo”, como el fundador del Opus Dei había denominado a los miembros de la Obra, el “estado mayor de Cristo” serviría en adelante por medio de la oración intensa, de su “trabajo profesional y mediante la mortificación generosa.

 

Las prácticas rituales de sacrificio las había codificado Escrivá en 1950 en las Constituciones escritas en latín: hombres y mujeres constituyen una familia, descargados de las tentaciones de la carne y una milicia, preparada con la mayor fuerza posible por la más estricta disciplina. En esta platónica familia mundial no sólo viven hombres y mujeres separados, sino que los que no están casados, casi el 50%, se exigen penitencia y alimentan el espíritu de cuerpo con medievales instrumentos de monjes: utilizan una pulsera de metal con pinchos que se ata al muslo que aunque sólo a veces produce heridas, siempre provoca dolor. Asimismo usan un azote hecho de cuerda o con pequeños trozos de metal, cuyo nombre viene del latín: “disciplina”.

 

La otra mitad de los miembros que están casados se mata a sí misma especialmente a través de donaciones de dinero. Como la mayoría de los miembros están en las altas capas de la sociedad, los sacrificios en dinero fluyen abundantes a las cuentas del Opus Dei. Pero además la aureola de Escrivá se amplía a la organización, de manera que la inmuniza contra las críticas en el interior de la iglesia. Desde octubre de 2002 quien siendo católico diga que Escrivá no es santo, se arriesga a sufrir una sanción disciplinaria.

 

La española Maria del Carmen Tapia (1925) fue la primera crítica del Opus Dei internacionalmente conocida. Ella perteneció a la organización desde 1948 a 1966 y estuvo trabajando cuatro años en la casa central en Roma. En 1992 discutió en su libro “Tras el umbral” la beatificación de Escrivá y lo calificó como un hombre despiadado con sus colaboradores. Le recordaba a la mentalidad de un comisario político en los países totalitarios. Pero tras la canonización presentó sus excusas: “Como cristiana católica romana” vive “en conformidad con la iglesia” y “coincide con toda decisión del Papa en el ejercicio de su magisterio, también cuando proclama santo a alguien, incluyendo a monseñor Escrivá.”

 

En 2004 publicó una nueva edición de su libro. En 16 páginas “romanamente” evaluadas que intercaló, exculpaba al “Padre”: Ella había sabido que lamentablemente Escrivá había sido mal informado por su entorno, al que también pertenecía el actual jefe Echeverría y por eso la había tratado desconsideramente. Ahora sabía que realmente Escrivá era un santo.

 

Otro manifiesto falso testigo es Kurt Koch (1950), obispo de Basilea. Este profesor de teología en Lucerna y esperanzado de la reforma había reprochado al Vaticano de utilizar al Opus Dei para disciplinar a las diócesis y a sus obispos. Tachaba de arrogante a Escrivá por haber denominado a su creación Obra “de Dios”.

 

En 2002 el clérigo que entretanto había trepado al episcopado presenta el arrogante fundador como una “estrella que ilumina a la iglesia en su camino hacia el tercer milenio”. Koch justificaba su cambio de opinión en su escasa profesionalidad científica: “Se había dejado llevar por las opiniones publicadas de periodistas y teólogos.”

 

El propio cardenal Karl Lehmann (1936), portavoz de la conferencia episcopal alemana implementó un cambio. En la primavera de 2002 reconoció que él no había promocionado la santidad de Escrivá, sin embargo después de la canonización lo veía como un “pionero del Concilio Vaticano II” y le gustaría acercarlo a muchos. El fundador había creado una espiritualidad que otorga a los miembros del Opus Dei “una gran libertad interior en el trabajo cotidiano.”

 

En realidad Escrivá había inculcado a los jóvenes de su apostolado, también en los asuntos profesionales, una “obediencia ciega” al director: “Obedecer ciegamente al superior… camino de santidad. Obedecer en el apostolado… el único camino. En una obra de Dios el espíritu ha de ser obedecer o marcharse.” Lehmann había debido leer el punto 941 de Camino en el original español, para conocer al Escrivá real. En la edición alemana “Der Weg” el Opus Dei en las dos primeras ediciones había traducido la expresión “obedecer ciegamente”, pero luego se debieron de dar cuenta de que los católicos alemanes no son muy entusiastas de la ceguera prescrita. A partir de la tercera edición (Colonia 1967) la exigencia de obediencia ciega impuesta por el fundador ha sido eliminada.

 

El Santo Padre Juan Pablo II conoció sin embargo a Escrivá en el original. Sus escritos eran para él “una rica fuente de inspiración”. El había sido recibido en el centro romano para los sacerdotes. Eran los tiempos posteriores al concilio de la reforma (1962-1965), en los que Escrivá se quejaba de que la iglesia católica “olía como un cadáver en descomposición”. Millones de creyentes se sentían confusos.

 

Para salvar a la iglesia y también al mundo de los estropicios, el jefe del Opus desarrolló una auténtica estrategia –la descubrió en 1984 el sacerdote inglés de ascendencia checa Vladimir Felzmann, que perteneció al Opus Dei entre 1959 y 1982, y vivió en Roma entre 1965 y 1969, y siguiendo indicaciones de Escrivá fue su confidente.

 

Todo hombre de iglesia que pudiera convertirse en alguien importante era invitado al Centro romano de encuentros sacerdotales. Mientras también el ambiente clerical de los cardenales era bien conocido por propia experiencia. Se les recordaba oportunamente los tiempos de la unidad religiosa, cuando la iglesia católica en los países occidentales tenía mucho más poder y mayor cohesión interna que en la actualidad. El Opus Dei, que crecía y crecía les prescribía su receta para el éxito, una iglesia como antiguamente: masculina, cerrada, intransigente, marcial.

 

Wojtyla fue preparado para papa por el Opus Dei, y cuando llegó al Vaticano, no sabía en quien podía confiar. Veía a los jesuitas que anteriormente habían sido la “guardia personal” del papa en decadencia y además protagonistas del desarrollo de la marxista teología de la liberación. El Opus Dei sin embargo encarnaba la iglesia como él la conocía en Polonia y “como debía ser”. Los curas llevan la vestimenta talar, se habla en latín. El nuevo papa suponía que esas gentes que tenían competencia en las finanzas, “entendían algo de comunicación”, eran dignos de confianza, obedientes, tranquilos y discretos. Por eso los había “empleado”.

 

Lo que más une al Papa con el Opus Dei es la visión clerical: sólo los sacerdotes pueden llegar a lo alto de la jerarquía del Opus Dei. Los laicos pueden tener cargos de dirección en los niveles intermedios pero deben ser hombres y vivir el celibato, como los curas. El matrimonio es para la clase de tropa que no pertenece al estado mayor de Cristo, son los que enseñan la recta moral “en la que los laicos sólo pueden ser discípulos” (`palabras originales de Escrivá).

 

Apenas llegado al solio pontificio Juan Pablo II pronunció los discursos en los que repartía los cargos vaticanos. En 1980 nombró prefecto de la congregación de las Causas de los santos al cardenal Pietro Palazzini que se había señalado como simpatizante del Opus Dei, pero que con Pablo VI había desaparecido de la escena. Una de sus primeros actos de soberanía fue la introducción de la causa de beatificación de Escrivá, el paso previo a la canonización.

 

El papa cumplía así uno de los deseos del canonista Escrivá: daba al Opus Dei una forma jurídica que lo sustrae al poder de todos los obispos diocesanos y que depende directamente del vaticano. El antiguo instituto secular de derecho pontificio se convertía en la única prelatura personal. Su jefe, un prelado con grado de obispo, dirigía de este modo una diócesis mundial de clérigos, por decirlo de algún modo. Los laicos pueden unirse a ella, permaneciendo en su diócesis original y no son necesarios para la continuidad de la prelatura. Pero en lo concerniente al fin religioso del Opus Dei deben obedecer a este jefe episcopal, que manda sobre una diócesis extendida por el mundo. La iglesia católica ya no esta gobernada en cada diócesis sólo por su obispo. Una asociación secreta independiente del obispo diocesano y no necesariamente favorable al mismo ejerce también el poder oficial de la iglesia. Sus directivas se imponen desde el centro.

 

Lo decisivo para la prosperidad del Opus Dei no es el influjo de los miembros de una particular familia en un país o en una diócesis, sino su acción global. Por ello apunta cada vez con mayor interés a las instancias del Vaticano, a las estructuras supranacionales como la ONU y la Unión Europea y las funciones claves en el capitalismo global. Juan Pablo II ha dado al Opus Dei el instrumental eclesiástico necesario. De esta manera ningún nuevo Papa podrá cambiar la situación. En caso de que en algún momento se lo planteara. De todas maneras ya lo enseña el “catecismo de la Obra”, del que las nuevas vocaciones no pueden tomar notas. Seguramente los dos Cardenales en el cónclave no tienen apenas posibilidades de alcanzar la silla de Pedro. Pero existe también la Sociedad sacerdotal de la santa cruz, los curas diocesanos que pertenecen a ella deben obedecer al prelado del Opus Dei y a sus directores, aunque no pertenezcan al Opus Dei. No se sabe cuantos de ellos se sientan en el próximo cónclave. Sus nombres se mantienen en estricto secreto.







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