El gusto de los argentinos, como el de cualquier otro pueblo tiene sus propias particularidades, que son en gran medida resultantes de los alimentos con los que se cuenta. En esto somos excesiva y exageradamente carnívoros.

Por eso la costumbre de comer crespillos resultaba tan artificial. Jamás un argentino le pondría azúcar a una verdura. Era simplemente algo repulsivo a nuestro paladar, aunque todos los comíamos, poniendo cara de estar descubriendo el maravilloso encanto de un sabor nuevo. Era el Centro de Estudios y todos queríamos tener buen espíritu. La frase “hay que tragarse el sapo” nunca se aplicó tan literalmente. Hasta eran verdes, faltaba que se movieran.

Por el contrario, hubo cosas que nos perdimos. Yo me pregunto ¿por qué, si al Fundador le gustaba tanto la sopa de ajo aragonesa, nunca nos la prepararon? Realmente podrían haberla puesto como obligatoria en las fiestas A, ya que es una verdadera delicia.

Luego de hacer una profunda investigación por internet quiero darles la versión a mi juicio mas confiable (o más rica), y ¡que me corrijan los Aragoneses!

Panceta cortada en laminas, se pone a dorar con un poco de aceite de olvia. Cuando esta crocante se retira. En ese aceite se ponen 6 dientes de ajo fileteados, a fuego bajo, hasta que comiencen a dorarse. Se retiran. Se agrega mas aceite y se doran cuadraditos de pan del dia anterior, mas o menos una tasa. Se retiran. Se vuelve a poner el ajo y la panceta junto con una cucharadita generosa de pimenton, se revuelve un minuto (que no se queme el pimenton!), y se le hecha un litro de caldo de verduras caliente. Se lo deja cocinar veinte minutos. Se agrega el pan, y se deja un par de minutos más. Se apaga el fuego. Se baten dos huevos y se agregan a la cacerola en un hilo, removiendo con cucharada de madera. Se corrige la sal, un poco de pimienta al que le guste, y a comer.   

Sé que hay cosas más profundas de las que hablar, pero por favor no se pierdan esta sopa, ¡es verdaderamente sobrenatural!

Paz a todos.

Otaluto.