Experiencias acerca de La verguenza de pertenecer al Opus Dei.- Aquilina
Fecha Wednesday, 26 October 2011
Tema 010. Testimonios


Encuentro tan interesantes tantas de las intervenciones de la última temporada en Opuslibros, que, puesto que no parece posible comentar cada una, casi me parece injusto subrayar alguna especialmente. Pero la última de EBE me parece realmente como una síntesis de todas las reflexiones, consideraciones, profundizaciones que este intercambio de experiencias personales que aquí se han hecho posible.

No es mi intención hacer una glosa, sólo quiero comentar que leer sus consideraciones me ha hecho comprender más hondamente una experiencia que he vivido especialmente en los primeros años de mi salida del Opus, cuando a pesar de los innumerables problemas que tenía que superar para reinsertarme en el mundo normal, me encontraba de vez en cuando pasmada al observar en mi interior que cada vez se me hacía más fácil salir de los “respetos humanos” (así los llamábamos dentro) que tan frecuentemente constituían para mí un campo de lucha interior cuando militaba en la Obra...



En la temporada “adentro”, vida cristiana, exigencias vocacionales y opciones seculares se mezclaban en un potpourri que cada vez me enredaba y que tenía enormes dificultades en gestionar. A menudo se me hacía cuesta arriba explicar actuaciones y opciones mías raras y difícilmente justificables, como por ejemplo las resabidas renuncias a participar en reuniones y fiestas familiares, que reunían al mismo tiempo las características de una opción personal y laical (del tipo: “consulto mis compromisos y ya te digo”), de las exigencias vocacionales (“en casa habitualmente rezamos por ellos pero no participamos a esas reuniones”) y de las exigencias de cristianos corrientes (“no meterse en la ocasión de tener tentaciones contra la pureza al mezclarnos con personas del otro sexo”). Lo mismo vale para el frecuentar playas, no asistir a cines, no leer libros prohibidos, etc. Y aquí me limito a referirme a las actuaciones que tenían trascendencia exterior, porque las actuaciones más personales (mortificación corporal, renuncia a guardar regalos personales, exigencia de consultarnos por cualquier cosa, etc.) eran aún más difíciles de defender sin tener que luchar contra los dichosos respetos humanos.

Y una vez fuera, mientras cada vez recuperaba la capacidad de vivir con mayor naturalidad y espontaneidad mi identidad, me asombraba de que cada vez más lograba aludir a mis convicciones cristianas sin experimentar ya aquella sensación de incomodidad, de encontrarme rara, de vergüenza –para llamarlo con su nombre- que anteriormente se me daba tan a menudo.

Por otro lado, en los primeros años de mi salida, evitaba cuidadosamente todas las veces que era posible aludir a mi pasada pertenencia al Opus Dei. Por una lado lo hacía según el criterio que me habían inculcado de la “discreción” a la hora de referirme a mi pertenencia a la Obra (criterio que en aquella primera época seguía vigente en mi conciencia), pero había en mi interior una sinceridad y un acatamiento en seguir ese “criterio” que, poco a poco, me dí cuenta de que más bien nacía de una autentica exigencia mía personal al no dar a conocer esas circunstancias porque, realmente, me daban vergüenza.

Hay que decir que, aunque lentamente, con la reconstrucción de mi identidad personal, también logré gestionar y superar esa vergüenza, como lo comenté en un escrito mío de hace mucho tiempo, y eso mismo lo deseo para todos: llegar a asumir plenamente nuestro pasado, recuperar una integridad personal que nos permite hasta sonreír con ternura, como se hace con los niños pequeños, de nuestra ingenuidad y tontería de aquella época. Pero soy consciente de que no es un recorrido fácil, antes tienen que cerrarse heridas, y en cualquier caso algo de esa vergüenza difícil de vencer. Y creo que es bueno que sea así.

Comparto totalmente con EBE su afirmación: “Existe sin duda la posibilidad de que todos esos fragmentos citados, hayan sido reunidos aquí para dar coherencia a una simple teoría descabellada. El problema es que esa teoría se parece bastante a lo que sucedió en la realidad”.

Aprecio enormemente esa capacidad que tiene de no “enamorarse” exageradamente de una teoría –de “su” teoría- por lo lógico y estético que tiene en compaginar todas las piezas, pero es cierto “que esa teoría se parece bastante a lo que sucedió en la realidad”. Todas las piezas empiezan a encajar de forma asombrosa, esto no puede ser una casualidad...

También aprecio enormemente, y suscribo, la conclusión de su escrito: la duda de que todo eso sea cierto sólo nace de lo enorme que es y que llegamos a percibir sólo lentamente, porque uno se resiste a aceptar que pueda juntarse tanta estulticia y tanto fraude “Como es tan monstruoso el asunto, me pregunto si no estaré equivocado. Pero solamente por eso, por una resistencia natural a aceptar que Escrivá haya sido un psicópata, un monstruo, que manipuló conciencias, que no tuvo sentimiento de culpa, y defraudó a miles y miles de personas –como lobo disfrazado de oveja- sin otro fin que satisfacer sus propias necesidades interiores, de una interioridad averiada”.

Recuerdos cariñosos para todos,

Elena







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