Días de cine.- Satur
Fecha Monday, 12 December 2011
Tema 070. Costumbres y Praxis


Hace unos días charlaba con un antiguo jugador de las Grandes Ligas, hoy retirado.

 

Eso de encontrarte con gente que ha pasado por lo mismo que tú está muy bien, pues puede charlar, ¡por fin!, con alguien que sabe de qué hablas. No todo el mundo puede entender según qué cosas, ni siquiera hacerse a la idea. ¿Cómo le cuentas a alguien, por ejemplo, que te has zurrado la badana con unas disciplinas? ¿o que rezabas el Tibi Laus un futimén de veces mientras te chutabas de incienso a las cuatro de la tarde, en una fiesta A, con una ingesta de alcohol en vena que, claro, allí nadie llevaba la cuenta, fuera aparte que salías con un olor a gomorresina y mirra que echaba para atrás?...



¿Cómo contar que conociste un agregado que mordió con todas sus fuerzas a una vaca en una de las patas traseras porque el animalico no se decidía a apartarse y dejar la carretera libre?

 

Ya me entendéis. Hemos visto, y hecho, cosas, que no se pueden contar a según quién, y tropezarte con alguien que sí te entiende es liberador.

 

Éste me planteó un tema, una duda que quería compartir, y que parecía le preocupaba.

 

- Oye, tú con la Piedra... ¿te entiende en lo del cine?

 

- ¿Cómo que si me entiende “en lo del cine”?

 

- Sí, ya sabes... cuando estábamos en el Obra de Dios to the Work se veía sólo una película al mes... en fin, poca cosa, y no sé tú, pero es que yo salí de allí con unas ansias de cine que después de once años aún padezco. ¡Me encanta ir al cine, ver cine! Y mi mujer dice que no es ni medio normal cómo me pongo antes de ver una peli, que se me ilumina la cara, que abro los ojos como diciendo “¡vamos a ver una película!”, que no entiende tanta emoción y tanto derroche afectivo. Fíjate que hay noches que estamos en la sala de estar viendo un vídeo y le cojo la mano y le digo “¡vaya peli, ¿eh?!”, ¡qué gozada! ¿verdad?”.

 

- Hombre -le comenté- es normal que ella no te entienda, porque cuando tú saliste hace once años tenías un mono de pelis de treinta temporadas, y ella ha visto todo el cine que ha querido. Cuando tú viste tu primera peli porno, ella ya tenía crustáceos en el casco.

 

- Mi mujer no ha visto pelis porno.

 

- Ya... a ti te lo va a contar. Ha visto eso, y todo el cine que le ha dado la gana, el bueno, el malo, y el regular, por eso no comprende que con cincuenta tacos entres en casa cascabeleando la cinta de vídeo con cara de “¡MIRA, UNA PELI!”.

 

- O sea, que soy raro...

 

- No. A mí también me pasa. Yo creo que nos pasa a muchos. Lo que sucede es que La Piedra, conociendo mi pasado, prefiere verme en casita como un bendito viendo las pelis que no vi en 27 años, que ande por allí en plan a mí me gusta la pesca..

 

- Me quitas un peso de encima.

 

Más o menos por allí fue la conversación.

 

Pero le fui dando vueltas al tema, a esta rareza que había descubierto gracias al amigo. Y caí en la cuenta de por qué hay tantos allá dentro que se buscan una excusa para dedicarse a ver películas... hay que dar doctrina, hay que cristianizar ese mundo, hay que estar en la pomada, donde se cuecen las fabes.

 

Porque no son uno, ni dos, ni tres.

 

Luego, los lees, y la verdad, son muy flojillos en sus críticas, algunos muy infantiloides, y bastante de cortar y pegar de aquí y de allá. Se copian mucho... ¡Pero que les quiten lo bailao!. Hacen bien, ¡qué cojones!

 

Uno que conocí lleva muchos años en el tema de la cosa del cine. Nunca me pareció nada del otro mundo como crítico, profesión que, en fin... porque para decir que El Padrino es una buena película no hay que saber mucho de cine. Eso lo hago hasta yo. Ahora, si se trata de criticar “El árbol de la vida”, allí te espero, a ver qué dices de ese pestiño que hace cagar a los culebrones.

 

Un día le preguntamos en una tertulia que cómo se las arreglaba cuando había escenas así como guarras. El tío nos sonrió, se quitó las gafas, y sentenció, “como tengo no sé cuantas dioptrías, me quito las gafas, ¡y no veo nada!”.

 

Nos miramos todos como diciendo “ya, mis cojones treinta y tres”.

 

En aquellos años yo estaba más salido que el gallo del chiste, el que se hace el muerto, y no me coló. Después aprendí que no me lo creía porque vivía una abstinencia peliculil que si veía Sonrisas y lágrimas en lo único que me fijaba era en las tetas de la Andrews, a ver si se le rompía un botón de la pechera mientras cantaba eso de “do re mi...” pero nada, por más veces que la vi, allí no se rompía nada.

 

El problema era mío. Hoy veo cine con la mirada del casto José, que es que no me reconozco.

 

Lo que siempre me intrigó, por zanjar el tema de hoy, es por qué hubo años donde se veía cine en el Colegio Romano hasta tres días a la semana y, además, sin horario prefijado. Sonaba la campana y todo el mundo dejaba lo que estaba haciendo y, ¡hala!, a ver una peli con el Padre, que así se distrae. Y no sólo se veía la peli, es que luego se quedaban de cháchara, o al tío le saltaba la pinza, interrumpía la sesión, y se largaba lo que le viniera en gana, un zipostio de bronca sobre algo que no le había gustado, o un comentario de algún decorado... ¡lo que le petaba!

 

A mí eso siempre me intrigó, ¿por qué entonces sí, y después no?

 

Dicen que así descansaba. Pues vale. Pero a mí me da que con esos horarios, al capricho de las venadas del fundador, la cosa debía de ir manga por hombro. A saber en qué condiciones irían después al Laterano, o donde fuese que asistieran a clase.

 

No sé si alguien sabrá las razones de semejante cambio... lo dejo en el aire.

 

Y ahora, me voy a ver una peli.

 

Satur







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